«No quiero ver una piragua a menos de 50 kilómetros de distancia. Ahora lo que quiero es hacer cosas de un padre normal«. No son las declaraciones, por humildes y desnudas de épica, las que diría un oficinista sobre su ordenador el día antes de coger vacaciones, que uno espera de quien se acaba de convertir en el máximo medallista de la historia de España en los Juegos Olímpicos. Pero es que Saúl Craviotto es así. Un tipo al que, como contaba este diario, no le importa que por la calle le conozcan más por haber ganado Masterchef que por sus incomparables logros en el piragüismo: «Lo que me gustaría que quedara de mi legado es que he sido un tío constante y luchador. Y ya está».
La delegación española arrancó las finales de piragüismo esprint con dos bronces, el del C2 500 de Joan Antoni Moreno y Diego Domínguez, resuelto en la ‘photo finish’, y el del K4 500 de Rodrigo Germade, Carlos Arévalo, Marcus Cooper-Waltz (otro mito, ya tres medallas) y, por supuesto, Saúl Craviotto. Y en la locura que supuso un éxtasis bronceado que se concentró en media hora de reloj, con la pena de ver el K4 500 femenino acabando la final en sexta posición, sin poder sumarse al frenesí, los clarísimos ojos del veterano Craviotto eran los que acaparaban todas las miradas en el precioso canal de Vaires-sur-Marne.
Las seis medallas de Craviotto
Oro en el K2 500 en Pekín 2008; bronce en el K1 200 en Londres 2012; oro en el K2 200 y bronce en el K1 200 en Río 2016; y plata en el K4 500 en Tokio 2020, con la misma tripulación con la que ha superado el Everest de las cinco mañana que hasta este jueves compartía con otro legendario piragüista, David Cal.
«Y yo más que el número de medallas, valoro haber estado en esos cinco Juegos Olímpicos», intercede él, que con 39 años ya avista el final, «tampoco voy a estar toda la vida en una ‘piragüina'», aunque eluda ponerse fecha de caducidad. Y parece sincero al respecto: «Físicamente estoy bien, hago lo que me gusta, soy un privilegiado… Esto es una maravilla, estar representando a tu país, sacar medallas, hacer feliz a tu gente, ver a mis padres llorando… Pero no lo sé, igual aguanto un año más, o lo dejo, cuando pase las vacaciones y vuelva a subirme a la piragua digo, ‘vale ya, vale ya’. Es que no lo sé».
Y ahí vuelve a salir el Craviotto persona, el único que él quiere ser porque ni la púrpura ni los galones de ídolo le seducen, y piensa en sus tres hijas, en Valentina, Alejandra y Olivia: «Es que ahora no pienso en récords ni en nada. Solo quiero estar de vacaciones, desconectar y pasar tiempo con mis hijas. Ser deportista de élite conlleva muchas renuncias y ahora tengo ganas de estar en casa, de hacer cosas de un padre normal y dedicarles el tiempo que se merecen».
El piragüismo bate récords
Por todo eso, el bronce de París le «sabe a gloria», aunque alguno de sus compañeros en kayak, como Carlos Arévalo, haya torcido un poco el gesto porque ambicionaban el oro que se llevó Alemania por delante de Australia. Y celebra la buenaventura del piragüismo español, que sumadas las medallas de eslalon y esprint, ya es el deporte más fértil de la historia del olimpismo español (22 medallas), superando a la vela.
Y eso, dice el campeonísimo español, sí le hace feliz, sí le hace presumir porque ahí se cuenta 22 por él y por todos sus compañeros, capitán de un equipo: «No quiero que se me recuerde como, ‘mira este, que ganó seis medallas’. Me gustaría que me viesen como un tío que siempre ha tenido claro su propósito, que se ha sabido rodear, creo que es mi mejor virtud. Que ha sido lo suficientemente humilde para dejarme ayudar por un gran equipo, por toda la gente que tengo a mi alrededor, por mis compañeros… Y peleón. Yo creo que ese es el mejor legado que puedo dejar». Palabra de Saúl Craviotto, leyenda a su pesar.