Corrida de toros
4.ª y última de la feria de Begoña. Más de tres cuartos de entrada en tarde agradable. Se han lidiado seis toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados y variados de pelaje. Con sus matices, corrida con opciones para la terna. Destacaron por buenos 1.°, 2.° y el 4.° a pesar de su medida fuerza. Enrique Ponce, que se despedía de El Bibio (rosa palo y oro): dos pinchazos y estocada (dos orejas). Estocada atravesada (dos orejas). Andrés Roca Rey (sangre de toro y oro): pinchazo y estocada que hace guardia (silencio). Dos pinchazos y estocada (oreja). Ginés Marín (malva y azabache): estocada desprendida (oreja). Pinchazo y estocada (oreja).
Agarró un puñado de arena y se lo llevó al corazón en señal de gratitud. Con rostro de sincera gratitud. En medio de una atronadora ovación. La más larga e intensa de la feria. Ni rastro ya de la pintura que en letras blancas decía «Ponce, gracias» en el centro del ruedo cuando la terna trenzaba el paseíllo a las seis y media. El maestro de Chiva regaló en su despedida de El Bibio una tarde magistral ante dos toros con calidad en sus embestidas, pero con distintos matices. Nada en su lidia fue superfluo Honores y gloria a un maestro de época al que acompañó en hombros Ginés Marín, que se sobrepuso a las circunstancias de un lote desclasado, para cortar una oreja a cada uno de sus oponentes. Roca Rey y su aplaudido concepto del toreo perdieron con la espada la puerta grande.
La plaza lucía espléndida. Más de tres cuartas partes del aforo cubierto. Lleno en la sombra. Que el festejo se pudiera disfrutar tiene un culpable con nombre y apellido. Si no llega a ser por la lona que instaló la empresa para cubrir el ruedo desde la víspera, la incesante lluvia de ayer (no paró de llover hasta una hora después del sorteo) hubiera dado al traste con las expectativas. Detalles. Que se lo cuenten a los de Bilbao, que ayer vieron cómo el agua les obligaba a suspender la primera del Aste Nagusia. Todo listo para despedir al maestro. En chiqueros aguardaba una corrida bien presentada de Núñez del Cuvillo. Con cuajo y más cara que el resto de la feria. Ese es el toro de Gijón. Ni más ni menos. Ponce se llevó el lote de la tarde, pero todo mejora en sus manos.
Abrió plaza un colorado de Cuvillo al que Ponce recibió a la verónica. Una media de remate. Suaves chicuelinas en el quite tras el breve paso del astado por el peto. Tras el brindis al público, enseñó la franela a un toro con galope y buen son al que llevó a media altura por el pitón derecho. Erguida la figura, toreo en redondo y conexión con los tendidos. Sin brusquedades para llevar ligada la nobilísima embestida del burel. Por el izquierdo protestó más su oponene y pronto volvió a la diestra. Fue ahí la mejor serie: muletazos lentos y con cadencia. Como si de un toricantano se tratase, de hinojos epilogó la obra con un sensacional cierre por abajo. Y el abaniqueo final, tan carecterístico en toda su trayectoria. La faena hecha, medida. El acero entre medias. Una ovación atronadora compensó la pérdida de la puerta grande.
Encontró las llaves para salir en volandas en el cuarto, una pintura de Cuvillo. Perfecto de hechuras. Bizco del izquierdo. Era el toro que acaparaba las miradas de las cuadrillas en los corrales durante una mañana bajo la lluvia. Le faltó un punto más de fuerza para ser extraordinario. Fue largo el puyazo que recibió en varas. Una buena lidia en el segundo tercio hizo brotar sus virtudes. Llegó a la muleta con superlativa calidad, pero escaso fondo. Ponce, que volvió a brindar al respetable (no siempre merecedor del nombre cuando empiezan los vivas a destiempo), lo mimó durante toda la faena. El toreo en pequeñas dosis. El arte en forma de naturales excelsos mientras sonaba de fondo «Caridad del Guadalquivir», marcha de la Semana Santa de Sevilla. Las poncinas finales provocaron el delirio de los tendisos que aclamaban una última tarde al maestro. Eso muletazos genuflexos llevaron los muletazos más profundos de la faena. No hubo una solo brusqueda. Todo despacio. Con pureza y elegancia. Hasta la estocada arriba. Dos orejas que paseó en una emotiva vuelta al ruedo. Gijón le dijo hasta siempre a un torero de época al que contemplan 34 años de alternativa. Más de tres décadas de cátedra taurina en los ruedos. Casi nada. Hasta siempre maestro.
La lona que cubrió el ruedo desde la víspera salva de la suspensión
Ginés Marín le acompañó en su salida en hombros. Fue el más certero de la terna al ejecutar la suerte suprema, pero al que la fortuna le fue más esquiva en el sorteo. Pese las escasas opciones de su lote. Puso sobre el ruedo todo lo que le faltó a sus oponentes. Fue el tercero del festejo un toro reservón y desclasado que nunca terminó de entregarse en la sincera muleta de Ginés Marín. Robó muletazos por el pitón derecho con calidad y naurales sueltos que, con mucho esfuerzo, logró esbozar en una faena de largo metraje. Una oreja fue la recompensa del público.
Otro trofeó paseó del último de feria de Begoña. A lo tonto, por chiqueros ha salido este año un puñado bueno de toros y novillos para hacer el toreo. No fue el caso del castañito de Cuvillo que hizo sexto. Ginés Marín se lo brindó a la alcaldesa, Carmen Moriyón, (para ella fueron también varios de los vivas que se escucharon toda la tarde). Entonado inicio frente a un ejemplar que no se terminó nunca de emplear. De humillar ni hablamos. Siempre corto por el derecho. Al natural llegaron los mejores lances de la faena. De uno en uno. Buenos. Ligar con ese toro era una quimera. Ginés Marín tuvo siempre que dar un paso más para forzar a un Cuvillo, garbanzo negro de un buen encierro, que pasaba por ahí a trompicones. De hecho, a punto estuvo de arrollar al torero cuando acortó las distancias. La efectiva estocada valió para que asomasen los pañuelos. Grano a grano no hace granero, pero ayuda al compañero. Se fue el público contagiando con la petición y, al final, otra oreja para el esportón.
Solo la espada impidió que Andrés Roca Rey, gran reclamo para la mejor entrada de la feria (con permiso del adiós de Ponce, claro), no completase la foto de la salida a hombros. El público así lo quería desde el principio y a buen seguro que muchos se fueron frustrados de la plaza por no conseguirlo. Por un momento pensé que le iban a pedir las dos orejas en el quinto entre vivas a España, los toros, la alcaldesa, les fiestes de Xixón. Los leotarderos se cortaron.
Las hubiera paseado a buen seguro al melocotón de Cuvillo que hizo segundo. Un animal encastado, con brío en su embestida. Lleno de emoción. Lo saludó de forma vistosa, alternando verónicas, delantales, chicuelinas y una revolera de remate. El público en el bolsillo. Roca Rey siguió el guion. En el centro del ruedo citó en largo al toro que se encontraba en el burladero del tendido cuatro. Un péndulo. Otro. Hasta tres. Todos ellos en un palmo de terreno. Ya de pie, la máxima figura del momento –lo avalan las taquillas de cada plaza y sus exigencias legítimas– comenzó a exprimir por el derecho a su oponente. Muletazos largos y mano muy baja, obligándo mucho al de Cuvillo, que izquierdas tenía un viaje más corto. Con el animal ya a menos, Roca Rey se movió como pez en el agua en las cercanías. Un cierre encimista para pasárselo por delante y por atrás para delirio de los tendidos. Cosas veredes. Así las cosas, se fue a por la espada y se perfiló con el toro en perpendicular a las tablas. Santa Rosa de Lima sabrá por qué. Ya en la suerte natural, Roca Rey enterró el acero, pero la espada hizo guardia. Todo se esfumó.
Con el cuchillo en la boca salió en el quinto. Otro Cuvillo de impecable lámina. Apenas pasó nada en los primeros tercios. Bueno, sin el apenas. Inició Roca Rey la faena de muleta de rodillas. Más impacto y eco tuvieron los remates que lo fundamental durante toda la lidia. La arrucina, los pases de pecho, el pase de las flores… despertaban los aplausos como quien ve por primera vez el mar. Era el izquierdo el pitón del toro. Por ese lado, al que llegó en la tercera tanda, el Cuvillo iba más humillado y largo. El esfuerzo del diestro se vio de nuevo cuando optó por acortar distancias. Sin salirse del guion. Y eso que muchos de esos muletazos, tan aclamados, los dio colocado por detrás de los pitones del toro. Y el toreo es de frente. Pero la tauromaquia es democrática y el público que paga soberano. Los dos pinchazos previos a una impecable estocada en toda la yema –a la salida del primero el toro lo prendió, pero afortunadamente sin consecuencias– no impidieron que, al menos, pudieran darle una oreja a su torero que, por primera vez en Gijón, no pudo irse en volandas para arropar al maestro Ponce.
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