ARMONIZAR, poner de acuerdo, compatibilizar. En suma: conciliar. Ese es el verbo que aúna lo que muchas personas quisieran tener presente en su vida, en su día a día. Hacer algo, sin renunciar a su contrario que le haga sombra, le oscurezca o le haga daño. Lo desean todos, en invierno, en verano, durante todo el año. Y personas conozco que viven así, conciliando, o intentándolo, durante el período lectivo, cuando no abundan los respiros y hay pocos festivos y cuando es tiempo de descanso, aunque para otros continúe ir de fiesta en fiesta.
En concreto, sé de una mujer de la que conozco el horario por tenerla cerca, que va de cabeza, sin remedio. Con pareja, dos hijos que tiene, madre, suegros, primos y amiguetes de los imberbes. Con casa en la aldea que le da más trabajo que si estuviera en un barrio; tiene árboles frutales, hierbajos y un montón de insectos que por allí proliferan junto a incalificables animalejos varios. Como es obvio, vive sin servicio a su cargo: poner lavadoras, extender la ropa, plancharla, guardarla, a lo que se añade preparar desayunos, comidas, meriendas y cenas, además de otros extras que se le presentan cuando menos se lo espera. No se aburre entre tanto trasiego. Cuando me lo cuenta, yo misma me mareo.
Ahora coge vacaciones y me alegro, pero… no es lo que parece. Como las de otros trabajadores, al ser tardías, largamente deseadas, vienen también –todo hay que decirlo– cargadas de nubes gises y negras. No piensen en las lluvias que nos esperan, sino en los próximos pagos a los que tendrá que hacer frente y de los que ya dan cuentan –cuando no nos bombardean– los telediarios y noticieros. ¿Cómo desconectar en estas tres semanas de supuesto relax, siendo madre con obligados desembolsos y ocupaciones ante el inicio de las actividades escolares? Después llegarán los meses de invierno y ella, como la mayoría de los padres de familia, tendrá que volver a hacer cábalas para soportar la carga de trabajar, teletrabajar y responder ante sus superiores de las gestiones que ya deberían estar hechas, a poder ser, para ayer. Poner buena cara, sonreír, asumir todo como si nada pasara y seguir la misma rutina sin perder la calma. Es lo que le espera mes tras mes.
Y mientras, aún de medio veraneo, continúan celebrándose romerías a raudales, con las consabidas reuniones familiares. Si durante el curso estas suelen hacerse los fines de semana, en lo que todavía vienen siendo vacaciones para la mayoría de los mortales, planes y comilonas se programan en cualquier momento, incluso varias a lo largo de una jornada. Más trasiego e inesperados cambios de horarios. Los niños no duermen siesta y se ponen insoportables. Por contra, los mayores tienen ganas de jarana y de aprovechar cada segundo como si no hubiera un mañana. Esto ¿cuándo acaba? Pregunta al aire pues, con razón o algo de cuento, algunos de tener descanso de vacaciones ya nos hablan.
Yo prefiero todavía pensar en lo que hace años vivía a tiro de piedra de casa: las fiestas de mi pueblo que aún no se han celebrado; las recuerdo bastante apañadas, si bien sé que para muchos siempre fueron muy ajetreadas. Coinciden con la recogida de ciertos frutos que antaño llevaban al campo de baile en cestas de mimbre las aldeanas: nueces, higos, junto con rosquillas caseras variadas. Y pavías, esa fruta amarilla que apenas nadie conoce por ese nombre pero que viene siendo el melocotón de cualquier supermercado, aunque con un sabor que nada lo iguala. Luego viene la vendimia, que cada vez se hace más complicada. Nadie quiere subirse a la parra, salvo algunos niños que se divierten cogiendo uvas según les viene en gana.
Me escribe ahora una amiga. Ella también concilia, pero de otra manera: de tanda en tanda. La quimio la deja baldada. Unos días apenas respira. Otros, simplemente, tira. Trata de conjugar sus propias fuerzas con las que le aportan conocidos y familiares. Descanso, vacaciones, problemas laborales, son bagatelas frente a estos males. Aquí el verbo conciliar necesariamente tiene que conjugarse con el de relativizar y, como ella dice, con el de aceptar. Así, aun siendo duro, todo cobra sentido y se sobrelleva sin rechistar…