En estos días, está copando los titulares de los diarios una noticia (“apoyo ¿incondicional? de Francia al régimen alauí en su ocupación del Sahara Occidental”) que, en realidad, no es noticia; más bien se trata del “reciclaje” de una vieja noticia, edulcorada con términos quiméricos (soberanía-autonomía) que ya habíamos visto (el 10 de diciembre de 2020) en el tuit del expresidente golpista y –hoy– delincuente convicto Donald Trump; y y en la misiva furtiva (el 14 de marzo del 2022) atribuida a Sánchez (que –a partir de aquel día– para los saharauis y para todas las personas de bien, sería conocido como Pedro Sánchez el Felón).

La única novedad (que tampoco lo es tanto) que se percibe en la carta con la que Emmanuel Macron agasajó (el 30 de julio) al dictador marroquí, con ocasión del vigesimoquinto aniversario de su pésimo “tele-reinado”, es el seguidismo explícito que hace de las posturas de Trump y Sánchez (al intercalar en la misma los susodichos términos falaces arriba mencionados).

Términos éstos, que son jurídica y moralmente tan improcedentes –y fuera de contexto–, como procedente es la nula credibilidad, respeto y confianza que inspiran sus autores: un expresidente golpista imputado en cuatro procesos judiciales penales (en los que se enfrenta a un total de 91 delitos graves) habiendo sido declarado (el 30 de mayo de 2024) culpable de los 34 delitos correspondientes a la primera de las cuatro causas; y un presidente del Gobierno que llegó a serlo, gracias al trueque de los siete votos que posibilitaron su investidura, por una amnistía extemporánea, de la que antes renegaba con fingida vehemencia.

Hasan II decidió suplantar el concepto de geografía política por el de geografía “expansiva”, trazando un mapa en el que las fronteras del reino son “flotantes”, se ensanchan o se encogen a gusto del Monarca

La seudoindependencia de Marruecos de Francia (el 25 de marzo de 1956) no constituyó un “adiós” sino “un hasta pronto”; de manera que la metrópolis, en cierto modo, siempre ha estado omnipresente en Marruecos, alentando y alimentando sus delirios congénitos de expansión y sus políticas de represión (inherentes a su naturaleza de régimen policial). Así, cuando Hasan II –en los años sesenta– decide suplantar el concepto de geografía política por el de geografía “expansiva”, trazando un mapa en el que las fronteras del reino son “flotantes” (se ensanchan o se encogen) a gusto del Monarca; Francia le brinda su apoyo –tácito o expreso– según el alcance de la expansión.

Es decir, cuando los confines del reino llegan hasta el río Senegal e incluyen las Islas Canarias y parte de Argelia; aquí el respaldo francés es más modesto y se limita a ser tácito; pero cuando el nuevo mapa del reino se contrae (hacia arriba) y solo abarca la mitad norte del Sahara Occidental, el apoyo galo es nítidamente expreso. 
Como en la mitad sur del Sahara (“adjudicada” a Mauritania) el ejército mauritano –en 1977– tiene serios problemas para contener los ataques de los saharauis, toca ayudar a Nuakchot y responder a su desesperado S.O.S., por lo que, desde la base militar de Dakar, los cazas a reacción Jaguar acuden raudos en su ayuda.
Cuando en 1979, Mauritania capitula y abandona la mitad meridional del Sahara, ahora la frontera austral del reino se expande (hacia abajo) abarcando el Sahara Occidental en su totalidad; y lo que antes Francia reconocía –y defendía– como parte de Mauritania, ahora reconoce explícitamente como perteneciente a Marruecos.
Independientemente de la elasticidad e ilegalidad de sus fronteras; y del carácter canallesco de sus tropelías y fechorías, Francia siempre estará ahí, presta y solícita para ayudar y, si es necesario, incluso avalar a su (en apariencia) querida Corona majzení .

La deplorable gestión de Macron y sus fallidas políticas sociales desencadenaron (en octubre de 2018) una ola de protestas que se propagó como la pólvora por todo el país, enfrentando a las fuerzas del orden con el llamado “movimiento de los chalecos amarillos”, que se tradujo en una espiral de violencia que mantuvo en vilo a Francia durante meses.
Las crisis se suceden una detrás de otra, y Francia recibe el 2024 inmersa en una nueva crisis, esta vez en el sector agrario.

El sentimiento antigalo en África va en aumento y Francia es desalojada de los países del Sahel (Mali, Burkina Faso, Níger) en pleno día, en medio de insultos y quemas de su insignia nacional

Ni las heladas ni el frio invernal extremo detienen a los agricultores, que colapsan los accesos a Paris con cientos de tractores. Y, otra vez, Macron se ve obligado a movilizar 15000 policías para tratar de evitar o aliviar el asedio a la capital.
Si en el plano domestico las cosas van mal, en el plano exterior la situación es aún peor: El sentimiento antigalo en África va en aumento y Francia es desalojada de los países del Sahel (Mali, Burkina Faso, Níger) en pleno día, en medio de insultos y quemas de su insignia nacional; y, prácticamente, hoy por hoy, Macron es considerado persona non grata en la mayoría –por no decir en todas– las antiguas colonias francesas de África; que, ahora, reciben encantadas, la mano que les tiende Moscú y Pekin.
Pero aquí no acaban los suplicios de Macron. En las elecciones al Parlamento Europeo (del 8 y 9 de junio) su partido sufre una severa derrota y es ampliamente superado por la derecha; lo cual le obliga a adelantar las elecciones legislativas, que se celebran en dos vueltas (el 30 de junio y el 7 de julio) y, una vez más, recibe un batacazo monumental que, básicamente, le deja con un pie fuera del palacio del Elíseo: Tuvo que aliarse con la coalición de izquierda (Nuevo Frente Popular) ganadora de la segunda vuelta; para evitar que la Agrupación Nacional, de la ultraderechista Le Pen se hiciera con la victoria.

Estamos ante un Emmanuel Macrón derrotado y solo que, buscando una tabla de salvación donde no la hay, tiene que plegarse a los caprichos del dictador alauí (simulando haber olvidado que ayer –en julio de 2021– se enteró por la prensa que lo espió a él y a 14 de sus ministros, mediante el maligno software Pegasus); y, encima, para complacerlo, se ve obligado a pasar por el bochorno de tener como referente al dúo caricaturesco Trump-Sánchez.

El día 31 de julio (el día siguiente al anuncio de Macron) la Unión Europea (a través de su portavoz de Exteriores) deja clara su posición: “Corresponde a cada Estado miembro reaccionar en función de sus propias posiciones. La posición común de la Unión Europea al respecto permanece invariable”.
O sea, la Unión Europea está aclarando que su postura –como Organismo Internacional– respecto al Sahara Occidental, se guía por la legalidad internacional y se mantiene invariable. Si algún Estado miembro decide situarse al margen de la legalidad internacional e inmolarse en la turbia y pestilente laguna de la infamia, allá él.

Cabe señalar que Macron, cinco días antes de su indecente anuncio, comunicó, a hurtadillas (cual niño asustadizo que teme ser reprendido) al palacio de El Mouradia su decisión. Argelia no ocultó el texto que recibió. Ese mismo día, lo publicó con los reproches y críticas que se merece; y el día que se anunció, llamó a consultas a su embajador en París (Said Moussi).
¿Qué ha conseguido Macron con esta posición “reciclada” de la República francesa, que redunde en beneficio de ésta? Lo mismo que han conseguido sus mediocres referentes: Desprestigiar y cubrir de vergüenza a su país, situándolo –en lo que a honra y seriedad se refiere– al mismo nivel que el sátrapa al que apoya.


Abderrahman Buhaia es intérprete y educador saharaui.

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