Dijo Wout van Aert, líder de la Vuelta, corredor crecido en las tierras frías de Bélgica, poco sol en verano y muchas nubes en invierno, que cuando se viene a la Vuelta ya se sabe que se pasará calor. Habrá que correr muchas etapas como si se llevase una estufa en vez de un casco sobre la cabeza.
Es ley de vida y no hay otra, sobre todo desde que la carrera se adelantó al mes de agosto y se apostó, año sí, año no, por disputar buena parte de las etapas en el sur de España, unas veces en Extremadura, como ocurrirá este martes, y luego en un desfile por Andalucía; de Sevilla a Málaga, después Córdoba, a continuación, Jaén, para acabar la aventura del sur, que también existe, en las montañas granadinas.
Mujeres y hombres duros
Son tierras de mujeres y hombres duros, activos, curtidos en el campo, arrugas en la cara, manos desgastadas por el esfuerzo, cuerpos que saben sufrir con el calor y buscar la sombra por arte de magia. Pero en la carretera muchas veces sólo hay un sol de justicia que somete al cuerpo a un cansancio extra en unas horas donde lo mejor que agradecerían las bicicletas es poder reposar en un trastero.
Portugal, tres etapas finiquitadas, tampoco es que haya sido una tierra refrescante, hasta el punto de que, en la tercera etapa, tuvieron que intervenir los bomberos. Sacaron los coches y las mangueras para improvisar una lluvia refrescante que agradeció el pelotón.
Así ocurrió en todas las localidades por las que transitó la tercera etapa de la carrera, la más calurosa de las celebradas en Portugal por culpa de un termómetro que no bajaba de los 36 grados, un infierno, un suplicio, como si pedalear fuera intentar sobrevivir en una cámara de tortura.
La costumbre portuguesa
Contaron los aficionados locales que es una costumbre portuguesa. Que los bomberos, cuando el calor aprieta y hay una carrera ciclista, sacan los vehículos y las mangueras, abren los grifos y provocan una lluvia bendita y tan refrescante que muchos se bajarían de la bici y se tomarían unos minutos de sosiego con el agua cayendo sobre sus cabezas.
Quienes alguna vez hayan ido en bici, a eso de las 4 de la tarde en un cálido paseo durante el mes de agosto, habrán comprobado que por mucho hielo que se ponga en el botellín el agua se convierte en un caldo a los pocos minutos que no sirve ni para refrescarse.
Una labor social
Ahora los corredores se colocan bolsas de hielo en la nuca, pero sólo alivia durante unos minutos. No hay otra que sufrir, pasar calor porque las etapas no se celebran con la fresca del amanecer o el atardecer, sino en las horas punta del calor más endemoniado, cuando sube la audiencia televisiva con telespectadores que siguen la carrera tumbados en el sofá y con el aire acondicionado a tope.
Los deportistas, de hecho, son como actores que cobran para que la gente se divierta y se olvide de sus problemas para celebrar triunfos como el de Van Aert olvidándose durante las retransmisiones del ajetreo y los sinsabores cotidianos. Por eso, más que por las victorias y el dinero que ganan, se pueden sentir dichosos y pensar que el sudor, el esfuerzo y el calor insoportable han merecido la pena y hasta han hecho una buena labor social.