Las dos noticias llegaron casi al unísono. En el centro de Gaza, Mohamed Abu Al Qumsan acababa de registrar el nacimiento de sus dos hijos gemelos en una oficina municipal, cuando sus vecinos le informaron de que esos certificados ya no valían nada. Durante su ausencia, el Ejército israelí había bombardeado su vivienda provisional en Deir Al Balah, matando a sus dos bebés de cuatro días, su mujer farmacéutica y la abuela de los niños. Mientras Al Qumsan se retorcía de dolor ante las cámaras de Associated Press, en el centro de Washington, la Casa Blanca acababa de aprobar uno de los mayores paquetes de ayuda militar a Israel en muchos años. Nada menos que 20.000 millones de dólares en armas. Un paquete que incluye 33.000 municiones para tanque y 50.000 para mortero, así como 50 cazas F-15 y vehículos de transporte militar. Los aviones tardarán años en llegar; la munición se espera que lo haga pronto.
La secuencia de acontecimientos del martes sirvió para poner de manifiesto la chirriante disonancia de la política de Joe Biden en Oriente Próximo. Un presidente que lleva meses pidiendo a Israel que tome medidas para minimizar las bajas civiles en Gaza, mientras aporta muchas de las armas que han servido hasta la fecha para enterrar a 40.000 palestinos, la mayoría civiles. O un presidente que reclama un alto el fuego en la Franja para evitar la expansión regional de la guerra, mientras aviva ese mismo fuego enviando a Binyamín Netanyahu munición a espuertas para prolongar la matanza en Gaza y ajustar potencialmente cuentas con su archienemigo iraní.
“Autorizar miles de millones de dólares en nuevas transferencias de armas, otorga a Israel en términos prácticos carta blanca para continuar con sus atrocidades en Gaza y trasladar el conflicto al Líbano”, ha dicho este miércoles Josh Paul, un antiguo alto cargo del Departamento de Estado que dimitió hace unos meses en protesta por la política de Biden en la región. Desde que comenzó la guerra el pasado 7 de octubre, desencadenada por la brutal incursión de Hamás en el sur de Israel, en la que murieron casi 1.200 personas y otras 250 fueron secuestradas, el demócrata ha autorizado más de un centenar de paquetes de armas para Israel, según declararon funcionarios de la Administración en una sesión clasificada en el Congreso y aireada en marzo por ‘The Washington Post’. Lo que incluye más de 14.000 bombas de una tonelada, según Reuters. Sin esa ayuda, decía una fuente del diario, Israel no podría haber mantenido su campaña militar en Gaza.
Días decisivos en Doha
Las propias leyes estadounidense obligan a suspender la ayuda a todas aquellas unidades militares sospechosas de incurrir en flagrantes abusos de los derechos humanos. Es lo que hizo hace tres años con el armamento ofensivo para Arabia Saudí ante las denuncias de que sus tropas han matado a miles de civiles yemeníes en la guerra que Riad libró durante años en Yemen. (Un veto que se levantó este mismo lunes, aprovechando el alto el fuego vigente en Saná desde finales de 2023 y el interés de la Casa Blanca en buscar la ayuda saudí en Gaza e Irán). Con Israel, sin embargo, el Congreso ha vuelto a hacer la vista gorda. Ni el juicio en La Haya por el “plausible genocidio” en Gaza ni la acusación del fiscal de la Corte Penal de Justicia contra los líderes israelíes por presuntos crímenes contra la humanidad han tenido ningún efecto.
Y todo esto llega a solo un día de que comience en Doha la nueva ronda de conversaciones para tratar de alcanzar un alto el fuego definitivo en la Franja. Un escenario que, según Biden, serviría para abortar las prometidas represalias de Irán y Hizbolá contra el Estado judío, represalias que amenazan con desencadenar una guerra total en la región. “Estamos tratando de bajar la temperatura, disuadir y defender, y evitar un conflicto regional”, dijo el martes por la noche en el Consejo de Seguridad la embajadora de EEUU ante la ONU, Linda Thomas-Greenfield.
Hamás no estará en las negociaciones
Hamás ha comunicado que no participará inicialmente en esta ronda al no tener garantías de que se partirá de la propuesta presentada por los mediadores en julio, antes de que Israel liquidara en Teherán al líder de su brazo político y cabecilla en las negociaciones. Pero la ausencia de los fundamentalistas palestinos no debería ser un obstáculo insalvable porque las negociaciones han sido siempre indirectas, con la inteligencia egipcia y qatarí haciendo de correa de transmisión de las propuestas de Hamás. En el otro bando, ‘The New York Times’ publicaba hace unos días que Netanyahu ha ido añadiendo nuevas condiciones a la propuesta inicial de EEUU, complicando la entente por el camino.
Ante las dificultades para forzar a su aliado a acabar con la guerra, un desenlace que interesa electoralmente a los demócratas, Biden podría haber utilizado los envíos de armas como baza para presionar a Netanyahu, como le piden desde hace meses algunos congresistas de su partido. Algo parecido a lo que hizo George Bush padre en 1991, cuando congeló las garantías de crédito para Israel con el fin de obligar a su primer ministro, Isaac Shamir, a asistir a la conferencia de paz de Madrid. Por entonces funcionó, pero Biden ha vuelto a optar por el camino contrario. Aportar más armas cuando se quiere evitar el incendio de la región, otro severo golpe a la credibilidad de EEUU como garante del orden internacional.