Un amigo y colega de profesión, vasco por más señas, dice que muchos de los escaladores asturianos pertenecemos a una secta: «los que adoran el Picu»; nos llama él.
No nos cansamos de subirlo, no nos aburre ni una sola vez y no perdemos la oportunidad si estamos cerca de, al menos, tocar su magnífica caliza.
El Naranjo de Bulnes, el Urriellu, es por definición la gran montaña de los Picos de Europa. Y no hay quien lo haya visto que no haya sentido enorme emoción ante su majestuosidad; haya sido esa visión desde el Pozo de la Oración, desde Collao Vallejo, desde Horcados Rojos o desde la misma Vega al pie. No digamos ya, si la visión es cara a cara con alguna de sus paredes.
El culmen, si ese cara a cara, es subiendo la vía de «Pidal-Cainejo».
Esos dos nombres, Pedro Pidal y Gregorio Pérez, que el año 1904 acometieron la ascensión, los ha dejado por siempre para la posteridad. Son los eternos pioneros y el ejemplo a seguir.
Por la ascensión, por el riesgo, por la dificultad y por el binomio humano que conformaron logrando lo impensable, lo que tantos habían deseado y nadie hasta entonces conseguido. Cuando la voluntad de dos seres humanos es superior al miedo, nada frena el logro.
Pedro Pidal tenía 34 años, Gregorio Pérez tenía 51.
No es cuestión de entrar en detalles técnicos, que ya se han descrito en muchas páginas.
Pero sí hay que decir que lo que hoy es una vía de escalada alpina de dificultad y exposición media alta, aquel agosto era una página en blanco; nada que ver con lo que hoy hacemos siendo físicamente lo mismo.
Pidal y Gregorio no hicieron largos, no iban permanentemente encordados, no tenían clavos, no usaron material técnico, excepto la famosa cuerda un par de veces. Y bajaron por el mismo sitio, de igual manera. ¡A capela! Te caes, adiós.
Cualquiera que tenga que haberse bajado a la mitad de la Pidal, sabe que es una complicación de mucha enjundia, ¡y eso que hoy se rapela!
La hazaña, que no se puede llamar a esa ascensión de otra manera, quedará en los anales de la historia del deporte español como eso: la hazaña.
Vuelvo al comienzo. Quienes adoramos al Picu (y a la Santina por supuesto), sabemos que aquello fue una lección de vida. Dos personas atreviéndose con lo imposible; sin luchar contra nada, desafiándolo todo.
Jugándose la vida sin imaginar la gloria que les vendría después.
Qué gran lección en estos tiempos tan «fake» de redes sociales, postureo, influencers y telebasura.
Como dice la chavalería ahora, unos «cracks».
Suscríbete para seguir leyendo