El historiador Alberto Reig Tapia acuñó el término de «historietografía» para referirse a la infraliteratura de signo revisionista y de innegable sesgo de nostalgia franquista. En este sentido, nos recuerda que, tras el neologismo de historietografía, subyace toda una mitología franquista y, por ello, una versión no contrastada de la historia contemporánea de España, que no se explica por razones historiográficas o intelectuales, sino que se trata de un «uso ideológico de la historia con fines partidistas» y, por ello, no duda en calificarlo como «politiquería de ínfimo vuelo».
Los mitógrafos del franquismo, sus transcriptores, divulgadores o exaltadores de que alaban la supuesta «bondad» de la dictadura, se caracterizan por presentar «falsas evidencias como artículos de fe y de obligada asunción», hechos que, en expresión de Reig Tapia, han sido «mitificados hasta el delirio, primero, y mistificados hasta el hastío, después», siguiendo así la máxima de Josep Goebbels, el ministro de Propaganda del III Reich nazi según la cual «una mentira mil veces repetida acaba convirtiéndose en una verdad no discutida».
Tal vez el mito más manoseado y, a la vez, blanqueado por la historietografía franquista es el de la responsabilidad en torno a la violencia fratricida desencadenada durante la Guerra de España de 1936-1939 y el uso recurrente a la «equidistancia» pues, como señala de nuevo Reig Tapia, «es insostenible defender la teoría de ‘todos fuimos culpables’ si no se establecen, previamente, grados de culpabilidad» y, por ello, resulta obvio que las principales responsabilidades corresponden a quienes se sublevaron contra el Gobierno legítimo y constitucional de la II República y esto es una realidad innegable a pesar de los intereses denodados de los mitógrafos franquistas de «reescribir la historia con renglones torcidos al servicio de intereses políticos espurios». Olvidan que, como decía Gerald Brenan, «las guerras civiles las acaba ganando el bando que más mata» y, en este sentido, la responsabilidad de los sublevados es indudable.
Lo mismo podemos decir a la hora de tratar el tema, una vez concluida la guerra, de la posterior dictadura franquista y la implacable represión desatada por ésta, una página negra de nuestra historia que la historietografía ha tratado siempre de blanquear y minimizar. Hay que recordar, siempre, que la dictadura franquista, impuesta a sangre y fuego, como oportunamente recuerda el varias veces citado Reig Tapia, «dejó chiquita a cualquier otra dictadura europea del siglo XX. Sólo cabe ponerla por detrás de los grandes totalitarismos, el régimen estalinista y el hitleriano».
Una de las características de los mitógrafos franquistas son sus ataques viscerales a los que ellos llaman «historiadores militantes», entendiendo por tales a los demócratas, independientemente de su tendencia ideológica. Y, para ello no dudan en mentir, manipular la historia, tergiversar los hechos, y, todo ello, «en nombre de la Verdad Revelada que ellos, al igual que los iluminados de cualquier otro orden, siguen aspirando a administrar en régimen de monopolio contra los historiadores comunistas, anarquistas, marxistas, socialistas o izquierdistas de cualquier orientación».
Es por ello que los historietógrafos franquistas tienen claras conexiones con la derecha política actual pues, como señala Reig Tapia, «ambas contemplan a la izquierda de ayer y de hoy como mentirosa, inepta, corrupta, equivocada, en tanto que las derechas de ayer y de hoy son verdaderas, eficaces, honestas y acertadas», todo un perverso maniqueísmo sesgado de actitudes reaccionarias, una interpretación tendenciosa del pasado que se convierte, a través de sus libros, en un «arma de intoxicación máxima» con el objetivo de desalojar a la izquierda del poder. Tal es así que, tras el hundimiento del comunismo soviético, la «metodología» de los historietógrafos tiene por objetivo el combatir a la izquierda en general atacándola de estar completamente entregada a los nacionalistas separatistas o de estar dispuesta a cualquier cosa con tal de alcanzar y mantenerse en el poder: como vemos, líneas de ataque que se han agudizado cada vez más en la política española actual de la mano de la entente PP-Vox.
No nos debe de extrañar, por tanto, el permanente apoyo que, a su vez, ofrece la derecha española actual al fenómeno del «revisionismo histórico» de nuestro pasado traumático cual fue la dictadura franquista, cuyo funesto legado pretenden maquillar y dulcificar de todas las formas posibles, algo que resulta absolutamente contradictorio con los postulados y posiciones políticas de cualquier derecha civilizada y demócrata. Y es que, buena parte del PP y, sobre todo el radicalismo reaccionario de Vox, no sólo no han condenado el franquismo, sino que, algunos de ellos, como Jaime Mayor Oreja, llegaron a referirse al mismo como una situación de «extraordinaria placidez», expresión que es compartida por la derecha sociológica de raíces franquistas que milita en las filas del PP y de Vox.
Por ello, desde el campo de la historia, como ciencia contrastada y libre de interpretaciones tendenciosas, y también desde la política democrática, resulta esencial hacer frente a la ola revisionista alentada por esta historietografía reaccionaria y carente de todo rigor. Como dijo el historiador Pierre Vilar, la tarea del auténtico historiador consiste, fundamentalmente, en sustraer «los hechos históricos de los ideólogos que los explotan».
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