La clausura de los Juegos Olímpicos de París 2024 apaga el más icónico de los símbolos: la llama olímpica. Nada menos que símbolo de la entrega del fuego a los mortales que tan caro salió a Prometeo. El ejemplar castigo con el que el titán pagó su osadía debió dejar algún remordimiento a los dioses cuando miles de años después siguen permitiendo que encendamos la llama con los rayos del mismísimo Sol.

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