El primer gran día de la vela española en estos Juegos merece quedarse con el gran foco. Por algo es la disciplina más condecorada del olimpismo español. Por algo Diego Botín y Florian Trittel han proporcionado a España el primer oro. No podían fallar en Marsella. La expectativa, en su caso, era sensata. Y pese a que la falta de viento les llevó al límite de la cordura el jueves, este viernes, por fin, acabaron con el sufrimiento para mutarlo en gloria.
Claro, con 22 medallas, 14 de ellas de oro, y con una tradición de éxitos que se remonta a Los Ángeles 1932 (gracias al bronce de Santiago Amat), resulta comprensible la consideración de deporte rey del olimpismo español. La próxima celebración de la Copa América en Barcelona debería servir para que todos aquellos que se emocionaron viendo a Botín y Trittel, ya en tierra, haciendo un alegato de su amistad, no se separen de un deporte que nunca ha fallado a España.
La explosión de alegría vivida en Marsella tuvo continuidad en la Philippe Chatrier de Roland Garros, donde Carlos Alcaraz clamó que llega como un rayo a la lucha por el oro. Cristina Bucsa y Sara Sorribes, en dobles, aún tienen el bronce al alcance tras perder su semifinal.
Aunque en un día dorado, y donde Léon Marchand demostró en la piscina de La Défense que es el Rey Sol de estos Juegos de París –conquistó su cuarto oro individual en un país que se ha unido en masa a su causa–, convendría detenerse en dos episodios.
Se despidió la selección española de baloncesto, y con ella su capitán, Rudy Fernández. Pero su ejercicio de supervivencia frente a Canadá fiando su suerte a tipos como Brizuela o Pradilla, debería ser motivo de orgullo para un equipo en el anochecer de su vieja guardia y sin el talento de antaño.
Aunque nada impactó tanto como el llanto del jovencito boxeador de 19 años Rafa ‘Balín’ Lozano tras perder el combate que le hubiera dado el metal. Su padre y entrenador, el doble medallista olímpico Rafa ‘Balita’ Lozano, le abrazó. Le consoló. Le dijo que ya era grande.