Somos cada vez más viejos pero el inicio liguero nos reconecta con la sensación de volver a ser niños ante el álbum de cromos. Probablemente, ambas cosas sean verdad. Las cuatro estaciones introducen en nuestra vida la idea de los ciclos que se repiten, un poco igual que una escalera de caracol. Sin embargo, en paralelo, nuestro tiempo de vida avanza siguiendo una linealidad de sentido único, hacia una degeneración irreversible. En el fondo, vivimos entre una temporalidad cíclica, que nos convierte en niños inocentes con cada inicio de Liga, y otra lineal, que nos vuelve más cínicos y descreídos. Esa dicotomía explica nuestro sentido como aficionados al fútbol, como los niños viejos que somos.
¿Hacia dónde camina el proyecto del Valencia? Baraja fue muy claro tras la derrota ante el Barça: «Sin inversión es difícil plantearnos otro escenario distinto al que tenemos en este momento». Ante este dolor, algunos aficionados valencianistas piensan que los sueños juveniles se han desvanecido, que la vida ya les ha mostrado todas sus cartas. Sin embargo, sólo se es viejo de verdad cuando uno se rinde y se entrega a la melancolía, callado, con la mirada perdida.
En el fútbol, como en la vida, la cumbre de la gloria es siempre efímera, pero deja un aroma eterno. Saber que tus seres queridos están sanos tras unas horas de incertidumbre se celebra tanto como un gol en el descuento porque ambos tipos de abrazos son eternos. Las mejores alegrías llegan fruto del sufrimiento.
Probablemente, algún día conviertan a Mestalla en pisos de lujo. Ese día, costará más todavía el ejercicio de volver a ser niños cada final de verano. Sin embargo, sus fuerzas telúricas vivirán siempre en el alma de los niños que lo pisaron. Cada verano que termina siempre es el último verano de nuestra vida, pero en septiembre comienza una y otra vez el año nuevo.
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