Zapatillas en una tienda de Decathlon, en una imagen de archivo. / Shutterstock

Fui a caer en un gran centro comercial (muy famoso) dedicado a la venta de artículos deportivos (necesitaba un chándal, ya ves tú). Nunca antes lo había pisado y me asombró, claro, la cantidad de su oferta. En la zona del calzado, por ejemplo, había miles de deportivas, tantas que aquello parecía una alucinación. “O no son verdad las zapatillas o no soy verdad yo”, me dije, porque resultaba incompatible aquella plétora con mi insignificancia consumidora. Si aquel calzado hubiera salido volando de la tienda, el cielo se habría oscurecido, aunque el Sol se hallara en su cénit. Lo mismo pasaba en el resto de las secciones, también en la de los chándales, a cuya compra renuncié porque no sabía cuál elegir.

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