La leyenda de los Juegos se construye a partir de pedazos icónicos. De aquellos que nunca nadie más olvida. Léon Marchand, a sus 22 años, inicia un tiempo que se presume inolvidable. Katie Ledecky, a sus 27, insiste en perpetuar el suyo.
Marchand sumó dos oros más en estos Juegos –ya son tres junto al de 400 estilos–. Y los consiguió en pruebas que hasta entonces debían ser antagónicas, los 200 mariposa y los 200 braza. Como si, puestos a romper con la historia, quisiera también hacerlo con las leyes de la naturaleza. Ese viraje cuando todo parecía ya perdido será difícil de olvidar. Ese nado subacuático. Esos últimos 50 metros en los que, con su aleteo, sobrevoló sobre el plumarquista mundial húngaro Milak, que se vio engullido tanto por el alumno aventajado de Michael Phelps como por una afición cuyos gritos hacían temblar las sillas. Pero también el agua.
Marchand, a quien la victoria en los 200 braza se daba ya por descontada (con 2:05.82 incluso batió el récord olímpico del australiano Stubblety-Cook en Tokio), tenía en el 200 mariposa la verdadera prueba. La que permitiría saber si es solo un nadador genial y superdotado, o si tiene la capacidad suficiente para convertirse en leyenda. Tras lo visto, pocas dudas quedan.
Milak era el favorito para repetir el oro conquistado en los anteriores Juegos. Y, dada esa personalidad de hierro, de hombre imperturbable, parecía que no podría ser intimidado por lo que le venía encima. El suelo comenzó a temblar cuando los nadadores se acercaron a los poyetes de la piscina. «Léon, Léon, Léon». Y Marchand, con su cara dulce, de jovencito angelical nacido y criado por sus padres para ser especial en el agua (Xavier Marchand, exmedallista de plata mundial y olímpico, y su madre, Céline Bonnet, plusmarquista francesa), miraba hacia el suelo de la piscina , como si intentara saber si eso de que la profundidad no es suficienye pudiera frenarle. Las dudas tardaron en resolverse. Pero la solución llegó al compás del éxtasis.
Milak, que había dominado con solvencia en los primeros 150 metros, se encontró de repente con la cabeza de Marchand a su altura. El francés lo había cazado al emerger del viraje. A partir de ahí, el húngaro se vio condenado. Mientras Marchand nadó el último largo como si casi acabara de comenzar la carrera (29.76), a Milak los brazos se le encogieron (30.23) sin remedio. La plata, en su caso, debería ser suficiente consuelo. No le ganó un simple rival, un simple nadador. Le ganó quien inicia una era.
Extrema la suya Katie Ledecky. La estadounidense no solo se revolvió contra su presunto crepúsculo, sino que superó (15:30.02) en cerca de cinco segundos su récord olímpico de los 1.500 logrado en Tokio (15:35.35). Lo hizo nadando sola hasta conquistar su octavo oro olímpico, igualando así Jenny Thompson como la nadadora con más oros de siempre, aunque ella solo triunfara como relevista.
Tras escuchar el himno estadounidense en el podio, y con la bandera colgada de brazo, a Ledecky, que sigue saludando con la mano de manera tímida, le costó mucho contener la emoción. Le queda aún el 800 y el 4×200, con el récord de nueve oros de la gimnasta soviética Larisa Latynina en el horizonte.