Entusiasmo, alegría, esperanza. Todo lo que hace menos de un mes estaba ausente entre los demócratas de Estados Unidos conforme se encaminaban hacia las elecciones presidenciales de noviembre con el octogenario y debilitado presidente Joe Biden como candidato para medirse a Donald Trump fluye a raudales ahora. La vicepresidenta Kamala Harris ha cogido el testigo de esa candidatura y ha dado un vuelco inesperado a una carrera que ya era extraordinaria. Con la selección del gobernador de Minnesota, Tim Walz, como su acompañante en el ticket ha inyectado aún más vitalidad a su propuesta. Y la candidata y el partido llegan a su convención, que arranca este lunes en Chicago, con una energía que solo puede compararse a la que se palpó en 2008, con la también histórica candidatura de Barack Obama.
Hay nubes que se ciernen sobre el cónclave. En la misma ciudad que en 1968 entró en la historia negra de EEUU con una brutal represión policial de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam ahora se espera a miles de manifestantes en protestas, especialmente por la guerra en Gaza, herederas de las que se vivieron en los campus hace unos meses. El alcalde, Brandon Johnson, que es progresista y antes de político fue profesor y sindicalista, ha prometido respetar los derechos de libertad de expresión y manifestación, pero cómo evolucionan las cosas es una incógnita.
Las notas de disenso también pueden llegar hasta dentro del United Center, el estadio donde juegan los Chicago Bulls de la NBA, a través de la treintena de delegados que en las primarias recogieron 700.000 votos de protesta contra Biden, mayoritariamente por su apoyo inquebrantable a Israel pese a la agresiva respuesta militar a los ataques de Hamás del 7 de octubre que han dejado 40.000 muertos en Gaza y una tragedia humanitaria. Esos delgados mantienen reclamaciones para Harris y para el partido, como una petición de alto el fuego en Gaza y un embargo de armas o reflejar en el programa un cambio en la política exterior alejándose de Israel, y aunque tienen nulas opciones de alcanzar esas metas, pueden exponer grietas.
Fiesta
Los cuatro días de convención en el mismo escenario donde en 1996 Bill Clinton reafirmó su camino a la reelección en un ambiente festivo a ritmo de La Macarena son, en cualquier caso, un momento de celebración y de oportunidad para los demócratas.
Dan la opción a Harris y a Walz, que ya han sido formalmente nominados por el partido, de culminar ante los estadounidenses esa presentación que han hecho de forma acelerada en las últimas semanas y expandir su mensaje más allá de las bases demócratas que han llenado sus mítines y entre las que ahora el entusiasmo, según un sondeo de Monmouth, está en el 92%.
Buscarán ampliar una proyección que ya empieza a reflejarse en otras encuestas. Porque con el dúo Harris-Wall los demócratas han visto subir el apoyo especialmente entre mujeres, jóvenes y minorías y cómo cambian y mejoran sus perspectivas de cara a noviembre. Sondeos recientes de ‘The New York Times’ y Sienna College, por ejemplo, muestran a la demócrata adelantando a Trump en los tres estados bisagra claves del llamado ‘cinturón del óxido’ (Michigan, Wisconsin y Pensilvania) y poniendo en juego de nuevo los del ‘cinturón del sol’ (Arizona, Nevada, Georgia y Carolina del Norte).
Ese giro de guion ha descolocado al republicano, que pese a su condena penal por 34 delitos en Nueva York ha esquivado de momento otros problemas legales con la inestimable ayuda del Tribunal Supremo, ha ratificado el dominio absoluto de su partido y se vio incluso más reforzado tras superar un intento de asesinato. Salió de su propia convención en Milwaukee eufórico, elevado a los altares, y acompañado en el ticket por un delfín como J. D. Vance, cuya selección fue muestra de su absoluta confianza en su retorno a la Casa Blanca. Ahora se ha lanzado primordialmente a los duros ataques personales a Harris, con la que se medirá en su primer debate el 10 de septiembre.
El relevo
La convención también sitúa a la vicepresidenta ante una complicada misión, en la que deberá realizar un delicado equilibrio. Porque debe respetar el legado y la herencia de Biden, que el 21 de julio se vio forzado a pasar el testigo cuando, tras su desastrosa actuación en el debate con Trump tres semanas antes, no pudo sostener más la presión y hubo de rendirse a la evidencia de su debilidad como candidato. Pero Harris, su vicepresidenta, a la vez debe delinear y exponer su propia propuesta diferenciada: cuáles son sus prioridades, su visión y su mensaje; cuál y cómo es su partido.
Esa transición se refleja en el calendario de la convención. Biden hablará este lunes, cuando también se escucharán las palabras de la primera dama, Jill Biden, pero no está claro que vaya a seguir en Chicago para el resto del cónclave.
El lunes también está prevista la intervención de Hillary Clinton, la primera mujer que antes que Harris acarició la ruptura del techo de cristal que hasta ahora ha mantenido a las mujeres fuera del Despacho Oval, un techo que Harris, hija de un inmigrante de Jamaica y otra de la India, podría hacer añicos de forma reforzada: también como la primera presidenta de color.
Además de otras estrellas emergentes de los demócratas a los que la nominación de Harris obliga ahora a poner en barbecho sus ambiciones presidenciales (como los gobernadores Gavin Newsom, Gretchen Whitmen or Wes Moore), más pesos pesados del partido pasarán por el escenario en horario de máxima audiencia: los expresidentes Bill Clinton y Barack Obama, la exprimera dama Michelle Obama o la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, que fue fundamental para que Biden renunciara a continuar. Y tras el discurso el miércoles de Walz, la traca final llegará el jueves con el de Harris. A partir de entonces, empieza de verdad la carrera.