Cuenta Vicente Berenguer que le llamaron por teléfono y le dijeron que era la Casa Real. Él respondió «pues aquí casa Vicente», y, convencido de que era una broma, colgó. La anécdota refleja muy bien la humildad de este sacerdote. Él fue uno de los 19 ciudadanos anónimos a los que Felipe VI, con motivo de sus diez años como Jefe del Estado, entregó la Orden del Mérito Civil. Pero Vicente no da ninguna importancia a ese reconocimiento. Lo recogió su sobrina. Él, a sus 87 años, está delicado de salud. Y si tuviera una pizca de fuerza a donde regresaría es a África, a Mozambique, a seguir impulsando la construcción de escuelas e institutos y promover la educación. «Mi corazón está en África», confiesa este sacerdote mientras sus familiares, quienes cada día lo llevan a misa a la iglesia de Moraira, recuerdan que Vicente no quería volver de Mozambique, el país al que llegó en 1967 y donde ha hecho posible la escolarización de más de 60.000 niños. «Sufrió malaria. Estuvo varias veces al borde de la muerte. Solo él sabe lo que ha pasado. Está enfermo, pero él quería quedarse allí».

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