Los fondos indexados, a través de los cuales los inversores pueden invertir en el mercado de valores en su conjunto, eliminan a los intermediarios y, de ese modo, han transformado el mundo de la inversión. Hace más de 50 años se crearon los primeros fondos indexados que han ayudado de forma clara y rápida a la reducción de las comisiones de gestión y de administración de los fondos de inversión. El siguiente paso fue crear los ETFs (Exchange Traded Funds) que consistían en un fondo de inversión con valor liquidativo continuado y no solo un valor liquidativo único al final de la jornada de los mercados.

Los primeros ETFs se lanzaron en 1990, una década y media después del primer fondo indexado. Los ETFs en general, resultaron ser una combinación perfecta para la inversión a largo plazo creándose incluso figuras de ETF de inversión activa ahora llamados ETPs (Exchange Traded Products) que mezclan ETNs (Exchange Traded Notes) y ETCs (Exchange Traded Commodities). Las entradas a los ETPs de gestión activa han aumentado de menos de 5.000 millones de dólares en 2019 a más de 100.000 millones el año pasado.

Otro nuevo tipo de ETF es el vehículo «semitransparente», que los proveedores de fondos han promovido desde que los reguladores estadounidenses los permitieron en 2019. Estos permiten a los gestores revelar los activos una vez al trimestre, como ocurre con los fondos de inversión, en lugar de todos los días. Según los defensores, esto evita que los competidores se adelanten a ellos. La dificultad es que el conocimiento actualizado regularmente de lo que hay dentro de un ETF permite a los compradores y vendedores fijar el precio de sus acciones. Los ETFs semitransparentes dependen, en cambio, de un laberinto de intermediarios a los que se les da un acceso especial, o de comunicados de prensa que revelan una cantidad limitada de información, lo que prácticamente frustra el objetivo de un envoltorio de ETF. Esto ha sucedido como consecuencia del incremento de presencia de los mercados privados como instrumento de inversión. Pero los activos privados no sólo son un complemento inusual para un envoltorio de ETF; pueden resultar peligrosos. Poner activos ilíquidos en un envoltorio negociable desafía el mecanismo principal por el que operan los fondos. Cuando los inversores compran y venden acciones en el ETF, es imposible para el proveedor comprar y vender las posiciones para igualarlas. A gran escala, los fondos podrían representar un riesgo para la estabilidad financiera. La liquidez podría desaparecer en una crisis, ya que los inversores se deshacen de las acciones del ETF, mientras que los proveedores no pueden vender activos.

La combinación original del ETF y la revolución de la inversión pasiva fue un triunfo, ya que aunaban la capacidad de comprar y vender con facilidad con unas comisiones más bajas. Muchas de las nuevas formas de ETF carecen de una o incluso de ambas ventajas. Sus emisores son los beneficiarios abrumadores, extrayendo comisiones de los inversores que terminan pagando de más por la protección contra la volatilidad, por una opacidad que apenas necesitan o incluso por un preocupante desajuste en la liquidez.

En España, seguimos muy lejos de usar estos vehículos de inversión ya que los reguladores, tanto la CNMV como y de forma más importante la Autoridad Tributaria, han impedido e impedirán por mucho tiempo que los ETFs, ETPs, ETNs o ETCs que se puedan considerar instrumentos de inversión simples y por tanto no sean interesantes fiscalmente para el inversor retail español. Conclusión, a los ETFs en España no les dan ni las migas.

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