«Sólo soy Simone Biles, de Spring, Texas. Una chica a la que le encanta dar volteretas».
Y así se comporta. Aun sabiendo que, a su paso, los mares se abren ante un público que pide más y más. Que siga saltando aún más alto. Más lejos. Ganando más finales. Y colgándose más oros. Eso, quizá, no haya cambiado tanto respecto a aquella jovencita que asombró en los Juegos Olímpicos de Río, donde ganó cinco metales, cuatro de oro. En París, ya ha conquistado tres oros (equipo, concurso completo y, este sábado, salto). Y puede conseguir dos más en las finales de barra de equilibrio y suelo.
Lo que sí ha cambiado es cómo ella se toma su vida.
Con una sonrisa que no la abandona y atrás, en ese armario que nunca abre, los demonios que tanto la amenazaron en los Juegos de Tokio, Simone Biles está disfrutando en París como la niña que siempre fue. Como aquella que admiraba el póster de Zac Efron de su habitación y trataba de vivir una vida de adolescente normal.
Atrás la desorientación, pero no el miedo a fallar (ella suele decir que para afrontar el Yurchenko doble carpado, su primera elección otra vez, siempre debes tenerlo ante lo peligroso que es), Simone Biles volvió a deslumbrar en el salto. Estando ella a su nivel, resulta una gimnasta del todo inalcanzable para el resto. La mejor gimnasta de siempre ganó el concurso con 15.300 (15.700 el primer salto, pese a una décima de penalización, y con una dificultad de 6.400; 14.00 el segundo).
Biles vollvió a abrazarse a su entrenador, Laurent Landi, dando saltitos por la pista. No cabía en sí de gozo ante el éxtasis colectivo del pabellón de Bercy. Una vez confirmado el oro, dio un beso al cielo.
La brasileña Rebeca Andrade, la mejor gimnasta de las terrenales (14.966), volvió a competir de manera fabulosa. Pero, con Biles en el cielo, resulta imposible ir más allá de la plata. La estadounidense Jade Carey (14.466) arrancó el bronce al final y Andrade, más feliz que nadie, corrió a por una bandera brasileña para celebrar su segundo puesto con el público.
Fue un desenlace similar al de la final del concurso completo, donde las gimnastas exploran su perfección en los cuatro elementos, Biles peleó el triunfo desde una posición humana. Y con Rebeca Andrade pisándole los talones hasta sus últimas acrobacias en el tapiz. «Ya no quiero competir más con Rebeca, estoy cansada», bromeaba Biles. «Nunca había tenido a una atleta tan cerca y me puse nerviosa. Tengo que sacar la artillería pesada», dijo con su característica sonrisa decidida. Y lo hizo en la final de salto. Estética, impecable.
Ya son siete medallas de oro las que tiene Simone Biles en Juegos Olímpicos. Peleará por llegar a las nueve en París, que era la frontera que le habían marcado hace años para que cazara a la gimnasta rusa Larisa Latynina.
Biles, de todos modos, sigue a la suya. Nadie la baja del cielo.