Todo emperador construye su leyenda sobre grandes hazañas más allá de sus dominios. Él, que admira a Carlomagno, sabrá que el gran dominador de Occidente cruzó los Alpes, cuando sólo era rey de los francos, y así comenzó a levantar su imperio con la conquista de Lombardía. 

Carles, humilde seguidor, cruzó este martes los Pirineos. No se sabe cómo ni exactamente cuándo, pero sí que esa noche tenía ya un plato listo para cenar en Barcelona. Fuentes de su entorno revelan que su red de colaboradores en el sur de Francia, lo que ellos llaman la Catalunya nord, lo ayudaron. 

El resto corrió a cargo de Jordi Turull, expresidente del Parlamento catalán, y su ejército de fieles. Turull fue quien lo escoltó por las calles de Barcelona cuando el hombre más buscado se dio un paseo mañanero por la zona teóricamente más vigilada de toda la ciudad. 

Puigdemont irrumpió por una pequeña callejuela, donde en una escena ya grabada en el imaginario colectivo del surrealismo patrio se encontró con un hombre lijando un marco y un profesor de sado sin camiseta. Desde allí desembocó en la calle Trafalgar.

¿Casualidad? Puede que sí, pero ya sabemos que a este hombre no se le escapa un detalle. 

Allí, frente a la costa del cabo de Trafalgar, se produjo una de las batallas más dolorosas para la Armada española. España estaba alineada con Napoleón, pero en el embiste de la flota británica comandada por el almirante Nelson contra los franceses vio cómo todos sus navíos se iban yendo a pique uno por uno. 

“El primer objetivo de Puigdemont en Barcelona era ridiculizar a las autoridades españolas. Quería humillarlas y el colmo de la humillación era que éstas le pidieran a los Mossos que le hicieran el trabajo sucio y que no hicieran nada para detenerlo”, expone una persona que estuvo en esa comitiva por las calles de Barcelona. 


VÍDEO | Así ha sido la maniobra escapista de Puigdemont en solo unos minutos: el expresident vuelve a huir

Edición: Jose Verdugo

Su acólito no entra a valorar lo del simbolismo en la nomenclatura del callejero. Después se fue al Arco del Triunfo y pronunció “Encara som aquí”, emulando al presidente Josep Tarradellas cuando volvió de su exilio tras la muerte de Franco. 

Pero dejémoslo en que lo de la calle Trafalgar pudo ser circunstancial, por algún sitio había que llegar. Antes había salido de Waterloo. Y ya tanta casualidad…

Waterloo

Allí, en la localidad belga en la que las tropas británicas terminaron de sentenciar a Napoleón, se instaló a finales de octubre de 2017. Se contó la leyenda urbana de que huyó en un maletero tras la fallida declaración de independencia, aunque entonces como ahora, nadie más que él y unos pocos saben realmente cómo escapó. 

Se acomodó en un palacete señorial que tuvo a bien en llamar la ‘Casa de la República’. La amuebló, comenzó a recibir visitas y desde allí constituyó el Consell de la República, un órgano puramente simbólico con el que construir la ficción de un gobierno en el exilio. 

Antes, Carles Puigdemont había sido presidente de la Generalitat por accidente. En las elecciones de 2015 se presentó como número tres en las listas de Junts pel Sí por Girona. Se disponía a ocupar su asiento como diputado raso, pero Junts necesitaba a la CUP para gobernar y los antisistema se negaron a que Artur Mas, el candidato oficial, fuera president.


Carles Puigdemont en su casa de Waterloo en una visita de líderes independentistas en 2021.

A Mas le perseguía el fantasma de los recortes económicos y la corrupción de la era pujolista. Así que eligió a un político con una trayectoria discreta, que teóricamente no sería más que un hombre de paja para que el delfín de Pujol siguiera manejando los hilos desde las sombras. 

De formación periodista, Puigdemont había sido diputado en el Parlament, alcalde de Girona a la segunda y había ostentado el cargo simbólico de presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI). 

Su legislatura estaba orientada a iniciar un proceso soberanista que debía concluir con la celebración de un referéndum de independencia. Lo que a partir de entonces se empezó a conocer como el procés. Éste debía culminar el simulacro de votación que el propio Artur Mas ya había ensayado el 9 de noviembre de 2014 con una consulta popular. 

Carles era un tipo que firmaba como KRLS así se llama en su perfil de X, las mismas iniciales que utilizaba Carlomagno para sellar documentos reales, y no estaba dispuesto a dejarse dominar desde fuera. Su figura, ridiculizada en un principio por sus oponentes, fue ganando peso y así llegó hasta octubre de 2017. 

No consiguió nada en términos reales, aunque ningún dirigente independentista había ido nunca tan lejos

Detenciones por Europa

Los partidarios de la llamada vía unilateral proyectaron en él la figura del elegido. Él se marchó mientras otros se quedaron y pagaron con cárcel los delitos del procés, pero eso nunca fue un problema para quienes querían mantener viva la esperanza de que una Cataluña independiente todavía era posible. 

La euroorden de detención que se emitió contra él nunca tuvo ningún efecto, ni antes ni después de ser elegido diputado al Parlamento europeo en 2019. Vivía en su chalecito de Waterloo, aunque le gustaba airearse. Viajó a Finlandia, a Dinamarca, a Alemania, a Italia y sólo recibió sustos. 

Puigdemont en Alguer, Cerdeña, en 2021.


Puigdemont en Alguer, Cerdeña, en 2021.

En 2018 lo detuvieron en una estación de servicio alemana procedente de Dinamarca, aunque quedó libre en unos días. Poco después, el Tribunal Supremo germano rechazó su extradición por el delito de rebelión que se le imputaba en España. 

Volvió a Bélgica, desde donde se movía libremente por Europa. Y en 2021 fue arrestado de nuevo en Cerdeña, en una visita a un lugar considerado parte de los Països Catalans, donde también la policía italiana lo dejó libre a las pocas horas.

El mito del único líder independentista posible ya no era tal. Se había convertido más bien en un espejo convexo de la actuación de la Justicia española contra los líderes del procés. Él presumía de burlar todas las actuaciones judiciales y los suyos disfrutaban con que las autoridades españolas no lograran echarle el guante. Un troll más que un estratega, una burla al sistema más que un sistema en sí mismo

“Manejaba su partido a su antojo, controlaba los resortes a su alcance y quienes lo seguían aceptaron ser parte de una especie de secta en la que todas las decisiones se tomaban en nombre del independentismo, pero que en realidad estaban orientadas al beneficio personal del líder”, asegura una persona que formó parte del Consell de la República. 

De Francia a Barcelona

Antes de pronunciar “encara som aquí” dijo muchas veces “ja venim” y nunca vino. Hasta que se convocaron elecciones autonómicas en Cataluña y prometió, por un lado, que estaría en la sesión de investidura; y, por otro, que si no era president se retiraría de la política

Hizo campaña en el sur de Francia, donde atrajo a sus fieles en autobuses cada día para asistir a sus mítines, y desde donde contó de nuevo con una red de apoyo que le permitió mantenerse en escena. De aquí salieron las urnas del 1-0 y de aquí saldría él, esta vez como presidente elegido en las urnas. 

Pero ni los votos lo respaldaron ni la amnistía después de que el Supremo rechazara que a la malversación se le podía aplicar esta medida de gracia le permitió regresar libremente a Cataluña. Así que había que idear otra performance, un nuevo triple salto mortal con el que dar el último golpe de efecto.

Los manifestantes colocándose la cara de Puigdemont sobre la suya este jueves en Barcelona..


Los manifestantes colocándose la cara de Puigdemont sobre la suya este jueves en Barcelona..

“Volviendo conseguía cumplir con su promesa electoral, robarle el protagonismo a Salvador Illa y convertirse otra vez en héroe por un día. La investidura fue completamente eclipsada y el protagonista fue él, que mantiene ese aura de personaje irreductible”, afirma un colaborador. 

Resuelto el por qué, la pregunta es para qué. Qué consiguió con su último truco de magia, qué efectos reales tuvo más allá de protagonizar otro episodio grotesco que añadir al retrato de la España costumbrista. Probablemente ninguno.

Unas 3.000 personas lo escoltaron en su campaña más allá de los Pirineos. Medio centenar de ellos, su escuadrón de élite, ataviados con sombreros de paja. Éste es su ejército de fieles, cada vez más mermado. Uno de esos hombres que estuvieron allí está convencido de que antes de regresar a Bélgica pasó la noche en el sur de Francia, cerca de Perpiñán

Al llegar a casa mandó un mensaje. El viaje de Waterloo a Trafalgar llevaba billete de ida y vuelta. Illa ya ocupa el Palau de la Generalitat, mientras él sigue ocupando la Casa de la República. Carles I de Bélgica, emperador de un reino imaginario.

Fuente