El jolgorio de aquel día rápidamente se desvaneció. Decenas, hasta centenares, de personas tomaron las calles de la Franja de Gaza para sumarse a la alegría colectiva. Era 7 de octubre y, de repente, ya no había muros. Milicianos de Hamás, hijos y nietos de refugiados palestinos, retornaban con vida tras haber pisado por primera vez su tierra ancestral. Todo el enclave palestino se concentró para recibirlos en un episodio que imaginaron como la fuga definitiva de la prisión del bloqueo a través de la humillación de su eterno rival. Pero las breves visitas de esos luchadores no fueron un simple paseo. Al contrario, a su paso, mataron a 1.139 israelíes y secuestraron a unos 250. En esa jornada de jarana compartida, muchos gazatíes prefirieron ignorar, por un momento la realidad. La respuesta que vendría después sería casi inconcebible. Ahora, esas calles donde celebraban ya no existen, algunos de sus acompañantes ya no están y no hay ningún futuro en el horizonte para los palestinos de Gaza.

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