Simone Biles tiene algo que nadie más tiene. Domina los gritos de quien la mira volando y haciendo piruetas. Pero también los silencios, que es lo más difícil.
En ese Bercy Arena convertido en un paraíso para Biles, donde es tratada como una diosa por mucho que ella quiera ser terrenal, la mejor gimnasta de siempre confirmó lo que se intuyó al llegar a París: su legado va a ser incluso mayor. En la final del concurso por equipos, reconquistado por Estados Unidos (171.296) después de que en Tokio tuviera que ceder el trono tras el apagón emocional de su gran líder, Biles se colgó junto a sus formidables compañeras (Sunisa Lee, Jordan Chiles y Jade Carey) el oro olímpico. Es el quinto de la carrera de la gimnasta de Ohio (no lograba uno desde su explosión en Río), su octava medalla. Pero esto no iba tanto de metales, sino de superación.
Para el recuerdo quedarán también las lágrimas Angela Andreoli, cuando vio que desde el suelo daría la plata a Italia (165.494). O la delicadeza de Rebeca Andrade, que acarició las colchonetas hasta llevar a Brasil al bronce (164.497).
Biles a la que esta vez su tobillo izquierdo, aparentemente, no le dio problemas, se movió con calma por los cuatro elementos, deslizándose, consciente de la total confianza en sus posibilidades. No arriesgó, sin embargo, más de la cuenta. No estaba allí para explorar sus límites. Estaba allí para ayudar a esas mismas compañeras sin las que, según ella misma asegura, no hubiera podido superar los ‘twisties’ que le hacían perder la noción del tiempo en el aire. Ni siquiera estaría compitiendo a sus 27 años.
Aunque el público disfrutaba de lo lindo con la brasileña Rebeca Andrade, una de las gimnastas más estéticas, y observaba con curiosidad el duelo por la plata de una portentosa Italia, el júbilo llegaba cada vez que alguna de las estadounidenses afrontaba su rotación. Sunisa Lee, la campeona olímpica en el concurso completo en Tokio tras la retirada de Biles, también sabe lo que es sufrir. Acaba de superar un grave problema renal que le hacía hincharse como un globo. Y tuvo que soportar cómo un acosador la perseguía allá donde iba, condicionando una preparación que pudo completar a tiempo.
Que todo iba salir bien para Biles se vio pronto. Fue la tercera en afrontar el ejercicio de salto. No quiso esta vez jugársela con uno de los ejercicios más peligrosos de la gimnasia y que ninguna mujer es capaz de hacer, solo ella: el Yurchenko doble carpado, bautizado como Biles II. Pero echó mano de otro ejercicio que lleva su nombre, el Biles I, un doble mortal extendido hacia atrás con medio giro (14.900). Nadie se acercó.
En las asimétricas, quizá el ejercicio en el que se muestra algo más humana, Biles cumplió con lo suyo (14.400), aunque le superaran su compañera Lee y la italiana Alice D’Amato, sublime al principio, pero mucho más nerviosa a medida que avanzó la tarde. Mientras que en la barra de equilibrios, donde prefirió salir con un mortal con pirueta y evitar el doble, le bastó para seguir sumando (14.366) para el USA Tema, aunque demostrando Sunisa Lee (14.600) que no se lo pondrá fácil en el concurso completo.
Ya en la última rotación, y con los Estados Unidos dominando desde el mismo amanecer de la competición en un triunfo que se daba por descontado ante la ausencia de Rusia, campeona olímpica en Tokio, Biles y sus compañeras zanjaron el triunfo. Jordan Chiles fue aquí quien más disfrutó, quizá porque la normativa no le permite disputar la final del ‘all around’ porque sólo pueden entrar dos del mismo equipo (Biles y Lee). Chiles celebró su magnífica actuación apretando el puño y acompañándolo después con un corazón. Pero la última en aparecer fue Biles, para quien quedó reservado el espectacular colofón (14.666). Cuando alzó los brazos, el público del pabellón gritó enloquecido, con las banderas estadounidenses ondeando al viento.
Pero el camino hacia la eternidad continúa para Biles, a la que le esperan las finales de los cuatro elementos y el duro concurso completo del jueves aún por delante. El recuento de medallas se ha activado otra vez.
Ella está disfrutando. Quizá no haya nada más importante que eso.