«Quiero que seas mi Cholo Simeone». La frase la escuchó Rubén Torrecilla el verano pasado. Se la dijo el dueño del club. El deseo era real, se demostró cuando al equipo se le atascó el invierno y, a pesar de las voces contrarias, muchas y de mucha confianza, se mantuvo la fe en el preparador extremeño, el único que ha hecho campeón de liga al Hércules fuera del fútbol profesional. La confianza en el técnico es tan grande que se han satisfecho todos sus deseos en la confección del vestuario, incluidos los que van en contra de los intereses de la entidad, que precisaría de que un activo como César Moreno fuera útil en una empresa con la que tiene contrato hasta 2027. No podrá ser…
El reto que tiene ante sí el entrenador es tremendo: elevar la corriente de ilusión que desbordó el ascenso y, con ello, poner fin a la maldición que «impide» a los técnicos encadenar más de dos veranos en Alicante. Hace treinta años que un preparador blanquiazul no completa dos temporadas en el banquillo. El último capaz de lograrlo fue Quique Hernández, en 1994. Desde entonces, nadie lo ha conseguido.
Quien estuvo más cerca fue Esteban Vigo, pero fue destituido a cinco jornadas del final después de haber sellado el último ascenso a Primera División del palmarés alicantino. El Boquerón se quedó sin ideas (y sin aliados sobre el césped) en la segunda vuelta cuando los impagos de las nóminas y los cortes de agua caliente en las duchas de Fontcalent empezaron a ser recurrentes.
Ni tan siquiera Lluís Planagumà, que también selló una campaña inmaculada, pese a los aires de despido que soplaron en el arranque, llegó tan lejos en su segundo curso.
El de entrenador es un oficio eléctrico, rebosante de presión, de daños a la salud mental, al bolsillo, a la planificación familiar. Los es porque se antoja el eslabón más débil de la SAD cuando las temporales arrecian con más fuerza.
Un patrón que se repite
Desde que Enrique Ortiz se hizo con la mayoría accionarial del Hércules, a finales de 1999, ningún preparador ha sido capaz de completar dos ejercicios en el cargo. Pero no es un mal ligado al constructor, en los más de cien años de existencia del Hércules solo seis técnicos han prorrogado su mandato en el vestuario dos o más temporadas consecutivas.
El primero fue Manuel Suárez, en la década de los 30; luego Gaspar Rubio, en los 40; Arsenio Iglesias permaneció 4 campañas seguidas al frente del equipo blanquiazul entre 1973 y 1977. Su sustituto, Benito Joanet, dirigió al Hércules en dos campañas consecutivas; Koldo Aguirre hizo lo propio entre 1979 y 1982. Después, únicamente Quique Hernández tuvo capacidad (y resultados suficientes) para cerrar dos ligas de principio a fin sentado en el banquillo del José Rico Pérez.
Torrecilla goza del respaldo del club, del 99% de su plantilla y, a pesar de los desaires pasados, de la mayoría del Rico Pérez, que en el último partido de preparación estival, frente al Murcia, terminó entonando un cántico a favor del preparador de Jarandilla de la Vera, un hombre de profundos principios católicos que se enfrenta a partir del sábado al reto más importante de su carrera como entrenador: devolver al Hércules al balompié profesional en solo dos golpes.
No debería marcárselo como objetivo capital, pero la urgencia por ser otra vez parte de la élite, le condena a firmar una campaña brillante desde el minuto uno. El sábado se enfrenta al Ceuta (20:00 horas) de otro gran preparador, José Juan Romero, una excelente unidad de medida para calibrar el encaje del segundo proyecto en la ciudad del hombre que, como interino, dirigió cinco encuentros de liga en Primera División al Granada el año que terminó bajando.