Un gran amigo se ha comprado unos buenos auriculares con cancelación de ruido, al objeto de convertirse en un ser totalmente asocial cuando viaja en el AVE; cosa que hace con mucha frecuencia, pues es un sevillano exiliado en Madrid. A mí me aconseja vivamente que me haga con uno de esos aparatitos para volverme sordo y no oír nada de mis compañeros de viaje, pero yo prefiero dejarme llevar por la realidad de lo que se escucha en esos trenes; toda una muestra de lo que somos como sociedad y hacia dónde vamos. Los guionistas de series de éxito deberían hacer estos viajes con frecuencia para encontrar nuevas tramas y personajes. De mi larga experiencia como viajero curioso recuerdo con verdadero pavor la escena de seis ciudadanos orientales, cuatro sentados en la mesa y otros dos detrás, encaramados, que jugaban con furor, gritos y demás pasiones sonoras a un desconocido, para mí, juego de cartas. Cada vez que uno ganaba, daba sonoros golpes en el tablero. Me recordó la escena de «El Cazador» (1978) cuando Robert De Niro y Christopher Walken jugaban a la ruleta rusa, abofeteados por sus captores del Vietcong. En otra ocasión, una pasajera, justo detrás mía, con alto tono de voz, estuvo dos horas explicando por teléfono a alguien de su confianza las razones para su ruptura de pareja; de modo que pronto sentí aprecio hacia ella, como si la conociera de toda la vida. Lo curioso es que la causa objetiva del adiós nada tenía que ver con infidelidades o incompatibilidades personales. Era un problema, exclusivamente, de aceptación de la familia del otro. El uno no soportaba a su suegra y ella no entendía la estrecha relación de su novio con su hermana. Les aseguro que los retratos psicológicos de las perturbadoras de la relación dejaban a «Los Serrano» en una serie infantil para niños de tres años. Al lado, simultáneamente, un caballero explicaba a otro que, como trabajadores autónomos que son, tenían que romper Madrid en la única semanita que se iban a coger de descanso, precisamente ésta del puente de la Virgen de Agosto, que estamos viviendo hoy. Benditos autónomos que mantienen este país a costa de muchas horas y poco descanso. Solo una semana al año. En otra ocasión, les confieso que sí acerqué el oído para seguir la conversación de dos jóvenes veinteañeros. El uno explicaba al otro que ya había obtenido la licencia de maquinista de tren, después de haber pagado 10.000 euros a una academia especializada, que garantiza el título para trabajar en empresas privadas y, lo que es mejor, optar con ciertas garantías a un puesto fijo en RENFE. Los padres del afortunado habían pedido un crédito, que ya les estaba devolviendo porque trabajaba en servicios nocturnos de mercancías. El escuchante tomaba notas, convencido de que pronto sería él quien se sentaría a los mandos de una máquina. No me pareció cara la inversión. Lo más extraño para mí es estar al lado de dos personas -las…
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