Simone Biles conoció a su marido por internet, en una aplicación de citas. Él, Jonathan Owens, jugador de la NFL, que el primer día que la vio bajar de su Land Rover se sorprendió que fuera tan pequeñita (1,42m). Ella, una gimnasta, sí, pero también una superviviente. Lo hizo frente las adicciones de su madre biológica antes de ser acogida por sus abuelos, frente al centro de acogida donde cuidaba de su hermana pequeña, frente a un depredador sexual ante el que quienes debían protegerla cerraron los ojos, y frente a ese deporte en el que se le exigió ser mejor que nadie. Siempre. Sin que a nadie le importara que ella, perfecta en tantas cosas, también tenía derecho a ser, sí, pequeñita.

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