Mosakhlishvili, al perder el bronce con España en judo. / Efe

Tato llegó exhausto a la carpa embarrada de un Campo de Marte sin glamour alguno, por mucho que desde allí se puedan hacer buenas fotos de la Torre Eiffel. Tato es Tristani Mosakhlishvili, el judoca georgiano, aunque nacionalizado español por carta de naturaleza, que se quedó a un palmo de la medalla. Tato tenía el ‘judogi’ abierto, por lo que era fácil ver cómo el sudor continuaba bajando desde su cara magullada hacia el pecho. Atendió a las radios como pudo. Pero cuando alcanzó la zona donde le esperaba la prensa escrita, se revolvió. No quería hablar más. «Dos preguntas solo», le imploraba la responsable de prensa. Aceptó a regañadientes, meneando la cabeza. Era comprensible la necesidad del silencio. Se le había escapado, primero, la lucha por el oro. Después, el bronce. Estaba roto por dentro, pero también por fuera. ¿Por qué debía ocultarlo?

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