Apagarse cigarrillos. Golpearse contra la pared o darse bofetadas. O hacerse cortes en antebrazos o cara interna de los muslos. Las autolesiones han irrumpido en las sociedades actuales, especialmente entre preadolescentes y jóvenes, como un mecanismo para autorregular las emociones, sentir alivio ante un problema, llamar la atención o mostrar un malestar mental. Es un trastorno que ha ido a más en los últimos años y que ahora alcanza al 25% de las generaciones más jóvenes en todo el mundo.
Y el peligro no es tanto la autolesión en sí, que puede ser superficial, sino que generan adicción de riesgo extremo, según las investigaciones recogidas en el libro ‘The Oxford Handbook of Nonsuicidal Self-Injury’, en el que participa Hilario Blasco-Fontecilla, investigador de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y director médico del Centro de Bienestar Emocional Emooti, junto a otros expertos internacionales.
Como el cuerpo libera beta-endorfinas para calmar el dolor de las heridas, que producen placer, las autolesiones pueden generar una adicción similar a la que provoca el tabaco o las drogas
La evidencia científica señala que, como al aparecer una herida o golpe el cuerpo liberta beta-endorfinas en sangre, que sirven para calmar el dolor y producen una sensación placentera, las autolesiones pueden liberar dicha hormona y generar una adicción similar a la que provoca el tabaco o las drogas.
“Lo que puede empezar como un mecanismo de regulación emocional […] porque los seres humanos toleramos mejor el dolor físico que el emocional, puede derivar en un mecanismo de recompensa que hace que cada vez se necesite más asiduidad o más intensidad en las autolesiones pudiendo llevar al descontrol y a compartir los síntomas de abstinencia que se experimentan en otras adicciones”, explica el doctor Blanco-Fontecilla.
La probabilidad de que un adolescente que se autolesiona intente suicidarse es de un 30%, aproximadamente el doble que en un adulto que se autolesiona
El posible suicidio
La situación es tan peligrosa que la probabilidad de que un adolescente que se autolesiona intente suicidarse es de un 30%, aproximadamente el doble que en un adulto que se autolesiona. “Las autolesiones son como si el adolescente pusiera el semáforo en ámbar para pedir ayuda. Si no acudimos a tiempo, el riesgo de que pasen a un intento de suicidio es muy elevado”, añade el doctor.
Y hay que tener en cuenta que, según la Fundación Anar, de ayuda a menores en riesgo, los casos atendidos por ideación suicida se han multiplicado por 23 desde la llegada de la pandemia y los intentos de suicido por 25. Y las estadísticas indican que el 2% de los adolescentes españoles intentará suicidarse en algún momento a lo largo de su vida. Además, el uso de las nuevas tecnologías en los intentos de suicidio ha aumentado del 33,5% al 51,5%.
El bienestar de los niños y adolescentes es una emergencia de salud pública
Por todo ello, el especialista aconseja a los padres que consulten con un profesional de salud mental al menor indicio de autolesión. “No hay que banalizarlo ni sobreactuar”, aconseja.
Cómo actuar
Y alerta de que el trastorno puede empezar muy pronto, cuando el niño tiene cinco o seis años, aunque la franja más peligrosa es entre los 13 y los 17 años, que es donde pueden recurrir al suicidio. A partir de esa edad, hasta los 24, las autolesiones suelen disminuir pero aumentan los intentos de quitarse la vida.
Ante ello, Blanco-Fontecilla reclama un plan de formación específica especialmente para los profesionales de atención primaria, “ya que son ellos los que suelen detectar los primeros síntomas de autolesiones o ideación suicida entre sus pacientes”. «El bienestar de los niños y adolescentes es una emergencia de salud pública”, concluye.