Carlos Alcaraz lo deseaba, pero Novak Djokovic lo necesitaba. El español lo deseaba porque lo quiere todo y se cree capaz de todo, porque su aleación de vigor juvenil y talento generacional no permite otra opción. Su llanto final expresaba ese deseo. Pero el serbio sobrepasaba el nivel del deseo, él lo necesitaba. Lo necesitaba como nunca había necesitado tanto algo en toda su carrera, que es la del mejor tenista de la historia. Y la vida, a veces con crueldad, nos enseña que entre el deseo y la necesidad siempre se impone la necesidad, como también lo hizo este domingo en Roland Garros, en la final olímpica de tenis que bañó de imperial oro a Djokovic y de melancólica plata a Alcaraz.
Las emocionadas lágrimas de ‘Nole’, sus manos temblorosas apoyadas sobre la arcilla cuando todo finalizó, realzaron el significado que para él tenía este oro olímpico. No tenía nada que ver con Alcaraz o con París, ni siquiera con los Juegos Olímpicos. Tenía que ver con algo mucho mayor: su legado. Y, ahora, al fin es completo. En la incomparable vitrina de Djokovic solo faltaba un título olímpico y ya lo tiene. Ya nunca nadie podrá poner el más mínimo asterisco s a su inmaculada trayectoria, ya no hay plaza de primera sobre la faz de la Tierra en la que no haya toreado, de la que no haya salido a hombros, con las dos orejas y el rabo. Ahora sí, en la última oportunidad que, ya con 37 años, iba a tener en su vida, lo que parecía imposible ya ha ocurrido: ya lo ha ganado todo.
Y eso peso de la historia que el serbio quiso ponerse sobre sus hombros, lejos de ser una carga, fue la gasolina que necesitaba para derrotar a un tenista al que cederá en breve su corona, si yo no lo ha hecho ya, pese a lo ocurrido este domingo en París. Alcaraz también quería el oro olímpico, sí, pero al fin y al cabo tiene 21 años y, si su carrera transcurre por donde se intuye, no menos de tres oportunidades más de alzar esa medalla. Su plata que, como todas, cogerá más valor con el paso del tiempo, en frío, es el premio a ser mejor que todos salvo que el mejor de la historia, el hombre que necesitaba ese oro más que nada en esta vida.
Un primer set de época
Sin vacilaciones ni preliminares, como demandaban la solemnidad del escenario y la magnitud del premio a conseguir, los dos tótems del tenis mundial desplegaron un intercambio de golpes portentoso desde el primer punto del partido. Ese Alcaraz a veces despistado y errático al comienzo de los partidos no hizo ni amago de aparecer ante una Philippe Chatrier que se decantaba ligeramente por Djokovic y su historia por completar.
En todo el monumental primer set, una oda al tenis, Alcaraz solo sufrió por defender sus dos primeros servicios, algo nervioso el murciano frente a la contundencia de ‘Nole’ desde al fondo de la pista. Más allá del aspecto emocional, el murciano se mostraba más ágil, veloz e imaginativo, con ese repertorio infinito de dejadas que parecen de ciencia ficción y una capacidad a ratos sobrehumana para devolver los mejores golpes de su oponente. Que eran mucho y muy buenos.
El nivel de tenis era altísimo y al murciano se le notaba disfrutando sobre la pista. Se diría que solo cometió un error durante toda la manga, pero resultó ser el más grande de cuantos podía cometer: no rematar a Djokovic cuando lo tenía en la lona. Dispuso de ocho oportunidades para romperle el servicio, cinco de ellas en un estratosférico noveno juego, con 4-4, que se alargó hasta los 17 puntos, pero Alcaraz no fue capaz de capitalizar ninguna de ellas.
El desplome de Alcaraz
No, dejar a ‘Nole’ con vida, más duro que el pedernal dueño de una determinación que es historia del deporte, no es buena idea. Y el español lo acabó pagando en el tie-break, resuelto por el serbio por 7-3 tras ganarle dos veces el saque. Una hora y 33 minutos de espectáculo de dos rombos, de un tenis sobresaliente, que Alcaraz no fue capaz de decantar a su favor. Un varapalo moral que hace daño a cualquiera.
Le pesó ese runrún a Carlos en el amanecer del segundo set. Se percibía en él mucha más frustración por no haber ganado el primer set que ansiedad no tener que ganar el segundo. Encajó el duelo cediendo en blanco los dos primeros servicios del serbio, un mal menor dado el bajón en su juego. Conservaba el servicio y no ese un hito menor, dadas las circunstancias.
Al resto, Djokovic le negaba cualquier mínimo resquicio de ilusión por la remontada. Midiendo más la intensidad de su tenis, bajando las revoluciones, consciente de la superioridad física de su joven oponente, ‘Nole’ no le concedió ni una sola bola de ‘break’. Sin prisas, fue conduciendo el partido hacia el ‘tie-break’, consistiendo la supervivencia de Alcaraz. Y ahí, en el desempate, volvió a ajusticiarle para reforzar su eternidad.
El ayer ganó al mañana el día de hoy. Alcaraz había llegado a estos Juegos con una ambición. Djokovic lo había hecho con una historia que necesitaba completar. Y este domingo, para desgracia de España, el serbio desparramó toda su determinación sobre la Philippe Chatrier para escribir el último episodio que le faltaba en su biblia. Amén.