Hubo un momento en que Marbella era un pueblo costero más, no tenía nada de especial. Un tiempo tan lejano que apenas hay testigos vivos de esa época. O, al menos, que conserven memorias. Todo comenzó a cambiar hace más de 70 años, en la década de 1950, cuando esta localidad malagueña se volvió un oasis en una España en dictadura en la que el gris había borrado los colores. La palabra ‘turismo’ no estaba en el diccionario de un país en el que media población vivía sin conocer el mar. Con una excepción: la clase alta, esa que siempre se mantiene en otro plano. En otra realidad. En una época en la que la pobreza y el hambre copaban las preocupaciones de los mundanos, la élite buscaba con ansia un sitio donde pasar los veranos. Sus deseos se cumplieron gracias a un noble germano-español y tomaron la forma de un hotel: el Marbella Club.
Esta historia comienza, como tantas otras, con un amor a primera vista. Los escritos dicen que ese aristócrata, el príncipe Alfonso de Hohenlohe-Langeburg, se quedó prendado de los atardeceres de la Costa del Sol y, mientras los contemplaba, una idea se enredó en su cabeza: quería vivir allí. Es más, ansiaba dar a conocer en su círculo ese pequeño secreto que entonces atesoraba como una gema preciosa. Lo cuidó, lo mimó… y lo explotó. Para su beneficio, claro. Lo que posiblemente no imaginaba es que su capricho perduraría hasta la actualidad y que sería la primera piedra que cimentó la Marbella del lujo y los excesos. Marcó una época, de eso no hay duda.
Aunque el paso del tiempo ha hecho que su cascarón evolucione, la esencia de la finca Santa Margarita se mantiene intacta. Y su lema, la «elegante sencillez». O el lujo discreto. Ese que ha atraído a ‘celebrities’ de todas las épocas: Ava Gardner, Grace Kelly, Liza Minelli… Pero también Julio Iglesias, Lady Gaga, Cristiano Ronaldo, Sean Connery o Ester Expósito. En su día, fue una prolífica granja de pinos e higueras de 18 hectáreas. De ahí pasó a ser un alojamiento exclusivo con 20 habitaciones, dos de ellas de más categoría. Y siguió creciendo hasta ofrecer 130, entre ellas 17 villas de hasta seis estancias.
Eso sí, por definición, no es apto para todos los bolsillos, tanto que los precios para el último fin de semana de agosto se elevan hasta los 4.000 euros. Los que lo quieran pagar recibirán a cambio acceso a una exclusiva suite de 90 metros cuadrados con vistas a los jardines, con terraza propia, salón independiente y traslado al aeropuerto incluido. Todo para garantizar el máximo descanso y las mínimas preocupaciones. Los huéspedes también pueden, como es lógico, disfrutar del resto de servicios del hotel: dos piscinas, seis bares, un club de playa, un spa, gimnasio y 50 hectáreas de jardines que son un auténtico paraíso para los amantes de la botánica (y del buen comer): en ellas crecen más de 300 variedades de plantas y un centenar de especies de tomates ancestrales.
Tres fiestas y un teléfono
Finca Margarita siempre ha presumido de ser resiliente. Puede que ese fuera el ingrediente secreto de su éxito. Si sus clientes querían fiesta, sus promotores organizaban hasta tres a la semana. Si en época covid la ‘jet set’ anhela un lugar que sirva casi como una segunda residencia, el Marbella Club idea un plan para atraer a trabajadores que puedan desarrollar sus labores a distancia. Quién no ha soñado alguna vez con trasladar su oficina a un recinto con su propio club social.
Aunque hoy en día no es tan habitual que se cuelen en sus instalaciones usuarios que no pernoctan en sus muros, en sus primeros años de andadura era lo más normal. La razón es simple: tenían uno de los pocos teléfonos públicos de la comarca. Y era accesible tanto para los vecinos como para los visitantes. Eso sí, había una señal que distinguía a los primeros de los segundos: Alfonso de Hohenlohe animaba a sus huéspedes a caminar descalzos por las instalaciones. Y las corbatas, en el armario.
Solo había una profesión prohibida, una ‘tradición’ que se mantiene. Los paparazzis siguen sin ser bienvenidos en el Marbella Club. De no ser así, posiblemente Brigitte Bardot no se habría dejado caer por su Champagne Club, Audrey Hepburn no habría ido a su playa virgen a hacer un picnic ni Elizabeth Taylor se habría animado a tomar el sol en topless.
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