Mi bisabuela se llamaba María y era de un pequeño pueblo aragonés. Recuerdo que siempre me contaban una historia que la mujer repetía y que había sucedido durante la fiesta mayor de su localidad. Alguien soltó un cohete y el alguacil preguntó quién había sido. “El Marujo”, dijeron. Al Marujo, en una época en la que la gente se burlaba y no respetaba a las personas con discapacidad, lo identificaban salvajemente como al ‘tonto’ del pueblo. “¡A la mazmorra!”, chilló el alguacil. Instantes después se soltó otro cohete. “¿Quién lo ha tirado?”, volvió a preguntar el agente de la ley y el orden. “El hijo del alcalde”, respondió un vecino. “Muy bien tirado”, sugirió la autoridad. Era una época de caciques, que afortunadamente ha pasado a mejor vida.
Sin embargo, la historia, al menos en deporte, parece que no haya caducado, hasta el punto de que a los ciclistas se les puede considerar los Marujos del deporte y, en cambio, a los tenistas los podríamos denominar los hijos del alcalde de finales del siglo XIX.
Según quién seas te perdonan
Porque depende de quién seas y cómo te dopes pues igual te perdonan; unos puntos perdidos, unos pocos dólares sin ingresar y hala, a seguir compitiendo que aquí no pasa nada porque te dedicas a un deporte muy chulo y con mucha clase. Si, además, eres el número uno del mundo y justificas -siendo cierto posiblemente- que una pomada con un producto prohibido que te han dado de forma accidental es la que ha provocado el dopaje, pues indultado seas, porque te creen, a pasar página y a mirar para otro lado. Lo que se podría traducir como una verdadera chapuza.
Sigamos para explicar una situación personal que viví hace unas pocas semanas en Andorra, país en el que reside más de un centenar de ciclistas profesionales, buena parte de ellos corriendo en estos momentos la Vuelta. Una farmacia situada en uno de los pasos habituales de los corredores cuando entrenan por los Pirineos se convirtió en una especie de lugar de peregrinaje para varios ciclistas que habían llegado del Tour con las piernas destrozadas, con los músculos doloridos y que necesitaban algún tipo de calmante para entrenar con una mínima normalidad.
Las precauciones de Andorra
La farmacéutica explicaba que los corredores, muy cautos, le pedían que mirase en el ordenador del mostrador las sustancias que contenían las pomadas que ella les recomendaba no fuese caso que, por accidente, llevasen algún ingrediente prohibido en el Código Mundial Antidopaje. Mientras la farmacéutica consultaba los datos, los ciclistas llamaban a los médicos de los equipos, que saben de pe a pa lo que se puede tomar para calmar dolores, bajar inflamaciones y pedalear con mayor facilidad. Al final, entre lo que veía la farmacéutica por internet y lo que le recalcaba el médico a través del teléfono se descartaban o aprobaban las pomadas sugeridas.
El deportista, al menos el ciclista, es responsable de lo que aparezca en los análisis de sangre u orina que se efectúan en los laboratorios antidopaje. Un control positivo con el correspondiente contraanálisis puede suponer hasta cuatro años de castigo lo que en traducción correcta equivale al fin de la carrera deportiva. Suele ser la palabra del corredor, aunque diga la verdad, contra lo que dicta el reglamento y siempre el ciclista, si ha cometido una infracción, acaba con una sanción que, en el mejor de los casos quedará reducida, pero con varios meses y hasta algún año de castigo, más allá de perder sólo los puntos, que también existen en ciclismo, y las posiciones ganadas.
Despido inmediato
El positivo supone además el despido inmediato del equipo, buscarse la vida, comenzar de cero, aunque la pomada te la haya puesto un masajista para que cicatrizara el corte que te podías haber hecho en una caída.
Hay que estar pendiente de lo que se toma a lo largo del año porque en cualquier momento pueden llamar al timbre de casa para un control sorpresa. Hay que comunicar dónde se va para estar localizado y tienes que llegar tres días antes a carreras como la Vuelta para pasar los correspondientes controles de bienvenida.
El caso de Laura Barquero
Los Marujos, o Marujas, sin que nadie se enfade por la denominación, a cuento de la historia del siglo XIX en un pueblo aragonés, no son personajes exclusivos del ciclismo. Abarca a otros deportes, por ejemplo, el patinaje. Laura Barquero preparó los Juegos de Invierno de Pekín, disputados hace dos años, en la ciudad italiana de Brescia. Sufrió un corte por culpa de una cuchilla de su patín. Para tratarlo se le administró una pomada que contenía clostebol, curiosamente la misma sustancia descubierta a Jannik Sinner, número uno del tenis mundial. A Barquero nadie la creyó cuando alegó que era una pomada para tratar un corte y no para mejorar el rendimiento deportivo en el hielo. Sigue sin poder competir.
¿Alguien acepta los argumentos de un ciclista cuando da positivo y dice que ha sido por accidente? Va a ser que no. En el deporte, hay Marujos e hijos del alcalde y la ley antidopaje no es igual para todos. Por eso, cualquier precaución es poca, como cuando duelen las piernas al regresar a Andorra o a cualquier otra parte de Europa después de tres semanas compitiendo en el Tour o en la Vuelta que ahora nos ocupa.