Uno de los momentos más entrañables del Evangelio, en las enseñanzas del Maestro es cuando dice que “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos”. Hoy celebramos a San Lorenzo, cuyo nombre en latín significa “coronado de laureles”. Esto hace honor a su trayectoria en el seno de la Iglesia. Nacido en Jaca, Provincia de Huesca, desde el principio comienza a sentir la inquietud espiritual de ir a Roma.

Una vez en la Ciudad Eterna y capital del Imperio Romano, el Papa Sixto II le nombra asistente espiritual de los pobres. El Pontífice tanía claro que le encajaba bien el papel que los Hechos de los Apóstoles en el Nuevo Testamento en que se busca a hombres fuertes que asistan a viudas y necesitados. Pero en medio de su servicio a Dios y al prójimo, el emperador Valeriano, el año 257, promulga un edicto para perseguir con mayor dureza a los cristianos.

Y en una de las detenciones donde son apresados el Papa y varios servidores de la Fe, Lorenzo es también detenido. Sin embargo, el diácono que aunque iba a morir, sería el último de todos ellos, finalmente fue el primero en sufrir el martirio. El motivo fue que el propio Valeriano le mandó que le trajese todos los tesoros que poseía la Iglesia para requisarlos. Después de varios días, Lorenzo apareció con todos los pobres y necesitados.

Con toda serenidad le aseguró al Emperador que esos eran los auténticos bienes de la Comunidad Eclesial y que no había otros. Al tomarlo como un gesto de burla, el César ordenó que fuese asado en una parrilla, hasta morir. Cuenta la tradición que con su buen humor dijo a los que le ajusticiaban que le volviesen del otro lado que de ese ya estaba asado. Su vida se hizo célebre en toda la cristiandad. Prueba de ello es que en el Medievo San Lorenzo fue Patrón de Roma, junto con los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.

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