I. Genealogías

Titus Aurelius Fulvus Boionius Arrius Antoninus nació en una finca en la villa de Lanuvium o Civita Lavinia, a los pies de las colinas Albanas, en El Lacio, Italia, a 32 km de Roma, el 19 de septiembre de 86. Vino al mundo durante el duodécimo consulado de Flavio Domiciano y el primero de Cornelio Donabela. Sus orígenes familiares por la línea paterna proceden de Nemausus, en la Galia Narbonense o Transalpina, hoy Nîmes, Francia.

Su padre fue Titus Aurelius Fulvo, natural de Nemausus, que alcanzó un consulado en el año 89 junto a Marco Asinio Atratino. Practicaba las antiguas virtudes romanas, hombre íntegro y austero, cuando Antonino contaba 10 años. Amaba la soledad y huía del bullicio de las compañías, practicaba hacer honor a su palabra y fidelidad a los favores recibidos. Antonino adoptó de él semblantes que lo hicieron precavido y recatado.

Su abuelo paterno fue Titus Aurelius Fulvus, senador y cónsul sufecto, en sustitución del titular, en el año 71, y cónsul ordinario en el año 85. Fue legado de la Legio III Gallica en el ejército de Corbulón en las campañas contra el imperio parto por el dominio de Armenia. Combatió a los roxolanos y recibió como distinción los ornamentos consulares.

Para Wener Eck fue nombrado procónsul o gobernador de la provincia de Asia entre los años 81-83. Prefecto de Roma nombrado por Domiciano hasta el año 89. Su cursus honorum lo hizo bajo el reinado de Nerón, Otón, Vitelio y Nerva. Cultivó la amistad con el senador y escritor Plinio el Joven. Para John Grainger era la figura principal de una potente red aristocrática de la Galia Narbonensis.

Su madre fue Arria Fadila, poseedora de negocios de fabricación de ladrillo y la explotación de canteras de arcilla. Era una industria muy productiva porque no abundaba la piedra en Roma. Cuando enviudó, Arria Fadila casó con Julio Lupo, senador y un hombre con fortuna que no vivía de cargos públicos, sino de sus riquezas. De natural pacífico y no entrometido.

Su abuelo materno fue Arrio Antonino, dos veces cónsul. Tenía la facilidad de traducir poemas griegos.

Su abuela materna se llamó Boyonia Procila, sin más datos destacables.

Antonino casó con Annia Galeria Faustina la Mayor. Bisnieta de Ulpia Marciana, hermana de Trajano. Sobrina de Matilda la Menor y prima de Vivia sabina, esposa de Adriano.

Para Anthony B Ridley, los Annio de Ucubi podrían haber tenido sus propios vínculos con los Elio Adriano de Itálica. Por los escritos en la Historia Augusta se sabe de ella que era franca y extrovertida.

El matrimonio de Antonino constituyó una ayuda decisiva para que este accediera a la silla Imperial. La hispana Faustina, incluso concertó el matrimonio entre Faustina La Menor y Marco Aurelio, como nos ilustra Pilar Pavón y Daniel León Ardoy.

Su suegro fue el cónsul Marco Annio Vero, procedente de la colonia de Ucubi, Colonia Claritas Iulia Ucubi, actual Espejo, próxima a Corduba o Córdoba actual, en la Hispania Baetica (España). Fue prefectus urbis, prefecto de Roma. Inscrito en el censo senatorial como patricio designado por el emperador Vespasiano. Disfrutó de un privilegio pocas veces alcanzado, fue nombrado tres veces cónsul. En el año 97, bajo el reinado de Nerva, junto al jurista Lucio Neracio Prisco. En el año 121 junto a Arrio Augur y en el año 126 junto a Gayo Egio Ambíbulo, los dos últimos bajo el reinado de Adriano. En el ejercicio del cargo destacó por un decreto importante que impedía a los dueños castrar a sus esclavos.

Disponía de una gran riqueza, según parece, por el cultivo del olivar, como expone Anthony Birley.

Marco Annio Vero casó con Rupilia Faustina, pariente de la emperatriz romana Vibia Sabina, esposa de Adriano y sobrina de Trajano.

La educación de Antonino, cuando quedó huérfano de padre, fue desempeñada por el abuelo paterno y después por el materno, y como no, por su padrastro, a quien tomó cariño y siempre respetó. Vemos en este acto un carácter generoso y agradecido, siempre sincero, con quienes le profesaron cariño, incluso con quienes le profesaron odios acerbos.

II. Vida.

No se conoce mucho sobre su juventud, en realidad es una fase de su vida inédita por ahora, a la espera de investigaciones o descubrimientos de nuevas fuentes históricas. Se sabe que poseía importantes propiedades en Etruria, Umbría, Piceno y Campania.

Estudió filosofía, sin ahondar mucho en ella, aunque prefirió siempre la religión.

Sin ser muy beato, sí fue respetuoso con los dioses centenarios de Roma, aunque lo uno lleva a lo otro: nadie puede respetar lo que no conoce y lo que, en algún momento de su vida, admiró. Honró siempre a sus antepasados y a su familia adoptiva. La retrospectiva familiar procura fuentes de conocimiento útiles, indiciarias, sin duda, para alcanzar la mejor opción de las muchas posibles que te presenta el porvenir.

Fue abogado, aunque ejerció poco y lo hizo gratuitamente. No sentía simpatía por la retórica y ello ocasionó el abandono de su carrera forense. Ejerció como cuestor en el año 111; pretor o magistrado en el año 117 y cónsul en el 120.

Fue nombrado por Adriano como uno de los cuatro procónsules o gobernadores de los cuatro distritos en que se dividía Italia, consularis Italiae, cargo de gran notoriedad. Ostentaban toda la jurisdicción sobre asuntos civiles.

Adriano le nombró entonces consejero imperial, cargo que desempeñó junto a los jurisconsultos Vindio Vero, Salvio Valente, Volusio Meciano, Ulpio Marcelo y Diaboleno. Con este nombramiento Adriano lo tuvo a su lado para instruirle en gobernación, desconozco si Antonino Pío lo acompañó en sus largos viajes por el imperio.

En el año 133 fue destinado como procónsul en Asia hasta el año 136. Ejercicio una gobernación que superó a la de su abuelo, repleta de mesura y respeto. Yo me pregunto si este recurso descriptivo empleado por Julio Capitolino comunica algo. Comparar gestiones sin aportar otros datos que apreciaciones emotivas, son laudatorias y delatan la buena voluntad del ensayista, pero carece de contendido declarativo alguno sobre los hechos.

III. Presagios de emperador.

Según nos cuenta Capitolino en la Historia Augusta, muchos fueron los presagios que anunciaron a Antonino su destino imperial. Cuando fue gobernador en Italia, al subir a ocupar el tribunal fueron pronunciadas por un flamen o sacerdote las siguientes palabras: «Oh Augusto, que los dioses te guarden». El título de augusto estaba reservado únicamente para los emperadores y para nadie más. Esa confusión fue interpretada como un augurio de su próximo reinado.

Durante el desempeño del proconsulado en Asia sucedió un hecho de idénticas características, la sacerdotisa de Traies no pronuncio la salutación «Salud procónsul», sino «Salud emperador». La equivocación aquí también se usó como indicio de presagio imperial.

En otra ocasión, en Cízico, ciudad de Frigia, apareció en una columna suya una corona de laurel que fue colocada sobre la columna de un dios local.

Un suceso más fue la caída de un rayo sobre su casa sin dañarle cuando el cielo aparecía despejado de nubes. O bien cuando enjambres de abejas cubrieron las estatuas que le habían erigido en Etruria…

Como ya escribí en otro estudio, sucesos de este estilo fueron muy apreciados por los augures para deducir de ellos presagios sobre acontecimientos futuros, favorables o desfavorables. Especial intensidad tuvieron los comportamientos de las abejas, porque sobre ellos se deducían vaticinios sobre el fatum o destino de las personas o cosas. El paganismo como religión de Roma a principios de nuestra era permitía y fomentaba estas prácticas adivinatorias. No nos resulta extraño aún hoy, cómo el hombre busca descifrar el futuro mediante recursos insospechados.

IV. Adopción y nombramiento de emperador

Adriano prefirió como sucesor al cónsul Lucio Ceyonio Cómodo que, en su adopción, adoptó el nombre de Lucio Aelio Cesar en el 136. Enviado a Panonia como gobernador, murió de tuberculosis en enero de 138. Ante este hecho se abría un dilema para el enfermo Adriano porque no tuvo descendientes varones legítimos. Prefirió a Marco Aurelio, aunque su corta edad de 16 años frustró su decisión.

Ante esta disyuntiva, el 24 de enero del 138 d. C., el emperador decidió adoptar a Antonino, de 51 años, como hijo y sucesor, con la condición de que, en su momento, adoptara a Marco Aurelio y al hijo de Lucio Ceyonio Cómodo.

El 28 de febrero del 138 d. C., la adopción se llevó a cabo. De este modo se le reconoció como Cesar y fue cotitular del poder tribunicio y del poder proconsular, es decir, del poder del pueblo romano y del poder ejecutivo.

Antonino cambio su nombre por el de Tito Aelio Adriano Antonino.

Con una edad de 51 años, garantizaría, unos años después, la sucesión del imperio a un Marco Aurelio que se presumía, debía estar preparado para tan alta responsabilidad, como así fue.

El 10 de julio de 138, fallece Adriano y es nombrado emperador, su nombre fue: César Imperator Tito Aelio Adriano Antonino Augusto Pontifex Maximus.

Reinó desde el año 138 al 161, un periodo de 23 años de una gobernación práctica y pacífica, aunque sin prospectivas para asegurar plenamente el Imperio en el futuro.

Recibe el cognomen de Pius o Pío.

La razón de ello obedece a varios motivos que distan de unos a otros autores, aunque entre las distintas causas siempre subyacen unas mismas virtudes de clementia, humanitas, pietas y prudentia.

Para unos autores, el cognomen Pío fue debido a su talento para gobernar 23 años en paz, en moralidad, conforme a las costumbres romanas y en la rectitud de la administración. Otros, por la piedad que siempre mostró a su padre adoptivo, Julio Lupus. Como recoge Julio Capitolino, cuando Lupus falleció en Bayas, trasladó piadosa y reverentemente sus restos a Roma y los depositó en los Jardines de Domicia.

Para Le Gall y Le Glay el término Pío posee en Antonino un significado más restringido e indica a quien escrupulosamente cumplía sus deberes morales, en especial con los dioses, con sus padres y también con el pueblo a través de sus decisiones ecuánimes.

Otros lo justifican porque ante todos los senadores ayudaba a levantarse a su suegro, Marco Annio Vero, ya fatigado por la edad y los achaques. Pero este hecho, como se razona en la Historia Augusta, no constituye por sí una prueba de piedad tan decisiva como para recibir el sobrenombre de Pío por el Senado, puesto que es más bien impío o bárbaro quien no lleva a cabo estas acciones que piadoso quien cumple con lo debido.

El Senado le otorgó este apelativo el 19 de septiembre de +/- 138, el año no se conoce con precisión. En su época fue conocido más como Pius que como Antonino, declara la profesora y académica Alicia Canto.

Se preocupó del evergetismo imperial, la liberalidad y la filantropía a través de instituciones como el congiarium, el donativum y los alimenta a favor de los súbditos y ciudadanos. Un movimiento muy en auge entre las clases dirigentes romanas bajo los reinados de Trajano, Adriano y Pius. Su finalidad consistía en socorrer las urgencias vitales apremiantes, sobre todo para mujeres y desvalidos, la creación y mantenimiento de las vías del imperio, la reconstrucción de ciudades devastadas por incendios, guerras y fenómenos naturales, reconstruir y promocionar obras públicas…

Una de sus primeras tareas cuando alcanzó la silla imperial fue convenir con el Senado la consecratio, a su padre adoptivo Adriano, es decir, el reconocimiento oficial como divus.

No existía unanimidad en el Senado debido a las relaciones ásperas que Adriano sostuvo con algunos de sus miembros críticos. Antonino alcanzó una solución, ofreció el perdón del destierro a cuatro cónsules: Fábato, Dióscoro, Lípulo y Macrino; a tres censores: Fulvio, Torquato y Encenio y a dos pretores: Brusco y Emilio. Ante este gesto, las hostilidades cesaron y Adriano recibió su apoteosis.

Muchos de los senadores le afeaban ese perdón. A la pregunta sobre la causa de ese perdón, Antonino Pío les contestó:

«Adriano, mi señor, acertó en lo que hizo entonces, y yo no pienso errar en lo que hago ahora, porque él aprovechase entonces de la justicia, y yo quiero ahora aprovecharme de mi clemencia […]».

Otra de sus primeras acciones cuando alcanzó la púrpura fue ingresar su enorme fortuna en el tesoro público. Al final de su reinado, su patrimonio era inexistente, prácticamente cero.

No imitó a su antecesor en viajes por el imperio, sino que residió en Roma durante los 23 años de reinado. Es posible, desde luego, pero la falta de documentación sobre su vida invita a cuestionar esa opción porque la presencia de un emperador como de cualquier gobernante se hace necesaria y obligada al menos por una necesidad visual de ver en persona o sentir la proximidad de quien dirige tu país y tu vida.

A los que nombró directamente para cargos u oficios, los eligió entre aquellos ciudadanos más virtuosos e ilustrados, como nos indica García Moreno.

Mantuvo en Roma un viejo oficio ejercido por algunos hombres llamados cuadrupladores. Su función consistía en verificar los rumores y chismorreos, indagar el comportamiento y actos de otras personas. Cuando era descubierta alguna falta o acción indecorosa o abusiva, eran denunciados, recibiendo la cuarta parte del patrimonio del infractor. Esta consecuencia legal indica que era un oficio establecido y permitido en Roma. Pero Antonino ordenó que también se indagara la vida de estos cuadrupladores y que no fueran indemnes a la acción de la justicia.

En el caso de que levantasen falso testimonio o falsedad, hecho que constituyese una calumnia o injuria, daría lugar a la actio de calumnia y a la actio de iniuriis. Se perseguía saber la verdad, pero también destruir la mentira causada por la maledicencia.

Le preocupó la instrucción y educación del pueblo. Dispuso que los profesores que impartían docencia fueran considerados funcionarios del Estado y remunerados. Les exoneró además de toda obligación fiscal y personal. También reconoció honores y sueldo a los filósofos.

Se mantiene en esta época los privilegios de los ciudadanos de Italia que están exentos del servicio militar y libres del pago de impuestos.

En Hispania se condonó la mitad del pago del aurum coronario, arbitrio exigido por la subida al trono de un emperador, así como las exacciones por las obras de reparación de las calzadas del noreste de España que fueron acometidos en los años de Antonino Pío.

Por sus virtudes, por su fuerte convicción espiritual, se le ha querido comparar a Numa Pompilio, segundo rey de Roma, sucesor de Rómulo, en el año 715 a. C., tanto en lo físico como en lo moral. Para su biógrafo, ningún emperador llevó la dignidad imperial al más alto grado de moderación.

Pero también existen autores que achacan defectos a su administración: Tuvo gran indulgencia con los excesos vitalistas de su mujer Faustina, y a su muerte ordenó su apoteosis, su conversión a dios romano. Para mí, desde luego, examinar este hecho es violar la intimidad de los sentimientos que existieron, el fuero íntimo y privado de las personas. Esta crítica excede de la finalidad de cualquier estudio.

Marco Aurelio, como recoge Drioux, le achaca sus desarreglos y Juliano el apóstata censura su conducta privada. Sin mayores datos expuestos, estas reflexiones deben quedar sometidas a cautela.

El emperador se reconfortaba con la felicidad de sus ciudadanos, disfrutaba de la riqueza ajena porque veía en ello, la culminación de su buen gobierno. Un sentimiento limpio que no albergaba interés crematístico alguno y solo el gozo de lo bien hecho, el deleite de la perfección, la belleza y el bien. Manjar solo accesible a través de la sabiduría.

Sentía que todos los pueblos de su imperio eran miembros de una misma familia de la que él era el padre.

«La felicidad pública es la riqueza de los príncipes», frase que hizo suya y la ejerció con generosidad. Y aquella otra que demuestra su integridad: «No conozco nada más vergonzoso ni más cruel que dejar carcomer el Estado por gentes que nada le producen por su trabajo». Reflexión que encierra unos requerimientos éticos en el ejercicio de los cargos.

Su mujer Faustina le recriminaba que no sabía dar, sino solo desprenderse de grandes sumas de dinero en ayuda a personas y ciudades, crítica respondida por Antonino con la siguiente frase: «Debes saber Faustina, que después que al Imperio subimos todo lo que antes teníamos, lo perdimos, porque los príncipes tenemos la obligación de dar y no licencia de guardar».

Su forma de ser y de actuar no impidió que dos senadores atentaran contra su vida, pero frustrado el magnicidio, uno se suicidó y el otro fue desterrado o proscrito por orden del Senado. Quisieron hacer más pesquisas, investigar el origen y amplitud del atentado, ante lo que Pius declaró: «Poco me importa saber cuántas personas me aborrecen».

V. Rasgos personales

Una demostrada capacidad de trabajo; su temperamento a la hora de tomar decisiones, la rectitud, la cortesía, su humanidad. Sin duda, la clemencia y la compasión.

Su alejamiento del lujo y del ceremonial fastuoso, su gusto por la campiña, su familia y unos pocos amigos. La querencia al sosiego, a la privacidad y a la soledad que la encontró en sus propiedades rústicas.

Buscaba especialmente la amistad sincera y a quienes gozaban de ese privilegio no permitió abusar nunca de ese crédito. Pero esta forma de gobernar tan privada, tan íntima, necesitaba de una gran organización y de unos consejeros con un alto sentido de la responsabilidad y de la lealtad.

Regir el imperio exigía muchas decisiones de distinta naturaleza, de diferente calado, por eso no debe confundirse el bucólico sitio en donde al emperador le placía despachar algunos asuntos con la necesaria actividad directiva para gobernar a millones de habitantes, cientos de ciudades y un nutrido número de provincias por el mundo conocido.

Esa forma de gobernar tan especial solo es propia o de quien posee un dominio absoluto de las circunstancias, cosa que resulta imposible ante la incertidumbre de toda gobernación que trata de armonizar el interés del Estado con los intereses contrapuestos de los muchos sujetos implicados. O de quien se inhibe completamente de la dirección política, abandonando un imperio a la rutina burocrática de sus instituciones y funcionarios, rechazando cualquier iniciativa, cualquier innovación, cualquier solución a los problemas que apremian. Para mí, ambas opciones no son realistas, por eso creo que su forma de gobernar no sería tan idílica ni tan bucólica y más bien sería la propia y usual de los emperadores en palacio.

Hay un detalle que me llama la atención y viene recogido en la Historia Augusta a manos de su biógrafo, Julio Capitolino. Comía mendrugos de pan, seco y duro, para conservar sus fuerzas. No bebía vivo y el agua no era cocida, en expresión de la época, sino clara y pura. No era suntuoso en los ropajes, más bien algo descuidado, pero en modo alguno permitía la suciedad.

A propósito de la ropa. Antonino tenía por costumbre ofrecer a sus prefectos ricos ropajes para ejercer su función administrativa con cierta dignidad, porque no permitía ver cómo, frecuentemente, eran disolutos en el vivir y maltratados en el vestir…

Se hacía colocar unas tablas de tilo a la altura del pecho para compensar la curvatura propia y natural del transcurso del tiempo en los seres vivos.

Como notas personales de su actuación imperial destacamos algunas de interés.

Cuando el emperador Antonino Pío enviaba algún pretor a gobernar alguna provincia, no se contentaba con que fuese un hombre sabio, virtuoso o prudente, sino especialmente que no fuera soberbio ni codicioso porque creía que mal puede gobernarse el Estado cuando a uno le conduce su soberbia y su codicia.

Dictó instrucciones precisas para que los intendentes de las provincias cobrasen los impuestos con dulzura y mostró en todo momento interés por escuchar las quejas de los oprimidos, nos escribe Dioux.

Limitó el uso de la tortura y se interesó por los esclavos exigiendo a sus dueños un buen comportamiento, lo que quiere decir prohibir los abusos. Una constitución dictada por Antonino Pío recogió que el señor que haga perecer a un esclavo sin causa incurra en el mismo crimen que si matase a un esclavo ajeno.

Bajo su reinado se dictó en Hispania distinta normativa: el decreto de Lucio Emilio Paulo, concediendo la libertad a los siervos de Hasta. También el rescripto de Antonino Pío a Aurelio Marciano, procónsul de la Bética, sobre el procedimiento que debían seguir los gobernadores contra los dueños de esclavos que los maltrataban o los inducían a acciones deshonestas. Ante estos supuestos se aplica la medida de ponerlos a la venta.

No permitió el abuso de autoridad. Esa faceta la comprobamos en la comunicación epistolar que mantuvo Antonino Pío con su amigo Fulvio Tusculano. Nombrado pretor en la provincia de Mauritania, le privó del cargo pasados unos meses por su codicia. Ante sus protestas y lamentos le respondió de la siguiente manera:

«No tienes razón de quejarte de mí, pues el oficio te lo dio el Emperador y no Antonino; y pues, ya que tú erraste no como Fulvio, sino como pretor, así te quité el oficio, no como Antonino, amigo que era tuyo, sino como Emperador que soy del Imperio Romano».

Una práctica que ejercía fue la de ordenar a sus censores, pretores y cuestores, antes de otorgarles la gobernación, practicar un inventario de su hacienda y de su capital para que al tiempo de acabar su oficio pudiesen cotejarse el estado de su patrimonio. Siempre los enviaba con una advertencia: debían impartir justicia, pero no robar la tierra.

Para Jason Brenan, Antonino Pío llevó a sus súbditos la paz y la prosperidad e instituyó reformas que protegían y promovían aún más las libertades civiles.

VI.Gobernación.

No quiso iniciar una política distinta a la mantenida por Adriano.

Conservó la estructura centralista del imperio y mantuvo al orden ecuestre como titular de las magistraturas del Estado.

Potenció la institución del Consilium Principis principalmente en materia jurídica.

Instauró una forma de gobernar diferente, pues acostumbraba a enviar cartas a sus gobernadores comunicándoles consejos de cómo actuar ante situaciones complejas.

Creó una atmósfera de austeridad y compromiso que inspiraba a trabajar comprometidamente a sus funcionarios, moderando, si no anulando, a los cortesanos que nada aportaban, salvo sus conspiraciones, y luchó contra la venta de cargos y favores.

Antonino Pío desarrolló un liderazgo inspirador porque consiguió que sus seguidores asumieran la visión austera y eficiente que propone del Imperio.

Se obedece al emperador, y se le sigue lealmente por ser su titular legítimo, pero además por su poder personal, por su liderazgo basado en hechos y no en palabras. Un carisma aceptado emocionalmente por las magistraturas del imperio que se implicaron de muy distintas formas e intensidades.

En Antonino Pío se encuentran como fines de su gobernación el mantenimiento de la paz, la prosperidad de la sociedad, la humanidad y moralidad y la contención personal.

«Dime, serenísimo príncipe, cuál es la te veo arrepentido por cosa que

razón por la que jamás hayas hecho, tampoco veo

Conservó en el cargo a aquellos que fueron nombrados por Adriano, siempre que hubiesen sido ejemplares, y con ello, les confirió tranquilidad y sosiego, pues vieron su magistratura prorrogada para consumar su buena administración.

Se ha comentado que sus decisiones nunca fueron cuestionadas, cosa que puede parecer extraña ante el tamaño del Imperio y sus muchas instituciones. De ser cierto, indicaría la potencia de su liderazgo. A propósito de esta cuestión, Gayo Rufo le hizo la siguiente pregunta

negarte cosa que al Senado que hayas sido desobedecido».

Antonino Pío respondió:

«Si nunca me porque miro mucho Senado no me niega pido sino lo desobedecido, es mejor a la república que no a mi persona.»

Defendió a los dioses romanos frente al expansionismo de los dioses griegos. Tuvo una gran preocupación por la humanización del derecho en defensa de los más necesitados. Se ha dicho que promocionó el principio jurídico de presunción de inocencia.

Se prohibió la opción de dar muerte a los esclavos y si se probaban tratos vejatorios y trabajos extenuantes, cabría imponer al dueño su venta.

Buone-Core, resalta el compromiso de Antonino Pío con la administración municipal y sus problemas entre los vecinos. Durante esta etapa de los césares buenos y de Antonino en particular se afianza el derecho municipal. El tipo administrativo imperante, como nos ilustra el catedrático Juan Iglesias, es el municipium, civium romanorum, cuyos habitantes poseían la ciudadanía romana.

Este régimen se instaura en Roma a partir de Augusto y se mantiene en el reinado de Antonino Pío. El sistema municipal reproduce las notas del gobierno central romano con sus comicios, magistrados y senado

VII.Política exterior y guerras: el muro de Antonino

En política exterior hizo suyos los criterios de Adriano. Fortificarse en el interior del imperio y aislarse del exterior, evitar un expansionismo que causaría conflictos armados. Como indica Garzón Blanco sobre los escritos de Elio Arístides, el imperio estaba hayas pedido, ni tampoco veo cosa arrepiento de lo de hacerlo conforme cosa de las que pido, justo; si en lo que porque no mando cosa, sino que sea que a es mando nunca soy hago, es razón; si el porque no protegido por el «anillo de acero», legiones distribuidas por todos los limes o fronteras del imperio. Debido a que estas formaciones militares estaban integradas por los nacionales de los territorios en donde residían, los soldados mostraban un gran compromiso en su defensa.

Algunos estudiosos le tildan de inactivo, no acometiendo ni grandes batallas ni reformas.

Podría hablarse de una gestión plana, sin cambios. Una política que vivió de los hechos pasados de sus antecesores. Una política que no tuvo proyección exterior porque ningún territorio extranjero se conquistó. Pero mantener lo que funcionaba puede ser una buena opción porque, como sabemos, no todo lo novedoso implica mejoramiento. Conservar instituciones que operan con eficiencia puede considerarse, aunque parezca un contrasentido, como la innovación más acertada. En este sentido, ampliar la red de calzadas romanas estimuló el comercio entre alejados lugares.

Se ha dicho que debido a ese ausentismo motivo que los bárbaros comenzaran a perder el miedo a Roma y con ello espolear sus ansias de conquista. Para el historiador alemán Ernst Kornemann el reinado de Antonino fue una flagrante pérdida de oportunidades, teoría que se fundamenta en las pequeñas invasiones partas que se produjeron durante su reinado. Criterio que es también defendido por otros autores. Pero en general, los episodios bélicos fueron escasos, ninguno tuvo una plasmación en los libros de historia, a salvo algunas insurrecciones de poco calado.

Se sabe que se levantaron las tribus de la Mauritania Tingitana entre los años 145 a 152, aunque sin la envergadura que tuvo que afrontar Trajano. Los sediciosos fueron expulsados hacia la cordillera del Atlas. Este hecho obligó a los moros a pedir la paz. Comandó las legios el cónsul Muro Cespicio.

Los israelitas tuvieron tentativas de levantamiento contra los romanos en la provincia de Pentápolis. Fueron vencidos por el gobernador de Asiria, que fue enviado primero con la misión de ofrecer la paz antes que la guerra.

También hubo revueltas en Egipto que fueron sofocadas.

Una insurrección de las tribus brigantes en el norte de Britania fue reprimida. Este pueblo de origen celta ya fue sometido anteriormente por el gobernador Quinto Petilio Cerial entre los años 71 a 74 al mando de la Legio II Audiutrix y unidades auxiliares que habían estado bajo sus órdenes en Germania. Se cree que la tropa alcanzaría los 21.000 legionarios a los que se sumó la guarnicionada en Britania, sobre otros 25.000. Los brigantes estaban emparentados con otras tribus que habitaban en el noroeste de Hispania y el Sureste de Irlanda.

La sublevación en la época de Antonino obligó a entrar en combate a las legiones destinadas en Britania: La Legio II Augusta, la Legio VI Victrix y la Legio XX Valeria Victrix, todas ellas bajo el mando del legado Quinto Lollio Urbico que venció a los sediciosos.

Además de esta revuelta, los pictos atacaban con cierta asiduidad las posiciones y poblados romanos, hechos en conjunto que motivaron a Antonino Pío en el año 142 a levantar un muro a 160 km al norte del muro de Adriano, al norte de las ciudades de Edimburgo y Glasgow. Se estima que fue edificado en tan solo 8 meses.

Como muro de Antonino se entiende una seria de construcciones interconectadas entre ellas, desde elementos lineales, calzada romana, murallas, fosos, torres y torretas y el montículo exterior. Todavía se desconoce la función militar concreta que cumplían algunos de esos elementos construidos.

No fue utilizada piedra, sino que fue construida con turba y arcilla y con tepes o planchas cuadradas sobre piedra, como destaca Roberson. En algunas excavaciones se han encontrado termas romanas, sin duda, para paliar los efectos de un clima que era frío, lluvioso, oscuro y húmedo.

Esta nueva barrera defensiva fue pensada anteriormente por el gobernador Agrícola, años antes de caer en desgracia por los recelos que levantaban sus muchos talentos. Fue trazado en una barrera lineal que se extendía desde la proximidad de la localidad de Bo’ness, en el fiordo de Forth hasta Old Kilpatrick, en el fiordo de Clyde y poseía una longitud de 58 km.

El muro carecía de la solidez del muro de Adriano, hecho que motiva la creencia de que fue construido como línea ofensiva. En todo caso, su existencia fue efímera, pues los romanos tuvieron que retroceder al muro de Adriano, que sí ofrecía una consistente barrera para frenar las incursiones bárbaras.

La construcción del muro de Antonino fue celebrada acuñándose monedas en las que aparecía la imagen simbólica de Britania, sentada sobre una roca, portando lanza y estandarte con el brazo reposado sobre un escudo, como describen Mattyngly y Sydenham.

Un muro más fue levantado en Germania Superior, en la frontera del Rhin – Danubio, en el año 160. El muro germano fue edificado en piedra, utilizada también en sus torres y castillos.

De todos modos, a salvo lo escrito, muchos pueblos bárbaros depusieron las armas una vez lo eligieron árbitro de sus conflictos bélicos. Innumerables embajadas fueron recibidas en Roma en homenaje a su persona desde distintos puntos más allá del Imperio.

VIII. Comercio internacional.

Debido al prestigio del emperador Antonino Pío, el comercio romano rebasó los confines del mar Mediterráneo para llegar a la India y Bactriana, en lo que hoy es Afganistán, Uzbekistán y Tayikistán y de allí al extremo Oriente.

Los contactos con la civilización China fueron evidentes y más cuando se ha podido averiguar que en el año 166 aparecieron en la corte del emperador chino Huan-Ti, mercaderes griegos o sirios que actuaban como embajadores del emperador romano.

Mazzarino nos relata que en el palacio de este emperador se celebraron ceremonias taoístas y budistas por la salud del emperador Marco Aurelio, lo que evidencia unas relaciones diplomáticas y comerciales afianzadas desde hacía tiempo.

En unas excavaciones en Vietnam, en el delta del río Mekong, en la plaza de Oc-Eo, aparecieron áureos o monedas con acuñaciones de Antonino.

El comercio de Roma alcanzó la India, Ceilán, el sudeste asiático y las regiones occidentales y del sur de China.

En el texto de Elio Arístides, Elogio a Roma, merece destacar estas glosas que describen la importancia comercial de Roma en el mundo, unos elogios que aún hoy despiertan nostalgias de aquellos ayeres más favorables:

«De todos los rincones de la Tierra y de los mares afluyen a vosotros los productos de todas las estaciones y de todos los países, los de los ríos y de los lagos, y todo cuanto pueda crear la industria de los griegos y de los bárbaros. ¿Se desea contemplar todos estos productos? Es menester recorrer la tierra entera o habitar en Roma. Aquí se halla siempre en abundancia todo cuanto la naturaleza y la industria producen en todos los pueblos. A cada estación del año, sobre todo en otoño, tantos navíos de transporte vienen a atracar a los muelles del Tíber, que Roma es, en cierta manera, el mercado universal del mundo.

Los frutos de la India y de la Arabia Feliz son tan numerosos entre vosotros, que se puede pensar que todos los árboles de aquellos países se han quedado sin frutos. Si los hindúes o los árabes necesitan productos de su suelo, a Roma tendrán que venir a buscarlos. Los tejidos de Babilonia, las joyas más lejanas, llegan a Roma en mayor cantidad y con mayor facilidad que si se tratara de transportar a Atenas un producto de Naxos o de Citnos.

Vuestro dominio agrícola comprende Sicilia, Egipto y todas las tierras cultivadas de África […]».

Como una muestra más del prestigio exterior romano, podemos citar a que el rey de Iberia, en lo que hoy es Georgia, en Rusia, Farasmeno, visitó a Antonino Pío para rendir pleitesía y ofrecerle presentes.

Los lazzi, los armenios y los quados, rogaron al emperador que les indicaran hombres elegidos por él para gobernarles, nos ilustras Drioux.

IX. Antonino e Hispania.

La incidencia de Antonino en Hispania tuvo muchas manifestaciones. Las familias viejas de Hispania siguieron dando senadores a Roma. Entre ellos, Dasumius, cónsul en el año 152 d. C. y gobernador de Panonia y Germania. Otros personajes muy notorios fueron Roscius Aelianus y Minicius Natalis Iunior.

También de Hispania es el auriga más famoso de Roma, Caius Apuleius Diocles que participo en 4.257 carreras, de las que alcanzó el triunfo en 1.462.

La economía de Hispania alcanza cotas de máximo esplendor. Se lograron cifras máximas en la exportación de aceite de la Bética, a Britannia y a Roma principalmente, y grandes cantidades de minerales extraídos de las minas de Riotinto. También se sabe que en Hispalis, Astigi y Corduba se encontraban las industrias que fabricaban ánforas.

Hispania era productora de varios productos: esparto enviado a todos los puntos del Imperio, cultivado en Cartago Nova, en Ampurias, una hierva nociva para los animales y que crece espontáneamente en los montes áridos; lana para producción textil y lino, fábricas establecidas en Tarragona, para redes de caza. Tanto el esparto como el lino son citados por Trogo Pompeyo como productos típicamente hispanos. También las salazones, garum sociorum, alcanzan unas cotas de producción y exportación muy altas.

Las esculturas que existen de Antonino Pío en España se cifran en ocho, una fue descubierta en Málaga en una propiedad de la familia Bolín, actualmente expuesta en el Museo de Arqueología de la ciudad. La Junta de Andalucía, en su reunión del día 21 de septiembre de 2021, acuerda inscribirla en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz como Bien de Interés Cultural.

Otra obra está en poder de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y otra en el Museo Arqueológico Nacional, busto en mármol hallado en Puente Genil. Un ejemplar más se encuentra en el Museo del Prado, sala 071.

Los expertos en arte han comentado que Antonino ofreció un modelo fijo cuando asumió el imperio y lo mantuvo hasta su muerte. Por esta razón, todas las esculturas son extraordinariamente similares. En todas aparece con barba, elemento que introdujo Adriano, con semblante severo y grave, pero con cierta dulzura. En alguna porta coraza en donde aparece esculpida una medusa o efigie para ahuyentar el mal.

El príncipe murió el 7 de marzo del año 161 en Lorium a los 70 años. Muerte muy sentida, ya que, según Capitolino, se le añoró como a un adolescente. El motivo del óbito no es importante conocerlo, a pesar de que se encuentra escrito en la Historia Augusta, en lo que para mí es una falta de tacto porque es un dato que nada aporta.

Al expiar pronunció una palabra: ecuanimidad, que resume toda su vida pública.

Protegió a los cristianos apartándolos del odio de los exaltados.

Fue enterrado en el mausoleo de Adriano, su padre adoptivo, en donde también se encontraba su esposa Faustina.

El Senado decretó todos los honores para el finado y ordenó su apoteosis.

Entre los años 161 y 162 se levantó una columna en el Campo de Marte de Roma, en el monte conocido hoy como Monte Citorio, medía 14.75 m de alto y 1.9 m de ancho. Fue descubierta en el año 1703. La base de la columna que se conserva está expuesta en los museos vaticanos.

Como síntesis de su vida, puede escribirse la siguiente frase de su biógrafo Capitolino:

«[…] Ofreció su generosidad a la gente y, adicionalmente, un donativo a los soldados…».

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