En 1986 el iceberg A23a se desprendió de la Antártida. Pero no llegó muy lejos, porque se quedó encallado en el mar de Weddell, dentro del océano Antártico, donde pasó casi cuatro décadas varado hasta que en noviembre de 2023 comenzó a desplazarse de nuevo. Los científicos monitorizaron sus movimientos, y observaron que comenzó a alejarse de las aguas antárticas. Pero en su camino se ha quedado atrapado de nuevo, esta vez en un vórtice oceánico.

En febrero de 2024 la British Antarctic Survey, el organismo nacional del Reino Unido destinado a investigar la Antártida, publicó un vídeo acelerado donde se veía como el A23a giraba sobre sí mismo en un mismo punto del mar, ubicado cerca de las Islas Orcadas del Sur. Y hace apenas unos días la misma entidad informó que «sorprendentemente» sigue atascado allí, rotando 15º por día.

La imagen es curiosa. Más aún porque, aunque en los vídeos no lo parezca, el A23a es el iceberg más grande del mundo. Tiene alrededor de 4.000 kilómetros cuadrados de superficie (la mitad de la Comunidad de Madrid) , y poco más de 280 metros de espesor. La razón de que esta gigantesca masa de hielo se comporte de forma tan extraña tiene un nombre, el fenómeno de la columna de Taylor, que se produce cuando una corriente se forma alrededor de montañas submarinas y crea una especie de cilindro estancado de fluidos por encima, haciendo girar lentamente el agua en sentido contrario a las agujas del reloj.

«No conocía ningún caso así, y parece que no son habituales. Aunque tampoco puede resultar tan absolutamente extraño. Cuando un iceberg se desprende de una plataforma de hielo antártico normalmente se va alejando del continente, entra en la corriente circumpolar antártica y empieza a dar vueltas en el sentido de las agujas del reloj alrededor de la Antártida. Y con el tiempo se va derritiendo y se va fragmentando en trozos más pequeños hasta que desaparece. Es un proceso totalmente natural, ha pasado durante toda la historia, así que no es algo estrictamente relacionado con el cambio climático en absoluto», explica Francisco Navarro, doctor en ciencias físicas y director del grupo de Simulación Numérica en Ciencias e Ingeniería de la Universidad Politécnica de Madrid.

Ese es el camino que debería de haber seguido el A23a. Pero, de acuerdo con Navarro, durante su travesía su enorme tamaño le jugó en contra: «Estos icebergs, como son muy grandes y tienen mucha parte sumergida, a veces se encallan en el fondo y se quedan atascados durante años sin llegar a la corriente circumpolar. Eso es lo que le pasó al A23a, que se quedó varado durante años, se soltó y ahora ha vuelto a engancharse en una zona que podríamos definir como una montaña submarina, donde las propias corrientes oceánicas hacen que de vueltas».

El futuro del A23a

Para Navarro este hecho, más allá de lo curioso que resulta, no es en absoluto preocupante. De hecho, sostiene que es más bien todo lo contrario, puede ser una ventaja. Y es que, como el A23a se ha quedado en una posición fija, no supondrá un peligro para la navegación. Aunque apunta que a día de hoy los icebergs ya no suelen serlo. Ni siquiera los más grandes, porque el seguimiento satelital permite conocer su ubicación en cualquier momento aunque estén en movimiento.

¿Qué futuro le espera a esta gigantesca masa de hielo? Por lo pronto, los científicos no saben cuánto tiempo más puede estar girando. Pueden ser meses o años, pero cuando se haya fundido lo suficiente se liberará y seguirá el mismo camino que el resto, moviéndose alrededor de la Antártida mientras se derrite o se divide en trozos más pequeños hasta desaparecer.

«No supone ningún problema en absoluto», detalla Navarro. «Los icebergs que flotan cuando se derriten no contribuyen al aumento del nivel del mar. El hielo tiene una densidad menor a la del agua, y por el principio de Arquímedes sabemos que cuando el iceberg se funde por completo el hueco que ocupa el agua es el que antes tenía la parte sumergida del iceberg. Sucede lo mismo cuando metemos un cubito de hielo en un vaso con agua: cuando se funde, el nivel del líquido no aumenta lo más mínimo. El hielo solo contribuye a aumentar el nivel del mar cuando se suelta de una plataforma continental y llega al mar o se derrite», añade.

El origen del nombre de los icebergs

Navarro explica que el Centro Nacional de Hielo de EEUU hace un seguimiento de los icebergs que superan las 20 millas náuticas cuadradas (unos 68,5 km2). Y otorga a cada uno de ellos un nombre que, si se sabe interpretar, nos cuenta la historia de cada uno. La primera letra mayúscula, por ejemplo, denota el cuadrante en el que se han generado. Es decir, dónde se desprendieron de la plataforma de hielo correspondiente:

  • A = 0-90W (Bellingshausen/Mar de Weddell)
  • B = 90W-180 (Amundsen/Mar de Ross oriental)
  • C = 180-90E (Ross occidental/Mar de Wilkes Land)
  • D = 90E-0 (Amery/Mar de Weddell oriental)

«El número siguiente indica el número de iceberg mayor de las dimensiones citadas que ha sido registrado con origen en esa zona. Y es que a lo largo de su vida, los icebergs más grandes suelen fracturarse en trozos; y a esos fragmentos se les llama a, b, c… (las letras se asignan de mayor a menor tamaño de los trozos generados)», resume Navarro.

En el caso del A23a, nació como A23 en la zona de los mares de Bellingshausen/Weddell (en concreto, en la del Mar de Weddell, porque se desprendió de la plataforma de hielo de Filchner en agosto de de1986). Más tarde se fracturó, y el A23a fue el trozo mayor resultante. Aunque a lo largo de la historia otros le superaron por mucho.

«El A23a es el mayor de los existentes actualmente, pero hubo otros anteriores (ya fundidos por completo o convertidos en trozos pequeños) que fueron más grandes. El récord (desde que hay observaciones de satélite) lo ostenta el B15, que medía en origen 300 km x 40 km (12.000 km2, una vez y media el tamaño de la Comunidad de Madrid, o más de tres veces el tamaño de la isla de Mallorca). Se avistó uno anterior aún mayor, pero previo a la era satelital, luego la estimación de tamaño es más incierta. Pero se cree que tenía 335 x 97 km (unos 32.000 km2, mayor que Bélgica, casi tres veces el tamaño de la Comunidad de Madrid o nueve veces el tamaño de Mallorca», zanja el experto.



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