La experiencia enseña a predecir, con cierta probabilidad de acierto, las opciones de éxito de un deportista a partir de dos atributos físicos básicos. El optimismo no se percibe en la sonrisa, siempre engañosa, sino que se lee en la mirada, cuando es decidida y limpia, fija en un punto, como a punto de disparar una llamarada. El pesimismo, en cambio, se observa en la parte posterior del cuello. A partir de cierto ángulo, difícilmente medible a simple vista, las posibilidades de triunfo tienden a cero. Y Alberto Ginés, cuando apareció en el escenario del bullicioso recinto de escalada de Le Bourget, lo hizo con la cerviz bordeando el ángulo recto.

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