La historia de Gaby se escribe pareja a la de otros españoles que, aún veinteañeros, se erigieron en ‘latin lovers’ de costa entre finales de los 80 y principios de los 90 del siglo pasado; los últimos dinosaurios de una especie heredera del ‘macho hispano’ del amanecer turístico del desarrollismo y cuyo estereotipo, tal como lo conocimos, feneció con el nuevo siglo hasta la práctica desaparición del mito y la leyenda, devorados por el empoderamiento femenino y la popularización de una nueva cultura de las relaciones personales apuntalada por Badoo, primero, Tinder, después, y demás aplicaciones que atajan la necesidad de un buen bronceado y horas de postureo en la barra de una discoteca.
Gaby Hurtado (Madrid, 62 años) fue uno de aquellos prototipos que la costa española parecía fabricar en serie. Hibernaban en grandes ciudades para echarse a la playa en verano y regresaban en septiembre a sus cuarteles de invierno, donde aguardaban pertrechados en una vida corriente hasta el julio o agosto siguientes, en que fondeaban puntuales en las playas de Ibiza, Mallorca, Benidorm o la Costa del Sol para solaz de la vida nocturna y engrose de unas estadísticas que —se nos aseguraba— convertían a los españoles en los mejores amantes de Europa. Nos convenía creer en aquello y nadie se molestó en comprobarlo.
Gaby posa junto a dos amigas en Benidorm, a principios de la década de 1990 / CEDIDA
«He estado con más de 600 mujeres», asegura Gaby desde Canarias, donde recala ahora cumpliendo su principal afición, viajar, que ha rebasado en orden de preferencias a las relaciones con el sexo opuesto. El paso del tiempo, la edad y tres rupturas amorosas en 26 años alteraron su escala de valores. En casa del herrero, cuchillo de palo. «Tuve una relación de cuatro años, otra de siete y otra de 15, todas acabadas por infidelidades. Y no por mi parte», lamenta el hombre de las 600 mujeres. Luna de agosto (…) / Tú que te bañas / en ese charco sagrado, / lleno de mosto morado / que nadie puede probar (Radio Futura, 1987).
Todavía en la veintena, Gaby aterrizó en Benidorm, alquiló junto a varios amigos un dúplex al que acabaron bautizando como ‘La polvera’ y allí regresó puntual cada uno de los siguientes veranos. Dotado de una singular capacidad para lo lenguaraz, una constitución física dentro del canon y unas facciones que no le convertían en guapo, aunque sí en guapote, ganó cuatro concursos de belleza y vivía holgadamente de las relaciones públicas. En pleno agosto, lo mismo se embutía en una chaqueta de hombreras que en un pantalón de lino que hacía honores a ‘la arruga es bella’, aquel eslogan publicitario con que se dio a conocer Adolfo Domínguez.
A medida que ‘La polvera’ iba ganándose el nombre, nuestro hombre aprovechó el tirón de los concursos de ‘misses’, los pases de modelos en las mejores discotecas y el imaginario mítico de las suecas para viajar al país nórdico y contratar a 12 modelos que al siguiente verano ya eran 40. En Benidorm no se había visto nada igual desde el ‘landismo’. Antes de que la década de 1990 llegara a su ecuador, y consciente de que sus años de ‘playboy’ pasaban a mejor vida, Gaby se plantó en Amsterdam y luego en Göteborg y Estocolmo, para acabar en Västerås, en la Suecia central, con estancias breves en Madrid. «Acuérdate de que salí en Tele 5 y cené en privado con Julio Iglesias, que me trató muy bien, por cierto». Suecia continúa siendo su país de residencia.

Gaby Hurtado, en el hotel de Canarias donde pasa sus vacaciones este verano / CEDIDA
¿Que cómo un español que ya pasaba de los 30, carecía de currículum académico y desconocía el idioma fue capaz, primero de sobrevivir, y luego de ser un miembro respetable de la correcta y exigente sociedad de Malmö? Es muy probable que a esas alturas de finales de siglo los suecos tuvieran calado al ‘playboy’ español caradura y alérgico al horario de oficina, pero no eran tantos los que habían leído ‘El Buscón’ de Quevedo, ‘La vida de Lazarillo de Tormes’ o el ‘Guzmán de Alfarache’, de Mateo Alemán.
A base de ayudas del Gobierno, Gaby Hurtado pasó de ‘latin lover’ a convertirse en el Lucas Trapaza de Fernán Gómez en el país de ABBA, un pícaro de manual que aprendió el idioma local, se sacó el bachillerato, inició un par de carreras universitarias que no llegó a terminar y se anticipó al auge del castellano que comenzaba a cocerse en Suecia. Desde hace 21 años ejerce como profesor de español y es propietario de una casa con jardín, antagonista de aquella antigua ‘polvera’. El hombre de las 600 mujeres lleva seis años sin pareja. «No me puedo quejar, he sido un privilegiado, la vida me ha tratado muy bien».