La Cordà de Paterna es un espectáculo pirotécnico único. Los datos de la cantidad de pólvora que manejan hablan por sí solos. Mil kilos de pólvora, 70.000 cohetes, 352 tiradores y tiradoras o 3.000 cohetes por minuto. Es objetivo que es una fiesta de interés (Turístico Nacional, como lo es desde 2017 y Cultural Inmaterial desde 2022). Son hechos que cualquiera puede reconocer sin siquiera pisar la calle Mayor las horas previas y posteriores al espectáculo.
Con todo, vale la pena pararse a mirar qué es la Cordà no por los veinte minutos que dura la cascada de ‘coetons’ y ‘femelletes’ y que cientos de paterneros y paterneras tiran con emoción, adrenalina, orgullo, sino por lo que pasa antes, durante y después.
En las horas previas al momento, el corazón de la ciudad está lleno de paseantes que circulan con los carritos de bebés o caminan con familiares para observar los últimos preparativos. Como la vida de pueblo, esta cita también va de pararse, de hablar, de comentar.
«Mi sobrino sale esta noche, estaba tan nervioso que decía que tenía un nudo en el estómago», le contaba una vecina a otra en medio de la calle Mayor horas antes de que ese mismo punto se convirtiera en el epicentro del fuego. «Este año no salgo, ya lo ves, decía una joven que arrastraba un carrito de bebé junto a su pareja». La vida, la Cordà, el fuego. Las horas previas también forman parte de esta fiesta tan característica de Paterna en la que participan cientos de tiradores de distintos colectivos del tejido asociativo local. Y es que la plantilla de participantes se forma con un porcentaje de tiradores de las fallas, de las comparsas, de las peñas coheteras y de los vecinos y vecinas. Una representación de la sociedad civil del municipio.
Una vez pasa la Cordà y después del aluvión de cohetes entre la bengala verde que da inicio y la roja que avisa del final y que pasea por la calle el ‘coeter Major’, vienen las reacciones posteriores. Y esas no solo se dan entre tiradores y tiradoras, también entre paterneros y paterneras que han observado desde balcones, terrazas y otros puntos de la ciudad, la luz y la melodía que emanaba de esa calle Mayor y ahora bajan a felicitar a sus vecinas, a sus primos o a sus amigos. «Enhorabuena, ha estado genial». Los amigos se agolpan en corritos esperando a que quienes lo han vivido desde dentro del expliquen con palabras qué han sentido, cómo ha sido.
Álex sujetaba el domingo de madrugada su casco con la mano derecha y charlaba con sus amigos y con Silvia, su compañera, quien también acababa de vivir la traca sostenida que es la Cordà. «Este año es el que mejor me lo he pasado», adelanta.
«Pese a no conocernos, en esta calle somos familia»
«Para mí la Cordà es algo que llevamos esperando todo el año y es muy bonito porque, por ejemplo, en mi caso, siempre me toca con gente que no conozco pero da igual porque en esta calle todos sabemos cuál es nuestro rol -uno abre el cajón mientras otros le hacen corro para tapar el ambiente y que no se cuelen chispas; otros encienden los cohetes con las mechas y otros los tiran- y es entonces cuando se crea la magia. Todos encajamos. En esta calle somos familia al instante, confiamos el uno en el otro, por mucho que no nos conozcamos de antes».
De la comunidad se crea la magia, dice Álex. Silvia lo piensa también, pero su viviencia es diferente pues este año ha salido por primera vez. «Al entrar da miedo, te va el corazón a dos mil, pero luego es una experiencia increíble, indescriptible». Hay quienes son veteranos y también quienes debutan en 2024.
Sergio y Nieves son pareja. Él lleva más de diez años participando en la Cordà y ella se ha animado, tras toda una vida con «la espina clavada» a salir este año. «Cuando era pequeña pensaba, ‘cuando sea mayor saldré con mi familia’ y han ido pasando los años y este se me ha dado la oportunidad. Voy a repetir seguro, lo he disfrutado muchísimo», comentaba tras la Cordà.
Ambos pertenecen a una comparsa y sus compañeros fueron quienes acabaron de convencer a Nieves, pues cada uno le dejo una pieza del traje. «Es un sentimiento de unión, todos estamos a una en la Cordà». Para Sergio participar en la fiesta significa «orgullo paternero». «Esto es un espectáculo y nosotros trabajamos para él y, si soy sincero, lo hacemos muy bien, somos los mejores», explica el tirador.
«Antiguamente, cuando cenaban las familias en la calle, en un momento dado tiraban ‘coetons’ y ‘femelletes’ debajo de la mesa y el primero que se levantaba pagaba la cena»
Una observadora ‘de cuna’
Miriam observaba desde un balcón la danza de los cohetes y la música que hacían al explotar. Lleva haciéndolo toda la vida como paternera que es. Junto a ella estaba su padre y explica, con su permiso y dirigiéndose a él, que esta fiesta tiene su origen en cenas a las fresca en distintos puntos del pueblo. «Cuando cenaban las familias, en un momento dado tiraban ‘coetons’ y ‘femelletes’ debajo de la mesa y el primero que se levantaba pagaba la cena», recuerda.
Su padre asiente. A Miriam la Cordà le recuerda al infierno y dice que a pesar de los años, «cuando se apagan las luces y suena el himno ya se nos pone la piel de gallina». Da igual si salen a tirar cohetes u observan a sus vecinos hacerlo, en lo que todos coinciden es que los paterneros y paterneras son hijos e hijas del fuego.