Durante cuatro días, en la convención en Chicago, el Partido Demócrata ha vivido una fiesta dominada por le euforia, la alegría, el optimismo y la esperanza, emociones que nadie anticipaba hace poco más de un mes, cuando el presidente Joe Biden seguía empeñado en mantener su esfuerzo de reelección pese a las intensas dudas sobre su capacidad de llevar a término con éxito una lucha contra Donald Trump. Una vez que el mandatario de 81 años cedió a las presiones, tiró la toalla y mostró su respaldo a que tomara el testigo Kamala Harris, se inició un viaje altamente improbable (como reconoció la propia candidata) que ha llevado a la vicepresidenta y a la formación a ese estado de nirvana que se ha vivido y palpado en el United Center. 

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