La cartulina, pegada a la espalda de una vecina de Mocejón que acudió ayer al multitudinario entierro de Mateo, simplificaba muy bien el sentir de este pueblo de Toledo de 5.000 habitantes: «Mateo, presente, haz justicia desde el cielo». Desde el domingo que Juan P., un joven con 20 años, asesinara con un cuchillo a un niño de 11 años que jugaba al fútbol con sus amigos, sin mediar palabra, sin razón alguna, el pequeño pueblo toledano ha vivido una noria de sentimientos y de emociones.
De la incomprensión y la tristeza de los primeros momentos se pasó al miedo. «Yo a mi hijo siempre le digo que se deje de andar con el móvil, y se vaya a la calle a jugar, pero después de esto no quiero que salga», decía una madre en la plaza del pueblo el lunes por la mañana, antes de que el presunto asesino fuera detenido. Su arresto horas después, en casa de su padre, donde residía en vacaciones [vivía junto a su hermano más pequeño y su madre en Madrid] tornó el miedo en rabia, por si el crimen pudo haberse evitado. «Es que ese chaval [el detenido] siempre ha estado mal, debería haber estado medicado o en un centro», era una de las frases más repetidas entre los vecinos, que insistían en que «nadie» en esa familia «está bien».
«Queremos justicia»
Ayer, durante el sepelio, muchos ya solo repetían una palabra: «justicia». «No queremos venganza, queremos justicia y que caiga todo el peso de la ley para la persona que ha asesinado a Mateo», decía la propia familia del niño en un comunicado a los medios, donde defendían la labor de Assel, el primo de la madre del niño que ha ejercido con mesura, entereza y valentía de portavoz de la familia [es experto en comunicación ya que trabaja de periodista de la cadena de televisión de los obispos, Trece].
«Yo solo quiero ser un escudo para mi familia, que estamos pasando por momentos muy dolorosos», decía en ‘off the record’ a los periodistas cuando se le preguntaba por los insultos y descalificaciones que recibió al decir que no querían que se criminalizara a nadie ni se especulara con la raza o nacionalidad del presunto agresor cuando no se le había detenido siquiera. Agitadores del odio, de extrema derecha, comenzaron a acosarle y a insultarle en las redes sociales. «Me han llegado a amenazar de muerte», explicaba a El Periódico de España, visiblemente afectado.
La labor de Assel, atendiendo educadamente a todos los periodistas, a cualquier hora, permitió a sus seres más cercanos pasar por el momento más doloroso de su vida en privado, sin exponerse al público. El asesinato de Mateo, sin embargo, ha afectado y ha dejado una huella en todos los vecinos, donde su familia es muy conocida porque es muy amplia y una tía abuela del niño regenta una panadería en el centro del pueblo.
«Podía haber sido cualquiera». Esa es otra de las frases más oídas estos días en Mocejón sobre lo ocurrido el domingo en el polideportivo Ángel Tardío, cuando J. P., que tiene un 70% de discapacidad intelectual, entró por un doble agujero de la valla al campo de fútbol de césped donde había dos grupos de chavales jugando. Uno de unos 14-15 años. Otro de 11, el de Mateo y sus dos amigos.
Salvados al encaramarse al techo de un chiringuito
Los otros dos niños lograron escapar del agresor encaramándose a unas cajas de plástico de almacenamiento de botellas y salieron de la instalación desde el tejado de un chiringuito, explicaron a sus amigos tras el suceso. Mateo no lo logró. «Era más pequeño», razonaban el martes varias madres en la cafetería pegada al Ayuntamiento, que se ha convertido en una segunda oficina para los periodistas desplazados allí.
El agresor, tal como apunta la investigación, huyó del lugar de los hechos, situado en las afueras del pueblo, andando, fue a casa de sus abuelos a cambiarse, y se fue a misa con su padre, algo habitual en ellos los domingos. Solo habían pasado dos horas del asesinato y ya había decenas de agentes de la Guardia Civil estableciendo una operación jaula para encontrar al agresor, que en esos momentos estaba en misa.
«Un chaval inquieto»
«Era un chaval que siempre estaba inquieto, moviéndose, pellizcándose, pero ese día estaba más inquieto de lo normal», recordaba otra madre que estuvo presente en la citada misa de la Iglesia de San Esteban Protomártir, donde ayer se enterró a Mateo en una ceremonia multitudinaria, hasta el punto que no cupieron dentro de la parroquia muchos de los vecinos.
El asesinato del pequeño, que estudiaba 5º de Primaria en el colegio Miguel de Cervantes, sumió al pueblo en un letargo inaudito. El domingo por la tarde, el día más bullicioso, no se escuchaba un alma por la calle. La detención de Juan P. a primera hora de la tarde desperezó a decenas de vecinos, que acudieron a la casa del padre, en la calle Dalí, muy cerca del cementerio. Algunos a curiosear, otros a lamentar que algo así se podía ver venir porque «ni el niño ni el padre están bien». Había incluso quien barruntaba tomarse la justicia por su mano.
En su primera declaración, el arrestado, en una confesión confusa, reconocía los hechos: «Ha sido mi otro yo, ha sido mi copia». Mientras, decenas de guardias civiles buscaban sin suerte el arma homicida tanto por una acequia a 700 metros del polideportivo, donde el autor del crimen, que pasará este jueves a disposición judicial, dijo haberla tirado, como en la propia instalación deportiva.
Al día siguiente, el coche del padre, un Opel corsa, aparecía con el capó rayado con la palabra «asesino». En un encuentro con los medios de comunicación, Fernando, apodado como «el loco» en el pueblo, defendía a su hijo diciendo que no había dado problemas nunca. «Si le hubiérais sabido dar amor y no acosarle cuando le veis y tratarle de ‘tonto loco tonto loco’ ahora todos seríais niños felices y no subnormales amancebados y en extinción, que es lo que sois todos, dáis vergüenza», decía en un discurso inconexo el padre, que trabaja de vigilante de seguridad y al que algunos vecinos tienen «miedo», por eso evitan dar el nombre al hablar de la familia. Él, mientras, denunció que habían apedreado su casa.
Ayer, cuatro días después del asesinato del chiquillo, su familia y el pueblo le daban su último adiós a Mateo, mientras la Guardia Civil decía creer haber encontrado el arma homicida, a apenas 30 metros de la casa donde vivía. «Ha sido una tragedia, nos ha afectado a todos. Mi hija es mucho mayor que Mateo, y sigue teniendo miedo, no quiere dormir sola», explicaba una vecina mientras llegaba el cortejo fúnebre y un amigo de la familia se encaraba a la prensa: «Se os ha dicho que quieren intimidad en estos momentos, ¡respetadlo, hombre!». A la misma hora, en la otra punta de la localidad, varios vecinos entraban al poliderpotivo, cruzando el altar con flores, velas y mensajes que sus allegados han colocado estos días en la puerta y en la que se puede leer este mensaje, entre otros muchos otros: «Se me va a hacer difícil vivir sin ti, pero lo voy a intentar. Te voy a ir a ver todos los días, y también te voy a escribir. Te quiero Mateo, no va a haber ningún amigo como tú».