La segunda corrida de la feria de La Albahaca estaba inspirada en el soporte argumental de la despedida de Enrique Ponce (Chiva, 1971). Ese perfil de amabilidad y reconocimiento por los servicios prestados era la excusa que cubría, como el riego a manta, la imposición en el cartel de un torero como David Galván -que se supone, venía en el acuerdo poncista- como también se infiere, los tres toros de Samuel Flores, amigo personal del torero.
Los otros tres animales pertenecieron al hierro de Moreno Pérez-Tabernero (antes Miranda y Moreno). A tenor de las hechuras, nada exigentes para un coso como el oscense ¿no hubiera sido más aceptable buscar seis del mismo criador? Sólo por una cuestión estética, vamos. Pero bueno, ya los públicos están tan poco formados y/o concernidos que no protestarían ni a la vaca de Milka pintada de morado que asomara por el portón de toriles. Al menos, mientras corra el mollate por los tendidos.
Así que antes de principiar, como si Ponce hubiera nacido en el Coso o fuese la “reina madre”, se le obsequió con largura y en abundancia: primero por el Cuerpo Nacional de Policía, que le hizo entrega de una camiseta (?), luego las peñas de la ciudad y finalmente la empresa Tauroemoción. O no llegamos o nos pasamos.
Gran lidia de subalterno
En tarde de grandes aportaciones por el personal subalterno uno de los más destacados del festejo resultó ser Víctor del Pozo. En su faceta de lidiador, en el toro que abrió plaza destacó parando al cuatreño de salida, bajándole las manos, llevándolo embebido hasta dejarlo en la jurisdicción de Ponce. El toro entonces se frenó en seco y el valenciano ni siquiera lo cató. Se cambió el tercio en un funesto atisbo especulativo: no va a andar. Y así fue.
En el caballo hizo fú. Del Pozo se empleó fetén lidiándolo cabalmente en banderillas y así, mansazo, llegó colándose por el lado derecho al hilo de las tablas bajo el tendido de sol. Ponce entonces se puso en prevengan y en cuanto pudo se lo quitó de enmedio. En ese toro, no fue ni su propia sombra.
Algo más de vida tuvo su otro, un toro bien comido y de aspecto un tanto ridículo: una cabecilla jibarizada pegada a un cuerpote fofo pero que metió los riñones en un puyazo fuerte. Ante tal beldad decidió no discutir y llevarlo mareado muy por la cara, sin molestar, acompañando, en un jaleo que algunos advierten como virtud. Sea pues.
Y si David Galván había gozado de escasas opciones en su primero, un toro paradote ante el que la cosa no se concretó entre ponte bien y estate quieta, a punto estuvo de cortarle las orejas a su segundo. Allá, bajo las peñas trajinó a un toro de horrible estampa: avacado, cornalón y suelto de carnes que tomó dos varas, la segunda al relance en su plan de huída. Extensísima la cosa para tan poca chicha, como la espada viajó efectiva se pìdieron las orejas por agotamiento. Golferío en exceso del subalterno que no conseguía cortar el despojo (aplíquese aquí el modo ironía) para echarle el público encima al presidente Emilio Latorre, que no tragó. A Sierra Morena.
A todo esto, Ginés Marín, que había apechugado con un moñaco que difícilmente podría adscribirse a la raza de lidia, encontró el toro de la tarde en sexto lugar.
Con el hierro de Miranda Pérez-Tabernero, Peluchote de nombre, ya prometió sus cualidades de salida. Largo y siempre por abajo, llegando hasta allá a la salida de los vuelos del percal, confirmó durante toda la lidia esas condiciones favorables que lo aúpan al cuadro de honor de este tinglado.
Y Ginés no lo dejó escapar en la práctica pero no lo crujió. La faena resultó plana, careciendo de esa cima que te hace saltar del asiento. El espadazo (con vómito) resolvió a favor del torero. Huesca ni un día sin puerta grande. Cúmplase.
LA FICHA
Tres toros de Moreno Pérez-Tabernero y tres de Samuel Flores (2º, 3º y 4º). Enrique Ponce, que se despedía de la ciudad de Huesca (silencio y oreja); David Galván (saludos tras aviso y oreja con petición); Ginés Marín (silencio tras aviso y dos orejas). Lleno. Algo de viento racheado al comienzo del festejo. Dos horas y media de duración.