Anni Espar, antes de subirse al podio para colgarse el oro olímpico en la piscina de La Défense, se acercó a Laura Ester, aliada en tantas batallas. «Llevo soñando con este momento desde los Juegos de Londres», le dijo. Aquel 2012 fue la primera vez que la mejor generación que tuvo siempre el waterpolo femenino español llegaba a una final olímpica. La perdieron contra Estados Unidos. La última frontera en los Juegos de Tokio volvió a ser la plata. «Pero dentro de mí sabía que esta vez sería diferente. Lo sentía».
Llevaba Anni Espar una cámara de fotos en las manos. No podía dejar escapar ni una sola escena del día por el que llevaba más de una década luchando. Cuando España conquistó al fin el oro olímpico en París tras ganar a Australia, la sensación fue de haber cerrado al fin un círculo. Sobre todo para aquellas que resistían e insistían en el sueño. Como Laura Ester, la mejor consejera de la que ahora es su heredera y quizá mejor portera del mundo, Martina Terré, determinante en la final. Como Maica García, clave tanto en la semifinal contra Países Bajos con su lanzamiento de penalti fina como en la batalla por el oro, dejándose en la piel y también marcando. O como Pili Peña, la capitana, la líder emocional del equipo, que estaba exultante en la entrega de medallas al ver cómo su familia no paraba de recordarle cuánto se lo merecía.
El éxito sería incomprensible sin Miki Oca, que fue encajando las piezas para que la nueva generación comandada por Elena Ruiz y la portera Martina Terré permitiera dar el salto al premio más preciado. Los brazos de Bea Ortiz (cuatro goles en la final) y Judith Forca estaban preparados, tanto como la dicharachera e imponente Paula Leitón en la boya. Nada se dejó al azar. Una exigente preparación en Sierra Nevada donde se estrecharon lazos. Una preparación junto a Estados Unidos para reparar en que los demonios eran cosa del pasado. Se echó mano también de un analista de vídeo, que las jugadoras agradecieron tanto como un ‘mental coach’.
Martina Terré, tras un partido para la historia, con el gesto propio de quien naturaliza todo, incluso la gloria, sólo se derrumbó una vez. Reparó en Laura Ester. Y en cuánto la ayudó cuando la necesitaba.