«En 2015, tenía 50 dólares en mi cuenta de banco, estaba delgado y sin confianza. Ahora, en 2024, estoy mazado y tatuado». Así se define Amadeo Llados en su página web de coaching y masterclass. El influencer, que predica sobre cómo hacerse millonario, es la cara visible del BROaching, un movimiento que roza la estafa y que sermonea sobre la riqueza y dar lo mejor de uno mismo, pero sin llegar a hacer nada para ello.

Estos pseudofilósofos predican que sólo hay un objetivo en la vida: ganar dinero. Aprender, escuchar, querer, no sirve de nada. El éxito está ligado a la capacidad económica: «Si tienes panza, te faltas al respeto; si no tienes dinero, te faltas al respeto». Su mantra busca alcanzar un perfil de masculinidad irreal, en el que no falta el dinero, las mujeres y los viajes.

Saben cómo dirigirse a su audiencia, y también cómo sacar provecho de ella. Buena parte de ella son personas insatisfechas con la realidad en la que viven, que no saben hacia dónde encaminar su vida o sus próximos pasos. Aquí encontramos muchos perfiles relacionados con gente más joven que se encuentran perdidas, que están forjando su propia identidad y, como una esponja, absorben toda la información que reciben.

Eres un perdedor

Así, el mensaje de estos influencers tiene unas notas muy específicas que hacen que cale: se dirigen directamente a ti. Te interpelan e incluyen en la conversación para influenciarte aun más. En palabras de Silvia Martínez, profesora de Ciencias de la Información y de la Comunicación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), es un discurso «basado en que la vida te va bien si tienes determinadas cosas y lujos, y en eliminar todo lo que no te lleve a obtener esos objetivos, incluidas las personas que te rodean. Está relacionado también con unas pautas estéticas muy concretas, que ni siquiera tienen que ver con la salud».

Para estos «gurús» digitales, ganar masculinidad es una prueba mental. Está todo en tu cabeza. A un hombre no le debe importar su aspecto físico, porque su valor como tío se mide por su seguridad, su valor y su confianza en sí mismo. Eso es lo que le hace ser atractivo. Ahora bien, tiene que ir los siete días de la semana al gimnasio y menospreciar a personas con sobrepeso. Total, «es por su salud».

Los músculos se convierten en estatus frente a otros hombres. El BROaching transforma la vigorexia en salud y el ejercicio en un desarrollo personal para esas personas frágiles a las que se dirigen. Porque, precisamente, el físico es algo que no precisa de talento o inteligencia para ser mejorado.

Pensar es de inútiles

Cada vez son más los chavales de dieciséis, quince o incluso trece años que promocionan y producen estos vídeos. Críos que, si no llegan a esos objetivos autoimpuestos (que, por otra parte, imposibles de alcanzar porque son irreales), se sienten tan frustrados que llegan a odiarse a si mismos. «Esa es la consecuencia más preocupante: cómo afecta a la autoestima ese mensaje de, si no consigues lo que te propones, acaba con todo lo que consideras de ti mismo como persona», dice Martínez.

Esto termina por alejarles de su círculo familiar y de amistad. De esa red de confianza que les muestra cariño y apoyo. El BROaching es puramente materialista. Hace ver que las personas son objetos y elementos para conseguir determinados objetivos. La soledad que se crea acentúa el aislamiento que viven.

Son mensajes muy simplistas que se centran únicamente en eso: en que el responsable de que te vaya bien o mal eres tú mismo. El tiempo pasa y lo estás perdiendo. Júntate con personas que son como tú, que buscan lo mismo que tú. Si son mujeres, que estén buenas; si son hombres, que tengan mucho dinero. Si buscan que no seas exitoso económicamente sino moralmente, deshazte de ellos. No merecen ser dignas de tu mérito.

Pero, la pregunta es, ¿realmente, el mérito de estos BROachers cuál es? ¿Fijarse en dónde están las personas con cierto poder adquisitivo para abordarlas y hacer «contactos»? Quizá su mérito sea aprovecharse de las desgracias ajenas prometiéndoles el oro y el moro de una vida que no existe.

Lo que no se ve, no existe

Lo único que importa es lo que muestras de ti. Da igual vivir en la mentira si te lucras de ella. Todo es superficial. Muestran cosas que, en muchos casos, son alquiladas. Buscan un falso poder basado en una falsa admiración de personas sobre las que quieren verse como referentes.

Internet permite que estos vídeos se difundan rápidamente en barrios y ciudades marginales con imágenes y vidas de una falsa riqueza. Aquel que ve sus vídeos en el feed fantasea con una vida de mentira, pero que cree que es real porque lo está viendo. Así, cualquiera se cree lo de «querer es poder».

El mensaje, «si estoy mal es porque no me he estado dirigiendo de la manera correcta a mis objetivos», en su simpleza, hace que se pierdan cuestiones más contextuales al no alcanzar una reflexión crítica. Dejas de cuestionarse si el problema está en el sistema o en el contexto sociocultural, porque el problema está «en ti mismo». Es el individualismo y el egoísmo en su más alto standing.

Esta ambición por querer ser aquello que crees que son otros consigue que a la clase baja se la siga explotando pero, además, cala en ella con un mensaje de «anti-conciencia» de clase: dejan de cuestionar la justicia del reparto de poderes porque, si no existieran los pobres, no habría personas sobre las que ser moralmente superior.

Se crea así una nueva clase baja: la que quiere ser clase alta pero que los demás no dejen de ser miserables. El individualismo llega a tal punto en que los problemas sociales pasan a ser problemas individuales: si te va mal, el culpable eres tú. Si te va bien, en cambio, es que el capitalismo funciona.

Y, con todo, Llados y estos BROachers no son una causa, son una consecuencia. Consecuencia de la llamada «libertad financiera». Consecuencia del discurso de la meritocracia. Consecuencia de una sociedad sociopática, narcisista y despersonalizada en la que se vive.

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