Hay dos alternativas: la primera es que una serie catastrófica y antidemocrática de complicidades haya permitido a un prófugo anunciar una cita en la calle, hablar públicamente y huir del país sin ser importunado. Esto demostraría la existencia de un auténtico contubernio político de prevaricación que habría puesto en danza a instancias que van desde Moncloa a la Guardia Urbana de Barcelona, convirtiendo el Estado de derecho en España en una filfa. La segunda opción, que es la que uno prefiere creer, es que a la policía efectivamente se le haya escapado Carles Puigdemont, pese a sus denodados esfuerzos por apresarlo con la operación Jaula.

Fuente