Terminaba 2023 y con él, la fase más exacerbada de la crisis inflacionista. Prácticamente todo aquello que puede comprarse en un supermercado acumulaba dos años de encarecimientos aparentemente descontrolados. La alimentación llegaba a diciembre un 23% más cara que en enero de 2022, cuando subía, pero lo hacía a cotas que aún alarmaban a pocos. Las bebidas, poco más o menos lo mismo: insumos como los refrescos o el agua se encarecieron un 20% en dos años, y el alcohol, un 15%. Los productos de limpieza, un 16,5%; los artículos para el cuidado personal, casi un 12%; y los productos para animales domésticos, por poner más ejemplos, otro 24%.

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