Katie Ledecky camina desgarbada por la piscina de La Defénse. Tímida, pese a su leyenda, saluda con la mano baja. Ni promueve la pirotecnia, ni parece inmutarse . A sus 27 años, y en un deporte de élite tan dado a la precocidad –ahí queda el impacto de la canadiense de 17 años Summer McIntosh, con tres finales ganadas–, Ledecky pelea contra el tiempo. Pero no contra la decrepitud. Ayer, en una de sus pruebas más queridas, los 800 libres –la ha ganado en cuatro Juegos seguidos–, conquistó el noveno oro de su carrera, el segundo que logra en París tras el de 1.500. Ledecky acarició la medalla con la calma de haber cumplido.

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