– ¿Palma?
-No me pida que le hable de Palma pues puedo ser muy crítico con mi ciudad. Pero le diré que la palabra Palma me dice caos, me incita a conjugar el verbo huir, pues eso es lo que nos queda después de ver cómo ha cambiado, ya no mi barrio, sino toda mi ciudad. El refugio es marcharse, huir de ese caos que nos ha destrozado la vida a los que todavía nos sentimos palmesanos.
– Pero en su barrio, sa Calatrava, hay cierta tranquilidad.
– ¿Tranquilidad? Por mi calle, Bastió d’en Berart, pasan unos cuatrocientos taxis diariamente. ¿Se imagina lo que es eso? En mi barrio me siento como un extraño, ya casi no quedan personas a las que puedas saludar cada día, ni los comercios de toda la vida a los que podías acudir y charlar un rato. Todo esto ha desaparecido por completo y se ha sustituido por un residente eventual que viene por unos días a alojarse a alguno de los hoteles que se han construido en el centro y que han ocupado los pequeños talleres artesanales que había en la zona o a comprar a esa enorme cantidad de franquicias que se han instalado y que son de dudosa viabilidad económica, pues los alquileres que pagan son altísimos. Las franquicias han convertido Palma en un circo. De tranquilidad, nada.
-¿Cómo ha sido cambiar esa estructura de barrio con gente de toda la vida a esa vorágine de la que habla?
– Ha sido todo tan rápido que no nos hemos dado cuenta ni nos ha dado tiempo a reaccionar. Diría que el cambio radical se ha producido en los últimos cuatro años. En la postpandemia se ha pasado de un SOS Turisme a una sumisión total a lo que viene de fuera. ¿Podía imaginar que pasaría? Pues sí, pero no tan rápido.
-¿Y la solución es realmente marcharse?
– Mire, este mismo mes, solamente de sa Calatrava y que yo conozca, tres familias abandonarán el barrio. Y si contamos las que ya se han marchado, de calatravins no quedamos más de media docena. No queda más remedio que irse, pues para sentirme extranjero en mi casa, prefiero serlo de verdad en otro sitio. Paseando por sa Calatrava solamente escuchas hablar inglés, alemán o sueco. Y otra cosa, la suciedad y la mala praxis en la utilización de los contenedores: muchos dejan la basura en las papeleras, pues a los que alquilan una casa nadie les ha explicado cómo va la cosa del reciclaje. Como ve, todo es un cúmulo de despropósitos.
-Le noto turismofóbico.
– Peor que eso, agorafóbico. No disfruto ni de salir a la calle a pasear. Me quedo en casa pues para bajar a Palma, como decíamos antiguamente los de sa Calatrava, me encuentro con miles de cruceristas que dificultan el paso. Incluso para ir a comprar ya voy a la zona de Pere Garau, que, de momento, está libre de masificación. Pero es cuestión de tiempo. En mi barrio, la Asociación de Vecinos ha sido muy activa y ¿qué hemos conseguido? Nada. Por eso le digo, el tema es irreversible y lo mejor es abandonar y marcharse.
-Hábleme de cómo era su barrio, de cómo lo recuerda de pequeño.
– Estábamos todo el día en la calle, íbamos a una de las escuelas que había cerca, como la Escuela Graduada o la conocida como Escola del pa am boli de la calle Calatrava y que tenía una sola aula y un solo profesor, como las escuelas unitarias de otra época. El patio era la propia murada. En todas las calles había una enorme variedad de pequeños comercios a los que íbamos a comprar. De hecho, no hacía falta para nada salir de esa especie de pueblo dentro de Palma que era el barrio. Algunas vecinas nuestras, mayores, y que recordaban los talleres de curtidos que hubo en la calle Pelleteria, no sabían hablar en castellano e incluso una de ellas fue a una clínica por primera vez poco antes de morir. De niño, mis padres nos llevaban por Navidad a ver las luces «de Palma», mire cómo era su idea de barrio que para ellos la ciudad era otra cosa. Tan lejos y tan cerca al mismo tiempo.
-No podemos dejar de comentar su faceta de intérprete de música popular.
– Viví prácticamente de la música hasta los cincuenta años, hasta que los recortes que se practicaron en ese campo cuando la crisis de 2008 hizo imposible subsistir como músico. Desde entonces mi conexión con el campo de la cultura popular es puntual, participando solamente como xeremier en actos concretos y que me satisfacen como el del Cosso de Felanitx al que tampoco faltaré este año.
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