Decir que es una obra maestra en el género de series de televisión es hacerle escasa justicia. Me refiero por supuesto a Mad Men, un clásico recién incorporado a Netflix, donde seguro que alcanzará una audiencia mayor que en AMC, la cadena que la produjo y estrenó originalmente. Como diría un crítico cursi, Mad Men no es solo una historia de publicitarios (no publicistas, que son los juristas especialistas en Derecho Público), sino que es un auténtico fresco al natural de la sociedad consumista que se forjó en los años de la posguerra mundial.
Estados Unidos alcanzó un papel hegemónico en la Segunda Guerra Mundial. En los años que siguieron a su papel decisivo en la victoria contra las potencias del Eje, la economía norteamericana, que representaba entonces la mitad del PIB mundial (hoy representa la cuarta parte) vivió una explosión de riqueza y propició una primera fase de globalización después de forzar la disolución del imperio británico, condición que impuso Roosevelt a Churchill para entrar en la guerra. Aunque vivió episodios pasajeros de recesión, la economía americana creció a ritmos del 4% un año tras otro en las décadas de los 50 y 60. La incorporación de la mujer al trabajo se aprecia en la serie, aunque era tan novedosa socialmente que una secretaria o telefonista (no llegaban a más en esa época) se consideraban carne de cañón para los apetitos lascivos de los directivos. Solo una feliz intervención casual, acertando con una brillante frase publicitaria para una marca de lápiz de labios, permite que la secretaria Peggy Olson (interpretada por la estupenda Elisabeth Moss) ascienda a redactora creativa.
Por lo demás, es sorprendente la calidad del vestuario y del atrezzo en general de la serie. Y en cuanto a las costumbres, para siempre nos resultará chocante el ver a la gente de cierto nivel fumando como carreteros y bebiendo como si no hubiera un mañana. A propósito de esto, recuerdo un spot que iba de un ricachón que se despierta en su cama, abre las puertas de su habitación y se sumerge en la piscina, al final de la cual le espera un lingotazo de whisky. La propuesta del anuncio era: «El día comienza con Black & White». O sea, si el desayuno de campeones era eso, nos podemos imaginar cómo sería la ingesta de alcohol en el resto de la jornada.
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