La militancia de ERC ha dado su ‘sí’ a Salvador Illa. No con un apoyo contundente, ya que el preacuerdo se ha bendecido con un 53% de los votos, pero sí en una consulta con una participación inédita, pero sí suficiente para que el líder del PSC pueda empezar a rozar con la punta de los dedos la presidencia de la Generalitat. La dirección del partido, con Marta Rovira al frente, ha superado el examen tras días arremangada para proclamar a bombo y platillo que lo que han arrancado a los socialistas es, ni más ni menos, que la concesión de la soberanía fiscal, una suerte de concierto económico que se empezará a desplegar en 2025.
Ese despliegue de dirigentes peinando el territorio federación a federación para explicar lo que insisten en definir como un pacto «histórico», sumado al aval rotundo del PSOE y de Pedro Sánchez y el silencio prudente del PSC, ha dado sus frutos. Las bases han emitido su voto de confianza para que se abra un nuevo ciclo político en Cataluña de colaboración entre socialistas, que volverán a tener el mando del Govern por tercera vez desde 1980, y republicanos, que insisten en que su rol será el de quedarse en la oposición para fiscalizar que se cumple a raja tabla lo sellado.
Una presión interna y externa
La presión para la militancia republicana no era poca: venía de dentro, porque los partidarios del ‘no’ también han levantado la voz en un momento de convulsión interna tras los varapalos electorales; y de fuera, con Junts y la ANC cargando contra el acuerdo y la promesa de Carles Puigdemont de cruzar la frontera para estar presente en la investidura a riesgo de ser detenido.
No quiere decir eso que a partir de ahora desaparezca el clima de asfixia para ERC. Al contrario. Sin ir más lejos, se prevén movilizaciones en las próximas horas en contra de la entente con el PSC y la semana que viene se celebrará un pleno de investidura que podría quedar marcado por el encarcelamiento del expresidente si cumple con lo anunciado. Y en clave interna, la consulta de este viernes tampoco resuelve la crisis de liderazgo que el partido deberá abordar en el congreso del 30 de noviembre. Oriol Junqueras, que evitó mojarse explícitamente con el voto en la consulta, mantiene las aspiraciones de recuperar las riendas de la presidencia del partido.
Pero, por ahora, los republicanos cierran la primera de las carpetas que se les acumulan sobre la mesa dando oxígeno a la cúpula de Rovira y alejando una repetición electoral que tanto la órbita de la secretaria general como la de Junqueras preveían catastrófica para la formación tras la línea descendente en las urnas. El objetivo ahora es ganar tiempo para recomponerse sin ningún nuevo examen electoral a la vista y tratar de cicatrizar heridas de cara al cónclave que tienen agendado en cuatro meses.
Cobrar pronto la factura del ‘sí’
Para ello, una vez se proclame al nuevo president y se constituya el Govern, ERC reclamará empezar a cobrar pronto la factura del ‘sí’ a Illa para exhibir ante el independentismo que las concesiones negociadas con los socialistas son sólidas y no un brindis al sol. Si en la pasada legislatura Illa trató de condicionar la agenda del Govern de Pere Aragonès, ERC piensa hacer lo propio con el futuro ejecutivo del PSC, que entre los otros compromisos que ha rubricado está la creación de una conselleria para potenciar el catalán o una convención en el Parlament para acordar una solución al conflicto político que acabe siendo refrendada por la ciudadanía.
Tras más de una década de ‘procés’ y 14 años después de la caída del segundo tripartit, ERC volverá a investir un president del PSC. Queda la incógnita por resolver en los próximos días de si los Comuns entrarán también en el Govern. El reto que los tres actores tienen entre manos es el de gestionar una financiación para Catalunya que fue en su día la bomba de relojería que activó la demanda del referéndum y el auge de un independentismo que ahora, fruto de las divisiones internas y la apuesta del Gobierno de Pedro Sánchez por la desjudicialización, opera en minoría en el Parlament.