Hace unas semanas escribí en este mismo periódico Levante-EMV, el artículo “«No soy demócrata, y cansa».
De entre los comentarios y opiniones en redes sociales, prácticamente la totalidad coincidentes con las reflexiones expuestas, hubo una que incidía en si era conveniente o útil, criticar las democracias, porque, decía, que con argumentos distintos, las conclusiones del artículo, coincidían con la extrema derecha.
Que las “democracias” actuales funcionen como funcionan, no creo que sea culpa de este humilde opinador, que en dicho artículo, se limitó a constatar hechos, actuaciones, procedimientos y relaciones que para nada deberían realizar o fomentar las “democracias” si fueran auténticos “gobiernos del pueblo”.
Tal vez coinciden con la «extrema derecha», los que acusan de ser «extrema derecha» a quienes, como es mi caso, denuncian comportamientos inaceptables, en vez de descalificar y denunciar a quienes promueven esos comportamientos inaceptables, aunque se llamen “demócratas”.
Tal vez ser de «extrema derecha», sea aceptar o no querer ver esos comportamientos inaceptables, basándose en unas ideas inamovibles que se consideran la verdad absoluta.
No hay mayor ceguera que ver sólo aquello que se quiere ver. Me explico.
Las «democracias», actuales, con argumentos distintos a la extrema derecha (igualdad, legalidad, respeto de derechos humanos, justicia igual para todos, comercio justo, … ), en muchas ocasiones, terminan haciendo lo mismo que la extrema derecha.
Por ejemplo, acusar a algunos países de dictaduras, mientras coquetean y negocian con auténticas dictaduras (Arabia, Marruecos, Qatar,…).
O apoyar a otras «democracias» como Israel o Guatemala, blanqueando sus comportamientos mientras perpetran genocidios o roban las tierras, en un caso al pueblo palestino, en el otro caso a comunidades indígenas ( mayas, xincas, garífunas,..).
O en África, donde corruptos gobernantes dejan actuar a las «democracias» occidentales como auténticas metrópolis coloniales, saqueando los recursos, tanto humanos como naturales.
O viendo cómo estas «democracias», de principios distintos pero, muchas veces, con actuaciones iguales a la «extrema derecha”, venden armas por todo el mundo, perpetuando conflictos que sólo producen muerte, destrucción, pobreza y personas refugiadas.
Es curioso que se acuse a quien denuncia los comportamientos de estas falsas democracias, de llegar a las mismas conclusiones que la «extrema derecha», pero en cambio, no tengan nada que decir del comportamiento fascista, depredador e inhumano de muchas de esas «democracias».
Que las «democracias» actuales, funcionen tal y como se denunciaba en el artículo «No soy demócrata, y cansa», es un terrible problema. Que la humanidad no sepamos promover o intentar una alternativa a dicho funcionamiento, es otro terrible problema.
Pero más grave y fuente de numerosos problemas, es pensar que las democracias actuales, con su nefasto, oscuro y errático funcionamiento, suponen el culmen de la evolución humana en materia de organización social, creer que no hay otra posibilidad de organizar la vida.
Con el anterior artículo y con estas nuevas reflexiones, me he propuesto no tener miramientos con quienes no los tienen, desde luego la “extrema derecha”, pero también con quienes disimulan el hecho de no tenerlos, aunque se llamen «demócratas».
Esa falta de miramientos con quienes desde el poder (sea “democrático” o dictatorial), actúan de forma hipócrita, despiadada, oscurantista, sin humanidad, sólo por el negocio o la geo estrategia, me lleva a perderles el respeto, a criticarlos, a dejarlos en evidencia, rechazando la máxima de «esto es malo, pero es lo mejor que hay”.
Me lleva a reivindicar a quienes desde abajo, y en cualquier época, se lanzaron a las calles a intentar cambiar la vida, y que en la mayoría de las ocasiones fueron destruidos, tratados como delincuentes, torturados, secuestrados, desaparecidos o tirados en alguna fosa común.
Estamos llegando a un punto en que la división ya no es si se es o no demócrata, sino que la auténtica y única división en la humanidad, se da entre quienes aceptan y quienes no aceptan, el dominio, el abuso, la prepotencia, los privilegios, la hipocresía de unos pocos que hacen y deshacen a su antojo por el mundo, usando métodos «democráticos» mientras les funcionen, o recurriendo a la dictadura, la guerra, los crímenes, la represión y la corrupción, cuando no tengan otra forma de conseguir sus objetivos.
Hay que perfeccionar las democracias, dicen. No es que las “democracias” actuales sean imperfectas. Están perfectamente diseñadas para que unos pocos sigan haciendo lo que quieran por todo el mundo, con la válvula de escape de preguntar al auténtico y ninguneado protagonista, el pueblo, la gente, sólo una vez cada cuatro años.
Hay alternativas, que habrá que seguir estudiando y puliendo, pero su puesta en práctica necesita lucha, esfuerzo, estudio, solidaridad, pensamiento, cooperación, sacrificio, auto disciplina, y claro, pocas son las personas dispuestas a tamaña tarea, sobre todo en las “democracias” del occidente acomodado, donde muchos ya tenemos y disfrutamos de bastante más de lo que se necesita para vivir, eso sí, a costa de otras partes del mundo.
Descalificar una crítica constructiva, bien por intereses, bien por incomprensión, diciendo que coincide con la “extrema derecha”, sobre todo si viene del ámbito anarquista, no es nada nuevo. Tanto en la Rusia soviética, como durante la Revolución Española, también el comunismo estalinista, nos acusó a los anarquistas (junto a los trotskistas), de pequeño burgueses y aliados de la reacción.
El tiempo pasa, pero muchas cosas no cambian.