Mientras Oriente Medio sigue dudando si liarse a golpes de todos contra todos, en otros lugares se continúan orquestando golpes de Estado que hay que reconocer que antes se daban con más espectáculo, como cuando el general Pavía, un espadón mostachudo, entró a caballo en el Congreso, o con más ridículo, como cuando el coronel Tejero, también mostachudo pero sin caballo, ocupó el hemiciclo al poco elegante bramido de «¡se sienten, coño!». A veces eran golpes aplaudidos por el respetable como los del general Riego en 1820 para restaurar la Constitución de 1812 en contra del absolutismo de Fernando VII, o el del general Prim para acabar con una Primera República que había perdido el norte, el sur, el este y el oeste. Otras veces eran intentos regeneracionistas bienintencionados pero equivocados como el de Primo de Rivera en 1923, o involucionistas como el de Franco en 1936, que desembocó en una guerra civil seguida por una dictadura de cuarenta años. En España, tenemos modelos para todos los disgustos pues para nuestra desgracia nunca nos han faltado iluminados «salvadores de la Patria» al margen de los deseos de sus compatriotas.
Los golpes de Estado del siglo XXI son diferentes. Es verdad que aún quedan nostálgicos del pasado como ese general Zúñiga que acaba de intentar un golpe a la antigua con sus soldados atacando el palacio presidencial en La Paz, o los recientes golpes africanos en Malí, Níger, Burkina Fasso, etc. que todavía siguen los viejos patrones del pronunciamiento militar, con tanques y todo, y que cuando fracasan pueden acabar en guerras civiles y catástrofes humanitarias como la actual de Sudán.
Pero esos son restos de una tradición golpista llamada a desaparecer para ser sustituida por nuevas formas más sutiles y más acordes con la sensibilidad actual. Hoy los golpes más eficaces se dan desde el mismo poder, vaciando desde dentro la democracia que permitió un día obtenerlo: es lo que hizo Hitler y es lo que hacen ahora dirigentes como Bolsonaro, Trump, Milei, Orban, Erdogan o Netanyahu, entre otros. Todos ellos han alcanzado el gobierno por la vía de las urnas y una vez en él han socavado la Constitución y las leyes para adecuarlas a sus intereses; las libertades democráticas, en especial la de expresión con el control de los medios críticos; o la separación de poderes, en especial la independencia judicial con nombramiento de jueces afines o el silenciamiento de los que no se someten. Porque los periodistas (que tienen la funesta manía de denunciar) y los jueces (que tienen la no menos funesta de velar por el respeto de las leyes) les resultan molestos para llevar a cabo sus planes de concentración del poder en el Ejecutivo que ellos controlan, marcando así un camino hacia fórmulas autoritarias de diverso tipo que ganan terreno en el mundo. Hay que estar vigilantes. Biden ha descrito esa pugna entre democracias y autoritarismos como una de las claves que explican la actual geopolítica mundial.
Es precisamente lo que pasa en ese país tan desgraciado y próximo que es Venezuela, que tan generoso fue con tantos españoles que huyeron primero de la pobreza, luego de la Guerra Civil y finalmente de la miseria que la siguió. Venezuela es un país bendecido por la Naturaleza con todos los dones que le es posible conceder, y castigado por una clase política que lanzó al pueblo en brazos de un invento nefasto llamado «socialismo bolivariano» que en pocos años ha llevado a la miseria y a la confrontación social a todo el país, sin que Rodríguez Zapatero tampoco esta vez parezca haberse enterado de nada. Su silencio es tan estruendoso como el de Sánchez con la charlotada de Puigdemont. Con ya casi ocho millones de exiliados económicos y políticos, la desesperanza y la frustración que ahora provocará el pucherazo electoral de Nicolás Maduro hará que sean más los venezolanos que busquen salida en la emigración ante la falta de perspectivas que ofrece el escenario doméstico y que solo empeorará con el previsible aumento de las sanciones internacionales, que será la forma que adoptarán la condena y la frustración Internacionales ante un golpe de Estado denunciado también por la ONU pero que tiene el respaldo de unas Fuerzas Armadas compradas con su participación en todos los negocios posibles, legales e ilegales, y por unos eficaces servicios de Inteligencia pastoreados desde Cuba. ¡Pobres venezolanos! No se merecen estos políticos.