Se llevó un ramillete de flores a la tumba. Sucedió hace más de 2.500 años y la tierra, la de la antigua Tebas egipcia, le fue leve a decir por su capacidad de superar las vicisitudes del tiempo. El ramo apareció durante las excavaciones de una misión española como testimonio del ajuar que acompañó a su propietario en la vida por el inframundo. Las flores, símbolo de renacimiento y eternidad para los antiguos egipcios, marcaron también “su regreso al mundo de los vivos como un espectro triunfante”.

“Las ofrendas funerarias eran parte fundamental del sistema de creencias y prácticas funerarias del antiguo Egipto”, cuenta a El Independiente Antonio Morales, director del “Middle Kingdom Theban Project”, la expedición de la Universidad de Alcalá de Henares que excava en “la milla de oro” de la egiptología, en la orilla occidental de la actual Luxor, entre la meseta de Asasif y la colina septentrional de Deir el-Bahari, a un tiro de piedra del monumental templo de Hatshepsut.

De sus pliegues de tierra árida emergió el ramo. “El depósito de una serie de alimentos y objetos para el difunto en el lugar destinado para ello –capilla funeraria, mesa de ofrendas o el propio acceso a la tumba– suponía el mejor método para comunicarse entre el ámbito de los vivos y de los muertos”, arguye Morales, al frente de una de las misiones más prometedoras de la arqueología española en la tierra de los faraones.

Una ofrenda en la puerta de la sepultura

El fallecido enfilaba la ruta hacia la sepultura atestado de mercancía. “Además, siguiendo la línea de pensamiento egipcio sobre la existencia postmortem, el difunto egipcio necesitaba de avituallamientos –ya fueran reales mediante estas ofrendas o mágicos, escribiendo sus nombres o representándolos iconográficamente en las paredes de tumbas y ataúdes– y todo tipo de dádivas y regalos para mantener su espíritu activo en el inframundo. Es por eso por lo que las prácticas de culto a los difuntos incluían entregar grandes cantidades de comida y bebida, siendo las más tradicionales la cerveza, el pan, peces, aves y una pata de buey, cuyo nombre se pronunciaba en egipcio con el mismo vocablo que se usaba para la energía vital del espíritu del difunto: ka. Sea como fuese, para mantener el ka del difunto se podían usar ofrendas reales o pronunciar los nombres de las mismas, inscritos sobre las paredes de las tumbas, de modo que realizar ‘una ofrenda de voz’ también era considerado un mecanismo aceptado por los egipcios para enviar energía, fuerza y sustento al finado”.

Ramillete de flores | MKTP & Patricia Mora

Y en ese contexto al difunto le fue entregado el ramillete. “El Middle Kingdom Theban Project encontró uno de estos ramilletes situado en el exterior de una de las tumbas subsidiarias existentes en el complejo del visir Ipi (TT 315 – MMA 516), de principios de la dinastía XII. En el acceso a esta tumba –construida aproximadamente unos 1300 años después de que se fundará el complejo del visir Ipi– se depositó este ramillete de flores realizado en su totalidad con materia vegetal”, comenta el arqueólogo. Su hallazgo, apunta, resulta significativo por varias razones: “por un lado, viene a confirmar que el complejo de un visir de la Dinastía XII (ca. 2000 a.d.C.) fue utilizado de manera continuada por otros individuos que eligieron construirse su propia tumba en el patio de este monumento, es decir, dentro del recinto sagrado destinado a este famoso oficial del Reino Medio, vinculándose con su memoria y disfrutando de una localización sin igual en las colinas de Deir el Bahari”.

Más allá de la artesanía que demuestra el propio arreglo de tallos, flores, hojas y cordones, este ramillete nos permite investigar el tipo de flora característico de la zona

“Por otro lado, la deposición de este ramillete junto a unas guirnaldas de flores indica que el día del funeral, en la misma puerta de acceso a esta tumba subsidiaria de pequeñas dimensiones y con dos pozos funerarios en el interior, se realizaron los últimos rituales y se depositaron estas ofrendas para dar el adiós al difunto. Además, más allá de la artesanía que demuestra el propio arreglo de tallos, flores, hojas y cordones, este ramillete nos permite investigar el tipo de flora característico de la zona e incluso nos podría ayudar a identificar la época del año en la que se recogieron las flores y se procedió a su preparación en bouquet para su uso como ofrenda floral funeraria”.

Las ofrendas inmortalizan un tiempo preciso. “Fueron realizadas el mismo día del enterramiento del difunto que, ya momificado y preparado según los rituales, yacía en el sector reservado de la tumba. Al cierre de la misma se solían realizar diversos rituales, incluido el de la destrucción de las vasijas de color bermejo, para espantar a espíritus malignos que pudieran dañarle, o el del depósito de guirnaldas, ramilletes y amuletos que le ayudasen no sólo en su periplo al inframundo sino también en su regreso al mundo de los vivos como un espectro triunfante”.

Tras más de dos milenios bajo tierra, el objeto fue localizado por la misión español en una temporada de excavaciones. “Los trabajos arqueológicos en el complejo del visir Ipi se han centrado en los últimos tres años en el patio exterior del monumento, donde fueron construidas varias tumbas subsidiarias que originalmente debieron pertenecer a familiares o dependientes del visir pero que, a lo largo de los siglos, fueron reutilizadas por otros individuos. Excavando la tercera estructura subsidiaria encontrada en el patio del complejo de Ipi (tumba 516C) se hallaron los restos de piedra caliza de una puerta monumental y, en el interior, dos pozos funerarios. La excavación del primero de los pozos no ha ofrecido evidencia significativa porque había sido saqueado y vaciado completamente en la Antigüedad; el segundo pozo no ha sido aún excavado. Sin embargo, en el umbral de acceso a la tumba, se hallaron objetos que pertenecieron a una ofrenda funeraria realizada, probablemente, al cierre de la tumba: una guirnalda grande, un ramillete de flores, restos de cocodrilo y una impronta sello con un nombre propio en su interior. La lectura del nombre está siendo evaluada de manera precisa, aunque todo parece indicar que nos hallamos ante un enterramiento del Tercer Periodo Intermedio (dinastías XXI-XXIV) o en la Época Baja (Dinastías XV-XXXI)”, agrega Morales.

Una tarea de esmero

Los arqueólogos responsables de la zona, Beatriz Noria Serrano y Mohamed Osman, se afanaron en limpiar el sector, levantando acta con esmero de la acumulación de estratos y estructuras en piedra y adobe, además de contar con la colaboración del equipo de conservación que se aplicó de manera intensa en la conservación, recuperación y protección de estas ofrendas florales. “La dificultad estribaba en mantener intacto el depósito de ofrendas y la impronta de sello in-situ a la vez que se retiraban las capas de arena, escombros y piedras que las cubrían, asegurándose de que se mantenía en la medida de lo posible la forma y estado de las ofrendas. Este descubrimiento, que se trata de un hallazgo interesante, aunque de poca monumentalidad, sin embargo, exige un esfuerzo grande, una labor de equipo y un ritmo muy lento de trabajo, preciso, constante y cuidadoso”.

Según las primeras pesquisas que maneja el equipo, el ramillete de flores debio haber sido producido en el taller de momificación donde, entre otros, se manuctaraban los ataúdes, cajas de vasos canopos (con los restos del interior del cadáver), trineos para el arrastre del ajuar a la tumba y demás parafernalia del funeral. “También podría haber sido preparado por algún familiar o conocido en un ámbito doméstico, aunque su sofisticación y preparación parece indicar que lo realizaron profesionales. Además, no se debe subestimar el significado de este objeto como parte del ajuar funerario o de las ofrendas realizadas en el último momento del cierre de la tumba: no se trata de un mero elemento decorativo floral”.

Las flores de loto y otros especímenes escondían un significado muy especial: como uno de los primeros vestigios sobre la tierra, representaban la idea de renacimiento, resurrección y eternidad

ICONO: Laymik/The Noun Project

Y es que -recuerda Morales- “en el antiguo Egipto, las flores de loto y otros especímenes escondían un significado muy especial: como uno de los primeros vestigios sobre la tierra, representaban la idea de renacimiento, resurrección y eternidad”. “Siguiendo uno de los mitos primordiales egipcios, Atum –dios demiurgo cuyo nombre significa ‘el que se completó’– surgió en el inicio de los tiempos de una flor de loto (variantes del mito nos hablan de que salía sobre una montaña) que se elevó de las aguas de la inexistencia”.

“Es por ello que las flores recordaban a los egipcios el inicio de los tiempos (que ellos conocían como ‘la vez primera’) y que representaban la creación inicial, el resurgir de las aguas de la no-existencia y el poder de la creación. Contextualizando este significado en el mundo de los difuntos, hacía referencia a la capacidad del finado de resurgir en el más allá y volver a la vida en su segunda existencia en el inframundo. Debido a este significado, es normal encontrar representaciones de familiares del difunto con una flor en la mano, a veces acercándola al rostro de este último para garantizar su recuperación, resurrección y eternidad en el nuevo ámbito de existencia que supone la muerte”.

Para Morales, resulta “interesante observar que algunas tumbas egipcias contaban con un jardín funerario hecho en adobe y repleto de plantas y flores que simbolizaban –mediante los tipos, colores y formas– las condiciones alcanzadas por el difunto en el más allá: resurrecto, integrado, salvado y eterno”. “Dos ejemplos interesantes de este tipo de jardines son el jardín funerario del Reino Nuevo ya documentado por el equipo del Proyecto Djehuty en Dra Abu el-Naga y el jardín del Primer Periodo Intermedio en la concesión del Middle Kingdom Theban Project que espera excavación, documentación y publicación, en concreto en la tumba del director de prisiones Djari (TT 366)”.

El enigma: la identidad del difunto

Uno de los enigmas que arroja el ramillete es la identidad del difunto que lo llevó en su periplo funerario. “Desgraciadamente, no conocemos quién fue el dueño de la tumba 516C. Por un lado, no sabemos si esta estructura subsidiaria existía cuando se construyó el complejo del visir Ipi. En ese lado del patio de su tumba se construyeron, a la vez que se preparaba la tumba del visir, dos cámaras subsidiarias bien conocidas que han ofrecido a los excavadores pruebas irrefutables de su uso en el Reino Medio; sin embargo, la cámara 516C, continua a las dos anteriores en el mismo sector, solamente nos ha ofrecido materiales de época más tardía (Tercer Periodo Intermedio – Época Baja), por lo que no sabemos si perteneció a un individuo del Reino Medio y luego fue saqueada y usurpada para otros enterramientos hasta que dejó de usarse en el periodo de nuestro hallazgo”.

El descubrimiento del ramillete de flores como parte de las ofrendas depositadas en el umbral de esta tumba aporta una información interesante en el ámbito de la reutilización de la tumba

Su descubrimiento es un acicate para seguir haciéndose preguntas sobre la civilización que reinó a orilas del Nilo y que aún seduce a un ejército de expertos y aficionados. “El descubrimiento del ramillete de flores como parte de las ofrendas depositadas en el umbral de esta tumba aporta una información interesante en el ámbito de la reutilización de la tumba y de las prácticas funerarias llevadas a cabo en épocas posteriores a la fecha de construcción del monumento principal en el que se ubica”.

“Si la tumba existió con anterioridad, cuestión que aún estamos discutiendo en el proyecto, entonces el ramillete forma parte del enterramiento de alguien que usurpó la tumba siglos después para reutilizar el espacio dedicado a enterramientos previos. Eso implica desplazar completamente al difunto previo, retirar su ajuar funerario y emplear la cámara de entrada y uno de los pozos al menos para enterrar a un familiar, sin tener que enfrentarse a construir una tumba nueva”, especula Morales. “Si, por otro lado, la tumba se construyó en época posterior, entonces estamos ante el depósito floral de un enterramiento que hizo uso del espacio monumental en un par de ocasiones al menos (al existir dos pozos) y que, en la fecha de su cierre, quedó rematado con la guirnalda y el ramo de la puerta además de la impronta de sello, que pertenecería al oficial o encargado de completar los rituales o bien podría haber pertenecido al difunto mismo”.

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