Abrió la sesión con los ‘trois coups’ Ona Carbonell, vestido negro, bastón golpeando tres veces contra el suelo para inaugurar la función, y 36 medallas en el recuerdo, dos de ellas olímpica. Aquello debía ser una señal. Aquello ya no podía salir mal.
El equipo español de natación artística (900.7319) deslumbró en el día clave, el de la rutina acrobática, y conquistó una medalla de bronce con sabor a reválida. A reconquista. No hubo más que ver cómo la siempre sosegada Mayuko Fujiki, la seleccionadora española nacida en Osaka, saltaba junto a una de sus asistentes, Cecilia, mientras sus nadadoras salían del agua al borde de las lágrimas. Esta vez, de alegría. Las acrobacias al ritmo del ‘Lose Yourself’ de Eminem crepitaron sobre el cielo de un Centro Acuático de Saint-Denis convertido otra vez en templo para la sincro patria. Al confirmarse que ni Japón ni Australia podrían alcanzarlas, las españolas ya pudieron romper a llorar en paz.
«Puedo, puedo». Eso es lo que se repetía Iris Tió, una de las grandes líderes de equipo cuando le preguntaban por una medalla prohibida. Era también lo que se repetía Alisa Ozhogina, que estos días sólo tenía ojos para Eva, su hermana pequeña, Marina García Polo, que se trajo hasta París a cuantos familiares encontró en su árbol genealógico, la jovencita de 17 años Txell Ferré. Y también Lilou Lluís, Meritxell Mas, Paula Ramírez y Blanca Toledano cuando no veían el final de los días de entrenamiento, la presión por cumplir con unas expectativas creadas por un esfuerzo casi siempre invisible. Por mucho que los medios se volcaran con ellas en los días previos a los Juegos, el silencio siempre llega al día siguiente.
Siete acrobacias
Por primera vez, la rutina acrobática asomaba en unos Juegos Olímpicos. Además, para dictar sentencia sobre unas nadadoras que ya venían de completar las rutinas técnica y libre, esperando llegar con la mejor puntuación posible al día decisivo ante el riesgo del último ejercicio. Cualquier desequilibrio en una de las siete acrobacias a realizar podía resultar fatal.
De ahí la desconfianza de España después de que el primer día perdieran buena parte de la ventaja que tenían respecto a Estados Unidos y Japón [ambos países se salieron con la suya después de protestar por unas penalizaciones que fueron corregidas a su favor] en la lucha por la plata y el bronce, las dos medallas que debían quedar disponibles ante la gran superioridad de China.
Pero España, que venía de lamentar un pequeño error en la rutina libre que le costó uno de los temibles ‘base marks’, salió limpia de la guillotina del nuevo reglamento cuando más exigida estaba.
De Anna Tarrés a Andrea Fuentes
En el precioso Centro Acuático parisino, pasado y presente se entrecruzaron. La sensación de déjà vu era constante. Por uno de los pasillos caminaba orgullosa y resuelta Anna Tarrés, la entrenadora que llevó a la gloria, pero también al límite, a la natación artístia española. Desde que ella se fue, España no había vuelto a los podios olímpicos. Con su camiseta roja de la selección china y un enorme broche dorado, ha arrastrado con su método a las asiáticas a la cima. Fue ella quien escribió el libro: «Cuando ser la mejor no es suficiente».
Por otro de los pasillos quien paseaba era Andrea Fuentes. Mientras que en su día la fama mediática se la llevó en gran medida Gemma Mengual, quizá nunca hubo en España una nadadora de sincro con mayor determinación. Fuentes fue partícipe de las cuatro medallas que había ganado España en su historia hasta los Juegos de París entre equipo y dúo (tres platas y un bronce). Pues bien, ha sido ella quien ha elevado a Estados Unidos a otro nivel como seleccionadora, proporcionándole a las norteamericanas la plata (914.3421). Y eso, pese a las dificultades. «Nosotras no tenemos ningún apoyo por parte del gobierno y todo nos lo hemos tenido que buscar por patrocinadores privados. Mis nadadoras, cuando acaban de entrenar, tienen que ir a trabajar para pagarse el piso», recordaba en una entrevista concedida a la periodista Laia Bonals.
Así, ante los ojos de Anna Tarrés, Andrea Fuentes y Ona Carbonell, la nueva España demostró que una nueva vida era posible.