Durante cuatro días, en la convención en Chicago, el Partido Demócrata ha vivido una fiesta dominada por le euforia, la alegría, el optimismo y la esperanza, emociones que nadie anticipaba hace poco más de un mes, cuando el presidente Joe Biden seguía empeñado en mantener su esfuerzo de reelección pese a las intensas dudas sobre su capacidad de llevar a término con éxito una lucha contra Donald Trump. Una vez que el mandatario de 81 años cedió a las presiones, tiró la toalla y mostró su respaldo a que tomara el testigo Kamala Harris, se inició un viaje altamente improbable (como reconoció la propia candidata) que ha llevado a la vicepresidenta y a la formación a ese estado de nirvana que se ha vivido y palpado en el United Center.
Una vez que el jueves cayeron los globos y el confetti tras la coronación de Harris y su discurso de aceptación ha empezado, no obstante, la verdadera prueba para la flamante candidata y para los demócratas. Y aunque de Chicago sale un partido rejuvenecido (incluso literalmente con una candidata de 59 años), renacido, transformado y con un nuevo vigor, las poco más de 10 semanas que quedan hasta las elecciones del 5 de noviembre son las decisivas en la lucha con el republicano.
Estas son cuatro conclusiones tras los cuatro días de cónclave.
Incluso antes del potencial impulso que se saca de una convención, Harris está navegando una ola que le ha colocado por delante de Trump en encuestas y la media de las nacionales de FiveThirtyEight, por ejemplo, señala a que su ventaja sobre el republicano se ha elevado hasta el 3.6%.
La candidata está mejorando respecto a Biden entre grupos de votantes como las mujeres o los jóvenes. Su aplaudida apuesta por el gobernador de Minnesota, Tim Walz, como candidato a vicepresidente pone en la diana a esos blancos trabajadores que en 2016 ayudaron a Trump a derribar el llamado “muro azul” demócrata en el ‘cinturón del óxido’.
Pero en Michigan, Wisconsin y Pensilvania los márgenes son muy estrechos, y Trump sigue por delante en otros estados bisagra clave: Nevada, Arizona, Georgia y Carolina del Sur. Y en un país donde no gana el voto popular sino que decide su presidente por el sistema de colegio electoral, y donde la movilización es clave, desde Chicago se ha repetido machaconamente un mensaje contundente contra la complacencia y el triunfalismo, especialmente subrayado por Bill y Hillary Clinton y Barack y Michelle Obama.
Una cosa es llevar al éxtasis a los delegados e invitados a una convención; otra, convencer a los votantes, especialmente a los independientes o indecisos.
“Los ataques a Harris van a ser feroces porque Trump y MAGA (siglas del movimiento Hacer EEUU grande de nuevo) se basan en la misoginia, en el racismo, en el odio, en la división y en apelar a los impulsos más bajos del ser humano”.
Lo que decía este jueves en el United Center Macarena Iglesias, una delegada de Florida nacida en Sevilla, es lo que anticipa para los próximos 75 días todo demócrata con el que se hablaba en la convención.
La respuesta a ello pasa por no perder de vista la meta y mantener el mensaje que ha llenado los discursos en Chicago: el de una llamada a la unidad y a tratar a los republicanos, pese a las diferencias, con “amabilidad, respeto y compasión”, usando las palabras que empleó Harris en su discurso.
Hay también, no obstante, una nueva estrategia: los demócratas han evidenciado pasan de la mera defensa al ataque y ya no huyen del humor, la mofa y la burla para tratar de empequeñecer a Trump. Atrás ha quedado el “cuando ellos se rebajan nosotros nos elevamos” que en su día promulgaba Michelle Obama, y la mayor muestra de la nueva táctica quedó en el nada sutil gesto que usó el expresidente Obama para sugerir la obsesión de Trump con el tamaño de su miembro viril.
La propia Harris en su discurso también hizo del ataque a su rival elemento central. Pero ahora queda por ver cómo se desempeñan los dos cara a cara el 10 de septiembre en el, por ahora, único debate que tienen en la agenda, su primer encuentro en persona.
Harris ha logrado en Chicago, en cierta forma, la cuadratura del círculo. A la vez que mantiene el hilo con la Administración de la que ha sido número dos ahora se plantea como una agente de cambio y estandarte de “un nuevo camino adelante”.
El partido (que por primera vez desde 1976 no tiene a un Bush, un Clinton o un Biden en la papeleta) ha abrazado conceptos que, durante décadas, han permitido que se apropiaran los republicanos, como libertad o patriotismo.
La convención, además, ha permitido proyectar una imagen de unidad más que inusual. Mientras que antes de la retirada de Biden se veía con pavor la posibilidad de que se expusieran luchas intestinas, en Chicago progresistas y moderados han ido de la mano y dice mucho la calurosa recepción que recibieron figuras como Alexandria Ocasio-Cortez, Bernie Sanders o Elizabeth Warren.
Harris ha hecho a los estadounidenses una propuesta de normalidad, pragmatismo y sentido común frente al “caos” y las “amenazas” que asegura que representa Trump,. Ha delineado en la convención sus metas pero sin dar demasiados detalles ni planes concretos de programa, algo que queda ahora para los próximos días y semanas.
Antes de la convención solo había presentado una propuesta económica, lo que hace que la lista de temas pendientes sea extensa. E incluye un tema que ha estado llamativamente ausente en Chicago: la lucha contra la crisis climática.
La candidata, además, tiene aún que sentarse ante los periodistas y someterse, ya sea en rueda de prensa o en una entrevista, a preguntas directas. En principio lo hará, según ha dicho su campaña, antes de que acabe el mes.