No hay figura en un terreno de juego que se acerque más peligrosamente a la condición de poeta que la del portero, siempre flotando en el hueco que queda entre el pánico existencial y el elogio desmesurado. No hay sentimiento íntimo más exhibicionista que el amor y Mestalla tendrá un año por delante para expresar su pasión por el mejor portero del mundo. En estas horas, el valencianismo llora y sonríe a la vez por el destino de Mamardashvili, como el universitario se despide de un amor que viaja de Erasmus y sabe que lo perderá para siempre. No hay nada que celebrar. Sólo cabe desearle lo mejor.

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